Claudio Biern Boyd, el Walt Disney español de la generación EGB

oskar belategui MADRID / COLPISA

SOCIEDAD

Claudio Biern Boyd (tercero por la izquierda), en el estreno de la adaptación cinematográfica de su mítica serie
Claudio Biern Boyd (tercero por la izquierda), en el estreno de la adaptación cinematográfica de su mítica serie Jesús Diges | Efe

El creador de «D'Artacan y los mosqueperros» lleva al cine su mítica serie

22 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Claudio Biern Boyd (Palma de Mallorca, 1940) es el responsable de que la generación que hizo la EGB tenga grabada a fuego en su memoria sentimental las imágenes y sintonías de Marco, La abeja Maya, Vickie el Vikingo y La pantera rosa, entre otras muchas series de dibujos. Por cierto, él también es el culpable de que exista el pastelito con cobertura de chocolate rosa. «Si te comes un Pantera Rosa es gracias a una conversación que tuve con el director comercial de Bimbo en su fábrica de Granollers -relata-. ‘¿Puedes hacer algo de fresa?’, le pregunté. La pena es que los royalties no me llegan porque ya no llevo el personaje». 

Criado en Barcelona, hijo de escocesa y padre francés, Biern Boyd trabajaba en el departamento de márketing de una multinacional de productos de consumo cuando pensó que los niños tenían mucha importancia en las decisiones de compra de las familias. «Eran los tiempos en los que todavía no existían los supermercados, sino los colmados y los ultramarinos», rememora. «Supe que una madre, ante el dilema de un paquete de detergente dos por uno y otro con un muñeco, iba a elegir este último. Aquello me abrió los ojos a un mercado impresionante».

Biern Boyd se puso en contacto con Disney y Hanna-Barbera. Y empezó a adquirir derechos de series míticas para vendérselas a Televisión Española, de Los Picapiedra a Mazinger Z. En 1980 se lanzó a la producción con Ruy, el pequeño Cid, a la que seguirían D’Artacan y los tres mosqueperros, La vuelta al mundo de Willy Fog y David el Gnomo, la más exitosa de todas. La primera de ellas acaba de llegar a los cines en una lujosa versión digital con guion de su creador, dirección de Toni García y un ritmo adaptado a los nuevos tiempos.

En los preestrenos, Biern Boyd ha comprobado cómo los hijos no se mueven del asiento y los padres hasta lloran cuando suena lo de «eran uno, dos y tres, los famosos mosqueperros...». «Hemos conseguido unir a las familias, que el hijo deje la pantalla con el Tik-Tok y los padres Twitter», se ufana.

Atrás quedaron los años 80, cuando Claudio Biern Boyd se pasaba la vida volando de Madrid a Tokio durante 28 horas porque en España no había industria de animación. «Iba cargado con los story boards y con un secretario que me hacía de traductor», recuerda. «Les explicaba lo que quería fotograma a fotograma a un sanedrín de japoneses que no tenían ni idea de inglés ni de español. Después solo quedaba rezar y esperar a que me mandaran los copiones». De entre todas sus series, la más exitosa «con mucha diferencia» fue David el Gnomo. «Ningún estudio europeo había vendido una serie de dibujos en Estados Unidos. Se emitió durante ocho años en HBO con la voz de Christopher Plummer. Y su mensaje ecológico sigue absolutamente vigente». Por cierto, pocas series animadas se han atrevido a matar a su protagonista, algo que siguen reprochándole a un hombre que reconoce no saber dibujar. «No mientas, no lo maté, lo transformé en cerezo», se ríe. «Aún hoy en día me lo echan en cara los hijos de amigos: ‘¡Tú me hiciste llorar!’».

Conocer a Blake Edwards y cenar con Peter Sellers, que acabó la noche tocando la batería, han sido algunos de los privilegios de este visionario, que lamenta la «legislación obsoleta» que regula la industria de animación en España. «Somos los mendigos del audiovisual», se indigna. Biern Boyd tuvo la suerte, afirma, de crecer sin televisor y devorar los libros de Emilio Salgari, Julio Verne y Alejandro Dumas. «El guion es el 60 o el 70 % del éxito de una película», ilustra.

También tuvo muy claro que sus personajes tenían que ser animales antropomorfos. «Así evitábamos dibujar a una persona con más detalle. Y generan empatía, porque los animales están muy cerca de los niños». En D’Artacan, los dos únicos personajes que no son perros son villanos. «Milady, porque odio a los gatos, y el cardenal Richelieu, un zorro porque, de niño, los payeses en la casa de veraneo de mis padres me contaban que se comía a las gallinas», revela.