Mondariz, un par de historias con H mayúscula

SOCIEDAD

CEDIDA

Aunque Emilia Pardo Bazán describió en La Voz los veraneos de la alta sociedad en Mondariz como una pasarela de vanidades, otras antiguas y floridas crónicas del periódico rescatan también historias de conspiraciones políticas, supermillonarios enamoradizos e incluso la de una Constitución que no fue. ¿Qué tendrían aquellas aguas?

07 abr 2021 . Actualizado a las 17:59 h.

La pandemia y sus restricciones de todo tipo han vuelto a colocar al Gran Hotel Balneario de Mondariz en un nuevo horizonte: la propiedad acaba de poner a la venta, por 33 millones de euros, el histórico complejo que desde hace siglo y medio, con épocas gloriosas y otras menos brillantes —incluyendo un incendio en 1973 y posteriores décadas de ostracismo—, ha llegado a la actualidad como una de las referencias termales de Europa. Estos días la mirada se vuelve nostálgica hacia la particular belle époque del balneario, con ilustres y dispares huéspedes como la infanta Isabel de Borbón, Rockefeller III, Miguel Primo de Rivera, presidentes y realeza de Portugal, intelectuales gallegos como Curros Enríquez y Valle Inclán o acaudalados burgueses centroeuropeos que lo alternaban con Baden Baden o Biarritz. Hasta esos tiempos hemos viajado con nuestro archivo para descubrir un par de historias que se cocieron en El Escorial gallego, detrás de otras más conocidas:

En el centro de la imagen, son sombrero blanco, Emilia Pardo Bazán en Mondariz
En el centro de la imagen, son sombrero blanco, Emilia Pardo Bazán en Mondariz

«Mondariz, foco de conspiradores». Así titulaba La Voz en junio de 1911 su crónica de la temporada veraniega en el balnario, a la que la condesa de Pardo Bazán, también en las páginas del periódico, se había referido en su día como un escenario de «vanidades y farsas sociales: la cola de las aguas se asemeja a la salida del Teatro Real». El Gran Hotel, que también había enamorado a la alta sociedad portuguesa gracias a las modernas instalaciones impulsadas por Enrique Peinador en las que no faltaban los últimos avances en telecomunicaciones o una instalación eléctrica tutelada por Isaac Peral, se había convertido con el cambio de régimen en el país vecino en un fortín de los rebeldes que se enfrentaban a la nueva república lusa. «En una fiesta religiosa realizada en la capilla del mismo establecimiento, se hizo oir un himno depreciatorio, cantado por señores de la aristocracia portuguesa, a las que se unió una señora de la familia del propietario del establecimiento», relataba el diario, que aseguraba que los ánimos estaban «muy exaltados». Entre bambalinas, contaba La Voz, se encontraba el capitán del Ejército portugués Paiva Couceiro, un ferviente monárquico «que pasa los días y las noches metido en un cuarto, donde le sirven la comida. Le guardan la puerta seis hombres armados».

También capítulos históricos de la política española se escribieron entre trago y trago de las aguas bicarbonatadas, carbogaseosas y ferruginosas de Mondariz, donde según Carlos Arniches se establecían «vínculos de amistad y simpatía de lo más florido de la sociedad». Mientras John Rockefeller III y la hija de Primo de Rivera flirteaban por los alrededores del balneario en agosto de 1929, el dictador bosquejaba una carta magna que él mismo pensó en llamar Constitución de Mondariz .y que pensaba someter a referendo para iniciar una transición política con elecciones en abril de 1931. Al final fue solo un proyecto, pero aquellos comicios municipales significarían el nacimiento de la Segunda República. La Voz relataba así un día cualquiera del verano de Primo de Rivera en el balneario: «Se levantó a las diez y media de la mañana. Después de despachar algunos asuntos hizo la cura de aguas, formando en la cola con los demás agüistas. Una mujer le entregó una carta pidiéndole resolver un pleito de familia. Firmó numerosas fotografías». No contaba entonces el periódico detalles más personales, que en tiempos de una férrea censura en prensa, para relatar el intento de abuso de un noble portugués a una campesina, a la que trató de subir a su habitación del hotel, daba toda clase de rodeos antes de concluir: «Armóse un gran escándalo». Años más tarde, en una crónica de La Voz que se refería a aquellos tiempos, podría leerse que al viudo Primo de Rivera «verbenero y alegre», le gustaba «hacer escapadas nocturnas a Vigo». Se ve que, pese a su pasión por las de Mondariz, tampoco le hacía ascos a otras aguas.

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