Hubo un tiempo, explica el artista, en el que Luis Miguel Dominguín quiso estrechar lazos con su hijo. «Un día, le pillé mirándome embelesado. Le dije: 'Quita esa cara de tonto ya'». El diestro le contestó que le parecía imposible que alguien de su familia hubiese llegado a algo sin haberle pedido nada jamás. «Te equivocas», le contestó Bosé, «me has dado cuatro idiomas, unos estudios en el Liceo francés y un entorno espectacular, rodeado de grandes personajes... Y te he robado el ADN».
Cuando un taxista que llevaba a Dominguín le dijo: «Yo a usted le conozco, es el padre de Miguel Bosé», la percepción del torero cambió. «A partir de ahí quiso recuperar el tiempo y se sintió avergonzado porque no supo ver en su momento lo que yo iba a ser. Tal vez vez si me hubiera entendido, yo no hubiese acabado siendo quien soy, porque en esos conflictos se creo el carácter de Miguel Bosé», admite el cantante.
Bosé tuvo la suerte de crecer en una casa rodeado de artistas y cultura, pero, lamenta en el libro, los abrazos «se dosificaban». Por eso ahora su casa «tiene todo aquello» que de alguna manera le faltó. «Mis hijos a veces me dicen que soy un pulpo, pero es que como que tengo que recuperar los abrazos y ese cariño perdido». Y va más allá: «Probablemente de haber vivido en una casa diferente, yo no hubiese sido quien soy, probablemente no tendría el mismo carácter, porque creo que en las dificultades se forjan mucho más los caracteres que en las bonanzas».
De Picasso a Deborah Kerr
Uno de los momentos más duros del libro es cuando relata los días de su madre durmiendo en la calle. «Aquella imagen caló muy hondo, fue terrible, devastador». Pero hay momentos más amables. Bosé guarda un cariño muy especial a Ava Gardner, una de las mejores amigas de su madre. «Era una mujer que nos fascinaba mucho. Cuando venía a jugar con nosotros en el chalé de Somosaguas, se descalzaba, se tiraba al suelo, extendía sus vestidos e iba siempre peinada con esa belleza extrema... Le jodía muchísimo que le dijeran 'el animal mas bello del mundo', decía: 'Yo no soy un animal, malditos, soy una mujer'. Tenía esa cosa de poderío y fascinación que tienen los felinos y ella jugaba con nosotros y jugaba bien, nos dedicaba tiempo y atención».
El cantante tiene una teoría y es que los niños recuerdan a las personas de la infancia y las separan en dos categorías, los que juegan con ellos y los que no. Deborah Kerr era de las segundas. «Le gustaba más el calimocho», dice entre risas.
Sorprende también la visión que regala de Pablo Picasso, a menudo descrito como un ser dominante para con las mujeres. «No es el Picasso que yo conocí, tierno, abuelo y apoderado de un niño. Él decidió que yo iba a ser lo que el veía en mí y me inició a esas cosas sin perder tiempo», dice quien recibió montones de dibujos en su infancia y adolescencia del genial pintor. «No valen nada porque no están firmados. Yo no tengo Picassos, yo tengo Pablos», concluye. Bosé vuelve a despedirse con un apretón de manos.