Una de las más sonadas es, sin lugar a dudas, las habladurías que corrieron como la pólvora justo después de la celebración de la boda. Las lágrimas de Charlène al salir de la iglesia, un gesto común entre muchas recién desposadas, se interpretaron por la opinión pública más como una señal de tristeza y desamparo que como felicidad y emoción. Todo ello se unió a la información publicada por el francés L'Express, en la que se aseguraba que la ya princesa de Mónaco se habría intentado escapar no una, ni dos, sino hasta tres veces, para evitar la celebración del matrimonio.
Igualmente, la salida a la luz del controvertido contrato que la aristócrata se vio obligada a firmar antes de las nupcias también dio mucho de que hablar. Aunque la práctica es común en todas las familias reales europeas, las estipulaciones del caso concreto hicieron saltar todas las alarmas. El acuerdo incluía la obligación de que Charlène permaneciese casada con Alberto durante cinco años, así como darle un heredero que garantizase la continuidad de la dinastía Grimaldi.