Con el «sex-chip» empezó todo

Jesús Flores Lojo
Jesús Flores REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Sally Holloway, del Centro de Investigación Clínica de Londres, mostrando el  sex-chip , tal y como aparecía en la noticia de La Voz de enero del 81
Sally Holloway, del Centro de Investigación Clínica de Londres, mostrando el sex-chip , tal y como aparecía en la noticia de La Voz de enero del 81 LVG

En 1982, Carlos Casares se refería en La Voz a los microchips como «eses fantasmas invisibles» que irrumpían en la vida cotidiana. El escritor ourensano (1941-2002) se confesaba entre «aterrorizado e curioso» ante un futuro en el que «toda a Enciclopedia Espasa» podría viajar «en pouco mais dun segundo». Pero otros ya habían encontrado utilidades más mundanas a los circuitos integrados que hoy en día, por su escasez, sí que parecen fantasmas invisibles: el «sex-chip» era una de ellas.

10 nov 2021 . Actualizado a las 13:58 h.

«El sex-chip consta de un diminuto elemento en un termómetro, que toma la temperatura de una mujer. Una luz verde, con destellos, indicará que ‘adelante’, que no hay riesgo de embarazo». A simple vista, el año 1981 comenzaba en la primera página de La Voz con el menú de siempre: políticos catalanes pidiendo más pasta que el resto, Estados Unidos dándole lo suyo a Oriente Medio, con Jomeini en la diana, y obreros vigueses (quizás los padres o los abuelos de los que ahora sufren la falta de microchips en la industria de la automoción) tratando de escapar de los lunes al sol... Pero en ese número del 24 de enero, el periódico utilizaba por primera vez el término chip (en inglés, pedacito) para referirse a los circuitos integrados de aparatos electrónicos. En este caso aludía a un minúsculo dispositivo destinado a prevenir embarazos no deseados. «Estará a la venta en unas semanas», anunciaba la crónica.

Era la evidencia de que en España un par de cosas, entre otras muchas, estaban desapareciendo: desde luego, ciertas bases ideológicas del franquismo, en un país que acababa de despenalizar el uso de métodos anticonceptivos, y que meses más tarde aprobaría el divorcio; y por supuesto las telarañas de los escaparates, después de jugar durante décadas en la Segunda División B del consumo. Solo hay que recordar que los primeros aparatos de vídeo que llegaron a España eran los que quedaban descatalogados en Centroeuropa; y a uno le viene a la memoria su primera calculadora comprada de contrabando en una tienda donde las escondían entre lechugas y patatas.

Así que no es de extrañar que hasta entonces aquello de los microchips en España sonase a chino, aunque fuera un término anglosajón y en realidad llevaran usándose desde comienzos de los sesenta en la industria más puntera. Una muestra de nuestra falta de familiaridad en la época con la microelectrónica: en 1978, La Voz informaba de una gran alarma en torno a un paquete sospechoso en una cabina: «La bomba era un circuito integrado», se titulaba la noticia, que relataba el terror de los transeúntes al observar lo que para ellos era un sospechoso artilugio que, en realidad, se trataba de un componente electrónico de una televisión que alguien había extraviado. «La falsa bomba, valorada en 100.000 pesetas, ha quedado a disposición de su propietario en la Policía», aclaraba la información.

Uno de los primeros anuncios publicados por La Voz en los que se hablaba de microchips. En este caso se trata de una empresa de TV digital que anuncia la próxima implantación del sistema, en elaño 84
Uno de los primeros anuncios publicados por La Voz en los que se hablaba de microchips. En este caso se trata de una empresa de TV digital que anuncia la próxima implantación del sistema, en elaño 84 LVG

Pero si seguimos pasando hacia adelante las páginas de nuestro archivo, comprobaremos que el español medio no tardaría demasiado en ponerse al día, casi tan rápido como la evolución de los chips, que en los ochenta ya estaban en su cuarta generación y convertían el ordenador en un objeto doméstico. El propio diario ofrecía en sus páginas cursos por entregas en los que se descubría el paisaje de este nuevo mundo de silicio. Y la publicidad comenzaba a llenarse de microchips: «Consume menos que una lavadora», rezaba un anuncio que subrayaba las bondades de un determinado procesador (y que nos advierte de que lo de la lavadora, como unidad de medida del consumo eléctrico, ya viene de lejos). Un eslogan que, con el precio actual de la luz, seguro que tendría mucho éxito hoy en día, si no fuese porque, según las últimas noticias, no va a haber un semiconductor al que hincarle el diente en el próximo año y medio. A no ser, claro, que el mercado cambie el chip.

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