«¡Menos mal que vino la policía y nos desalojó las terrazas, menos mal!»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

SOCIEDAD

Ramón Leiro

El sábado, el «desmadre» en la plaza de la Verdura de Pontevedra obligó a intervenir a la policía. El domingo, antes de servirles, los camareros lanzaban serias advertencias a quienes se sentaban en las terrazas

01 mar 2021 . Actualizado a las 21:07 h.

El casco histórico de Pontevedra es, en realidad, una gran terraza. La condición peatonal de la ciudad favorece a los negocios hosteleros, que pueden montar veladores en prácticamente cualquier calle sin que los coches molesten a quienes disfrutan de una caña a cielo abierto. Aún así, hay rincones privilegiados, donde consumir en una terraza es hacerlo en una antigua plaza de piedra coqueta, hermosa, llena de esa vidilla que tanto nos gustaba hasta que apareció la pandemia.

Sin duda, dos de esos lugares son las plazas de la Verdura y la Leña, los corazones de la zona monumental. Se está tan bien ahí que el domingo, con el sol de mediodía como testigo, María José, una pontevedresa que reconocía que desde el viernes ha visitado la hostelería varias veces, esperó más de media hora larga de reloj sentada en un banco de la plaza al acecho de una mesa. «Creo que le dimos pena a los chicos que estaban ahí sentados y nos la dejaron», contaba entre risas mientras apuraba una caña con sus dos buenas tapas en el bar Os Carballos.

María José, de mediana edad, tuvo paciencia. Esperó en un banco, con su mascarilla y sus ganas de tomarse la cerveza. El problema es que otros, el sábado, no lo hicieron. Y la plaza de la Verdura, esa misma que el domingo al mediodía estaba muy concurrida por el terraceo y quienes esperaban mesa, pero que daba una imagen de orden, de cordura de tiempos covid, el sábado por la tarde se convirtió en un auténtico «desmadre». De ahí que tuviese que acabar interviniendo la policía para desalojarla, quedando así injustamente manchado el terraceo pontevedrés cuando, en realidad, solo se necesita pasear por la zona monumental para comprobar el esfuerzo de muchos hosteleros por cumplir las normas, aunque a veces les parezcan ciertamente «absurdas», como la que les obliga a montar toda la terraza como antaño y precintar las mesas que no utilicen

Volvamos al sábado por la tarde. No faltaba demasiado para que los bares tuviesen que cerrar cuando la Policía Local de Pontevedra tuvo que intervenir en la plaza de A Verdura. Desalojó y cerró los bares porque una marabunta de ciudadanos se arremolinaba en torno a los tres locales hosteleros que allí se ubican, en los bancos de este espacio público, las escaleras de piedra que hay o cualquier otro rincón. Muchos de ellos llevaban bolsas con bebida, como claro indicativo de que habían ido allí a montar botellón. Otros, se negaban a separarse de las mesas de los bares aunque los hosteleros se lo habían pedido de todas las maneras posibles. Y, algunos más, recibieron a los agentes con insultos o canciones.

La algarada fue tal que a los hosteleros no les pareció mal que llegase la policía y mandase parar. Todo al contrario, lo agradecieron: «¡Menos mal que vino la policía y nos desalojó las terrazas, menos mal!», decía María, desde el bar Os Carballos. Luego, contaba que la situación vivida fue desesperante: «Yo ya lo dije el viernes, que temía lo que pasara al día siguiente. Y por desgracia no me equivoqué. Fue una cosa terrible. Vino muchísima chavalada, muy jóvenes y con muchas ganas de beber. Nosotros les dijimos que solo les íbamos a servir si eran cuatro y así lo hacíamos. Pero cada vez que nos dábamos la vuelta aparecían un montón alrededor de la mesa. Los echabas una y otra vez y no había manera... y luego otros haciendo botellón al lado. Estoy agradecidísima a la policía porque lo hizo muy bien echándolos a todos. Y menuda paciencia tienen los agentes, porque les insultaban, les faltaban al respeto y ellos aguantaban... yo creo que no sería capaz de tener ese aguante». María no es la única hostelera que opina así. Desde el Feira Vella, Delia dice exactamente lo mismo: «Esto fue terrible, fue una auténtica pasada. La gente vino a hacer botellón y nos complicó todo. ¿De verdad creen que nosotros queremos esto? Lo que quiero es atender a mis clientes, que llevo aquí veinte años y siempre lo hice. Pero es que lo del sábado fue terrible. No podíamos trabajar ni hacer nada». La intervención policial se saldó con seis clientes denunciados y también una propuesta de sanción a un hostelero. 

¿Qué pasó este domingo? El «desmadre» del sábado sirvió de medicina preventiva. Al menos, a la hora del vermú. La primera cuestión a favor es que, sobre una de la tarde, no había ni rastro de la marabunta de chavales que el día anterior aparecieron en la plaza cargados con bolsas del súper y latas de cerveza. «Aún estarán durmiendo, deja que duerman», señalaba entre risas el cliente de una terraza que el día anterior, atónito, presenció el desalojo de la plaza. Es cierto que hoy no cogía un alfiler en las mesas de las terrazas y que había que esperar cola para tener sitio, pero no menos real es que se cumplía la norma de tener mesas precintadas y que la sensación era de cumplimiento. No se veían reuniones de más de cuatro personas. Las mesas centrales de la plaza estaban inutilizadas y con carteles que así se lo sabían hacer a los clientes. 

Seguramente, el desalojo del sábado sirvió de medicina preventiva. Y, el domingo, lo que más llamaba la atención, era cómo los hosteleros se preocupaban de que quienes cogieran mesa tuviesen claras las normas. Manuel, Mikel, Adriana y Pablo, cuatro universitarios que estaban haciendo una ronda de vermús, estuvieron un rato sentados en un banco esperando a ver si quedaba una mesa libre en el Feira Vella. Vieron que se levantaban unos clientes y allá fueron. Pararon a tiempo, antes de sentarse: «Teñen que desinfectar primeiro, non vos sentedes», dijo uno de ellos. A los pocos minutos llegó Delia, la camarera, desinfectante y trapo en mano. Cuando los chavales se acomodaron, Delia tomó la palabra: «Mirad, voy a ser muy clara con vosotros. Sois cuatro, no se os ocurra que venga nadie más en la mesa, porque si hay más gente ya no es que no le vaya a servir, que por supuesto que no, es que os levanto al momento, pagáis y os vais. Así son las normas. No quiero veros sin mascarilla si no estáis bebiendo, ni tampoco fumando. Por favor, os pido que no escondáis el cigarro encendido bajo la mesa, ya lo hicieron y me doy cuenta y también os echo», les dijo. Ellos asintieron. Es más, le agradecieron el recordatorio: «Ten toda a razón, porque ao final o prexudicado cando non se cumpre é o bar», indicaban. Luego, llegaron los vermús y ellos seguían con sus cubre bocas puestos y sin haber recibido a ningún visitante indebido. Y Delia, profesional y amable, les sonrió de oreja a oreja mientras les ponía lo suyo. 

En realidad, a Delia y a María, hosteleras y currantes, les hubiese gustado que el fin de semana pudiesen hacer su trabajo sin ese desbarajuste del sábado de por medio. No pudo ser y eso les hizo vivir una pesadilla. Marta González, otra hostelera, que tiene el emblemático local La Gramola en una plaza muy próxima a la Verdura y también fetiche del terraceo en Pontevedra, la plaza de Méndez Núñez, ya intuía que algo así podía pasar y por eso decidió no abrir. Hace meses, en la anterior desescalada, ya vio que era muy difícil controlar la situación por las personas que se arremolinaban en las mesas. Esta vez, «con todo el dolor del alma», simplemente, no levantó la persiana.