Una terapia española abre la puerta a los trasplantes para toda la vida

Alfonso Torices COLPISA

SOCIEDAD

EUROPA PRESS

El Gregorio Marañón diseña un tratamiento celular que evita el rechazo y no provoca efectos secundarios porque no usa fármacos

20 jul 2021 . Actualizado a las 19:33 h.

Irene Toribios González nació hace nueve meses en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid con una cardiopatía congénita. Es una lesión con una evolución incompatible con la vida que requería de un nuevo corazón lo antes posible. Lo normal es que Irene, tras recibir su nuevo órgano, hubiese entrado en una situación de claro riesgo vital, por el rechazo que su sistema inmunológico desarrolla contra cualquier tejido extraño.

En el mejor de los casos, después de recibir una agresiva medicación, su cuerpo habría tolerado mal que bien el nuevo órgano. Habría tenido que seguir durante años con esos fármacos, que producen notables y graves efectos secundarios, y, tarde o temprano, habría precisado de un nuevo trasplante para mantenerse con vida, tras sufrir un rechazo. La vida media de un órgano trasplantado es de entre 10 y 17 años, dependiendo del órgano y las condiciones de la persona. Pero, hasta ahora, siempre, siempre, tenía fecha de caducidad.

Sin embargo, el corazón de Irene, una niña preciosa, la imagen de la salud, no solo late con toda normalidad sino que, sobre el papel, ha dejado de tener fecha de caducidad. El aspecto de la bebé es resplandeciente porque no tiene ni un síntoma de rechazo de su nuevo corazón. Su sistema inmunológico lo ha admitido con normalidad, como si fuese algo propio. Y, lo que es fundamental, lo ha hecho sin tomar ni un inmunosupresor, la familia de fármacos que permiten aplacar los fenómenos inflamatorios agudos e indeseados que causa el rechazo al tejido trasplantado, pero que lo hacen a costa de dispar contra todo, sin especificidad, lo que muchas veces anula todas las respuestas inmunes del organismo. Las perjudiciales sí, pero también las que nos defienden contra las infecciones o el desarrollo de un cáncer. Para salvarnos, nos dejan desarmados.

Pero no solo es Irene. Otros dos bebés nacidos después de ella en el hospital madrileño, y que también requirieron de trasplantes cardíacos, evolucionan igual de bien. Ninguno de los tres ha precisado de medicamento alguno para evitar que su pequeño organismo rechazase el corazón que les devolvió a la vida.

No, no es un milagro. Es una investigación de repercusión planetaria liderada por el Laboratorio de Inmunoregulación del Gregorio Marañón, con el apoyo de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) y de su homóloga de Canadá. Una terapia pionera en el mundo y que abre la puerta a algo hasta hoy impensable: la posibilidad de que un órgano trasplantado no tenga límite de vida y que tampoco lo tenga el paciente que lo recibe.

El secreto está en una terapia basada en unas células llamadas thyTreg, obtenidas del propio paciente, que previenen el rechazo del tejido porque, sin necesidad de fármacos, restablecen el equilibrio en el sistema inmunológico y explotan su capacidad para «reeducar» a nuestro propio cuerpo.

Activan y regulan todos los elementos inmunitarios para que el sistema no vea el nuevo órgano como a un extraño sino como si hubiese sido siempre un miembro más de nuestro cuerpo.

La técnica ya era empleada por otros investigadores, pero con pobres resultados. Las Treg, que se extraían de la sangre del paciente, tenían una utilidad terapéutica limitada. En los adultos, porque hay poca cantidad y calidad. Están envejecidas. Y en los niños, directamente, convertían la técnica en imposible. Las Treg infantiles son de mejor calidad, pero la cantidad que se les puede extraer de la sangre es insuficiente.

Los investigadores del Gregorio Marañón han solucionado los dos problemas. Fabrican las dosis para la terapia a partir del timo, un tejido que cubre el corazón y que se desecha habitualmente tras las cirugías cardíacas infantiles. Estas Treg tienen «cualidades únicas y una altísima capacidad reguladora» y, gracias a la técnica diseñada por el laboratorio dirigido por Rafael Correa y el equipo liderado por Esther Bernardo de Quirós y Marjorie Pion, «pueden obtener miles de veces más células que las que se pueden sacar de la sangre».

El resultado es el primer ensayo clínico mundial que aplica una terapia con Treg en niños trasplantados y, sobre todo, que utiliza células thyTreg de tejido tímico en vez de Treg de sangre. Al lograr más células y de mejor calidad hacen posible la terapia en niños. ¿Qué han conseguido? Restablecer el correcto equilibrio inmunológico e inhibir por completo o reducir en gran medida las respuestas inmunes responsables del rechazo, prolongando de forma indefinida la viabilidad del órgano trasplantado y, con ello, la vida del paciente. ¿Y esto que significa? Que, al emplear células propias, los efectos secundarios son mínimos y permiten que la terapia pueda implantarse a corto plazo en los hospitales españoles para mejorar la supervivencia de los órganos que se trasplanten, a cualquier edad, lo que pude ser el empujón definitivo para el país del mundo con más donaciones e implantaciones de tejidos realizadas cada año. «Conseguir que un trasplante de órganos sea para toda la vida tendría un grandísimo impacto médico, económico y social», resume Rafael Correa Irene es la prueba del éxito. Presenta hoy una reserva de células Treg superior a la habitual en pacientes similares que no han recibido esta terapia y «la presencia de estas células de momento parece mantener bajo control los mecanismos inflamatorios y la proliferación de las células que podrían desencadenar el rechazo», explican orgullosos los autores del ensayo.