Isabel Cuesta, Una Madre Molona: «Todos somos padres perfectos hasta que tenemos hijos»

SOCIEDAD

Isabel y Daniel, autores de «Cuentos molones para educar en positivo»
Isabel y Daniel, autores de «Cuentos molones para educar en positivo»

Mejorar el ambiente familiar, conectar con tus hijos, evitar el sentimiento de culpa, aquí van algunas claves para educar en positivo

15 sep 2021 . Actualizado a las 18:17 h.

«Hay que entender que los niños están de prácticas y que se tienen que equivocar», lo dice Isabel Cuesta, más conocida como @unamadremolona. Ella, junto a Daniel, o lo que es lo mismo, @marido_official, decidieron dar un cambio en su vida hace ya ocho años cuando su hija pequeña tenía cuatro meses, ahora tienen otros dos hijos. La Disciplina Positiva los cambió y mejoró sus relaciones familiares, entonces, decidieron dedicarse a acercar a otras personas esa filosofía de vida. Han creado una comunidad en redes sociales con más de 300.000 seguidores y este fin de semana llegan a Galicia, estarán en Vigo impartiendo un taller presencial.

—¿Qué es educar en positivo y por qué deberíamos educar en positivo?

—La educación positiva es casi como una filosofía de vida, lo que busca frente a la educación convencional es ir al origen del comportamiento. Nos ayuda a leer qué hay detrás del comportamiento para actuar de una manera más eficaz, siempre teniendo en cuenta al niño. Al final, la infancia es una escuela para la vida y la familia es la primera escuela. Si les ayudamos a pertenecer correctamente, serán unas personas íntegras, preocupadas por ese sentimiento de comunidad. Es una manera de que los padres podamos conectar con nuestros hijos y mejorar el ambiente familiar a la vez que les ayudamos a crecer con unas buenas habilidades para la vida.

—¿Cuál es el objetivo final? Porque por una lado tenemos el presente, el día a día, pero también el peso del futuro.

—Tenemos dos focos, lo primero que mueve a los padres que es solucionar un problema inmediato que pueden tener en su casa, pero tampoco podemos perder de vista el futuro, lo que estoy sembrando ahora es lo que originará el adulto que serán el día de mañana. La educación es un trabajo a largo plazo y el cambio está en nosotros. ¿Qué ocurre? Pues que al final un castigo, una amenaza, un premio, te puede solucionar la papeleta ahora, pero qué aprende nuestro hijo con eso. Los padres buscan disfrutar de la maternidad o la paternidad y no solo sobrevivir a ella. Hay que disfrutar del día a día sorteando los conflictos de la mejor manera posible y que nuestros niños crezcan como personas íntegras cuidando nuestro vínculo con ellos.

—A nosotros, los padres de ahora, no nos han educado en positivo, es como que llevamos en nuestra sangre los premios y los castigos, por ejemplo.

—Lo normal es que nos salgan los patrones adquiridos durante la infancia. Tenemos dos tipos de padres, unos que repiten el patrón vivido en su casa y otros que tienen muy presente que no les gustó la manera en la que los educaron y que buscan lo contrario. Nos encontramos entre el autoritarismo o la permisividad, no entendemos el término medio. Los padres cada vez tenemos más prisa, queremos soluciones rápidas, no tenemos formación emocional porque cuando nosotros llorábamos nos decían «no llores», «no te enfades», «no tengas miedo». Hemos aprendido a comernos nuestras emociones y eso nos ha traído muchísimos problemas. Que nos salga de forma automática educar en positivo es casi imposible, necesitamos conocimientos, herramientas y, sobre todo, lo que hemos percibido, es que nos falta entrenamiento porque al final no es tan importante lo que sabes, como lo que haces con lo que sabes.

—Si no hay castigos ni premio, ¿cómo actuamos?

—En el castigo tú le amenazas con quitarle algo que le gusta o le haces sentir mal para que no repita esa conducta, pero si el origen de esa conducta no lo hemos trabajado (puede ser un problema de pertenencia, de celos entre hermanos, de lucha de poder), el niño se va a volver a portar mal o a tomar malas decisiones. ¿Cómo lo cambiamos? Nosotros abogamos por enseñar al niño a reflexionar a través de preguntas. Es un trabajo de mantener la calma en esos momentos de tensión, que es muy difícil, conectar con el niño, no tomarlo como algo personal, hay que entender que los niños están de prácticas y que se tienen que equivocar, aquí no se penaliza el error, de cada error se saca un aprendizaje. Es algo mucho más efectivo que amenazar porque cuando tú castigas, tiene que haber un adulto que lo haga, pero en el momento en el que no haya un adulto delante, ¿qué decisiones va a tomar tu hijo? Abogamos por ayudarles a crecer en la responsabilidad.

—Ponnos algún ejemplo de nuestro día a día para cambiar la forma de actuar.

—El niño se pone a saltar en el sofá y en tu casa la norma es que no se salta en el sofá. Un padre a lo tradicional diría, «no saltes, bájate, te vas a quedar sin dibujos, si te bajas te doy un premio». En la educación positiva nos acercamos al niño, nos ponemos a su altura, podemos cogerle las manos para captar su atención, entonces le preguntamos, «cariño, ¿te acuerdas qué podía pasar si saltamos en el sofá?», y el niño irá diciendo cosas, quizás no lo que quieres oír, pero en el momento en el que tú preguntas, el cerebro se pone a buscar una respuesta. Le preguntamos, «¿qué te podría pasar a ti, que le podría pasar al sillón, y si se rompe el sillón, dónde podemos ver los dibujos?» , vamos haciendo una batería de preguntas para que el niño reflexione y, sobre todo, vamos a escuchar esas necesidades. Si mi hijo está saltando en el sofá, ¿no será que tiene necesidad de movimiento? Pues vamos a intentar ir al parque o tener un espacio para que él pueda tener esa actividad que le está pidiendo el cerebro. Es decir, por un lado invitamos a la reflexión y por otro entendemos las necesidades y los redirigimos hacia lo que pueden hacer, en lugar de poner el foco en lo que no.

—Muchos piensan que educar en positivo es consentir.

—Es una idea errónea que no es culpa de la educación positiva, es culpa de la interpretación que hacemos. Hay mucha gente que piensa que es hablar a los niños bien, con cariño y bajito, y eso no lo es. Por un lado, está la neurociencia, que hoy por hoy se sabe que el cerebro entiende mejor cuando se está en calma, no cuando está en alerta. Cuando está en alerta está más pendiente de sobrevivir que de razonar. Por otro lado hay que tener presente que la infancia es un momento en el que aprendemos a vivir fuera, y fuera hay normas. La permisividad ocurre cuando no tenemos una buena formación, cuando no tenemos herramientas, cuando tenemos fantasmas del pasado. En la educación en positivo buscamos educar a los niños para una vida real, no para una vida de purpurina y confeti. Aquí hay firmeza y cariño, aunque nos chirrían las dos palabras en la misma frase, pueden ir de la mano y dan mejor resultado que consentir o volvernos muy autoritarios.

—Qué le dirías a un padre o a una madre que está convencido de que su hijo se porta mal.

—Un niño puede tomar malas decisiones. Aprenden por imitación, por ejemplo, me decía una madre el otro día, «es que me chantajea, me dice que no hace esto ni no le doy algo» y yo le pregunté si alguna vez ella le había dicho que hiciera algo a cambio de un premio. La respuesta fue sí, por lo que el niño considera esa herramienta válida. Dice Rudolf Dreikurs que un niño que se porta mal, que toma malas decisiones, es un niño que está desanimado, desalentado, que no se siente bien. No es que se comporte mal, es que los padres no estamos entendiendo sus necesidades. Siempre con límites y normas.

—Estáis en contacto con muchos padres, este mismo fin de semana en Vigo tú y Marido impartís un taller que ya ha agotado entradas para el sábado y que está a punto de hacerlo para el domingo, ¿qué es lo que más inquieta a los padres de hoy?

—Suelen ser puntos de dolor como «el niño no me escucha y al final tengo que gritar para que me haga caso». Un círculo que nos lleva a un sentimiento de culpa porque no estoy siendo la madre o el padre que yo soñaba con ser, todos somos padres perfectos hasta que tenemos hijos. Ahí es cuando nos damos cuenta de la dificultad real que hay. Todos vienen buscando una receta mágica que no existe, lo que hay es un trabajo de los padres y descubrir que somos nosotros los que tenemos que cambiar las respuestas. Hay que esforzarse para ofrecer a los niños un buen equilibrio emocional, es de los mejores legados que les podemos dejar.

—Acaba de empezar el cole y, como cada año, el debate de las actividades extraescolares, ¿estás a favor o en contra?

—Hay que diferenciar entre actividades que el niño te pide y las que los padres buscan para poder conciliar. Cuando es un deseo para que tu hijo sea el número uno en todo, corremos el riesgo de que los niños tengan una agenda más apretada que un ministro, los niños tienen que tener momentos de juego libre, los niños aprenden del juego. Jugar nunca va a ser una pérdida de tiempo, ir al parque nunca va a ser una pérdida de tiempo. No nos podemos agobiar los padres, tenemos miedo a que ellos fracasen el día de mañana. Si hemos tenido dificultades para aprender idiomas, metemos al niño en mil clases y lo que encontramos es que generamos un aborrecimiento. Tenemos que aprender a parar, respirar, no cargarlos de responsabilidades que todavía no les tocan y escucharlos. El tema de la conciliación es otra cosa, concilia como puedas.

—¿Cómo crees que la pandemia puede cambiar a los niños?

—Todas las situaciones nos cambian. Al final es un tema de resiliencia, la capacidad que tenemos para adaptarnos a las dificultades de la vida. Muchas veces decimos, es que los niños se adaptan a todo, pero los niños sí se enteran. Tenemos que cuidar la salud emocional de los niños y la de los adultos. La pandemia nos tendría que hacer pensar en que la salud emocional es una prioridad como sociedad.