Del «xandasbolismo» a Beatriz Carvajal

Jesús Flores Lojo
Jesus Flores REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

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«Si no se sabe decir de otra manera, lo mejor es quedarse callados». Así se manifestaba La Voz hace ya sesenta años sobre la moda que se imponía entonces, según advertía el periódico, de ridiculizar el acento gallego para provocar la risa desde los escenarios. Porque Xan das Bolas se llevó la fama, pero tuvo varios herederos antes de los cocineros del «MasterChef».

13 oct 2021 . Actualizado a las 09:59 h.

¿Es que no es posible hablar con naturalidad, como se hace en la calle, sin exagerar el acento a lo Xan das Bolas? Esta era la pregunta que se hacía en 1961 en La Voz. «Cuando unos muchachos ascienden a un tablado y quieren representar a un gallego ¡zas!, nos largan un acento tremendo. Una forma ridícula de expresarse para provocar hilaridad», denunciaba entonces en nuestro diario el periodista Jaime Suárez, que calificaba de «xandasbolismo» esta clase de actuaciones.

Xa choveu, que diría el clásico. Y quizás también por eso la burda imitación del acento gallego que hicieron la semana pasada los cocineros del televisivo MasterChef tenga un sabor tan rancio. Porque nos remonta a los tiempos en los que, como recogía el periódico en junio de 1962, el locutor gallego Enrique Mariñas fue sustituido tras el descanso por Matías Prats en la retransmisión radiofónica de un España-Checoslovaquia. La Voz defendió al día siguiente a Mariñas de las críticas del diario Pueblo, que justificaba la decisión de Radio Nacional argumentando que su acento gallego era de difícil comprensión: «Siempre ha sido un gran locutor», sostenía el periódico, que deslizaba al tiempo una malvada advertencia (recuerden en qué año estábamos): «Otras voces con acento gallego se han dirigido muchas veces al país sin que el acento las hiciese ininteligibles». ¡Glups!.

El periodista coruñés Enrique Mariñas
El periodista coruñés Enrique Mariñas No disponible

Casualidad o no, pocos días más tarde La Voz recogía las impresiones que publicaba la prensa madrileña sobre Manuel Fraga, el nuevo ministro de Información y Turismo: «Un hombre joven, de acusado aire intelectual y acusada personalidad expesiva. No disimula, y eso le honra, un claro acento gallego. Demos la bienvenida a este ministro gallego y con acento gallego en la voz y en el pensamiento», loaban los rotativos de la capital, de pronto subyugados por los aires norteños. Enrique Mariñas, por cierto, aún tendría una larga y exitosa carrera radiofónica por delante.

Ríos de tinta

Pero lo de Mariñas queda en una simple anécdota al lado del revuelo que se montó a finales de los setenta con la aparición televisiva, primero en 625 líneas, más tarde en el Un, dos, tres, e incluso en el anuncio de una marca de electrodomésticos que acababa con el latiguillo «¡Fagoroso!» pronunciado en un impostadísimo acento por Beatriz Carvajal. Su chabacana representación de la mujer del campo gallego llevó al alcalde de Santiago en 1980, Clemente González, a abandonar un acto en el que la humorista estaba comenzando a representar una vez más el papel por el que ya se habían recibido numerosas quejas desde Galicia. «Se puso en ridículo a nuestro pueblo. Es intolerable», justificaría González. En La Voz, el personaje de Beatriz Carvajal también hizo correr ríos de tinta, con numerosas cartas al director manifestando su malestar e incluso con el artículo de una de sus principales firmas en aquellos años, Luis Caparrós: «Le pido al director general de Televisión que esa señora o señorita llamada Beatriz Carvajal deje de imitar, definitivamente, el modo de hablar de la mujer gallega», solicitaba Caparrós.

El personaje de la humorista acabaría desapareciendo, igual que otro en el que parodiaba a una prostituta tartamuda. Una crac. Años más tarde, Beatriz Carvajal confesaba en una entrevista en La Voz su enorme amor por Galicia y se mostraba apenada por aquellos momentos. El último en hacerlo, estos días, ha sido el cocinero catalán Jordi Cruz, aunque se haya liado con lo de «los dialectos».

La próxima polémica de este tipo, ¿pa cuándo? Un, dos tres...