La primera vez que La Voz habló del cierre de la hostelería: «Que no se escape ni una rata»

SOCIEDAD

ARQUIVO BAR " A TASCA "

«¡El pueblo asaltará nuestros locales!», exclamaban unos. «¡Lo mejor es abrir y no pagar las multas!», exhortaban otros. «¡Pues nos damos de baja en la contribución!», se escuchaba al fondo de la sala. En octubre de 1907, La Voz asistía a una reunión de hosteleros, muy irritados ante la clausura de sus establecimientos por la ley del descanso dominical. La llamada Reforma desde arriba del Gobierno de Maura (quizás desde demasiado arriba, y sin mucha perspectiva) exigía el cierre de las tabernas desde el sábado noche hasta el lunes. Y se armó una buena

03 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La crisis del covid ha recuperado expresiones como «cierre de la hostelería» y conceptos como el de «servicios esenciales» que hace un siglo ya ocuparon decenas de páginas del periódico. Y ha mostrado la capacidad para reinventarse (cafés para llevar, menú online, servicios de comida a domicilio...) de empresarios de este sector cuyos bisabuelos de 1907 también tuvieron que buscarse la vida: el bar-tienda de pueblo o de barrio, tan típico hasta hace no muchos años, o la generalización de la costumbre de servir un pincho con el vino fueron consecuencia, en gran medida, de la prohibición que entonces se dictó sobre la apertura de las tabernas en domingo.

Porque la aplicación de la llamada ley del descanso dominical, que el gobierno largo (1907-1909) de Antonio Maura puso en marcha en la segunda etapa de este como presidente del Consejo de Ministros, tras un ensayo en su anterior mandato (1904), exigía el cierre en el séptimo día de la semana de aquellos negocios o industrias que no fueran esenciales. Una medida que en la época era un disparo a la línea de flotación del modo de ser de un pueblo: las vendedoras de las ferias, que venían a la ciudad a sacarse unos reales con sus productos, o los trabajadores de explotaciones agropecuarias en una economía marcada por el sector primario, montaron en cólera. Como concluye el historiador José Ricardo Díaz Pardeiro, la ley venía a decir: «Disfrutad del ocio, pero no reparaba en cómo, cuándo y con qué medios».

«Los beodos por las calles»

Además, la disposición incluía a las tabernas donde solo se servían licores, pero eximía a los restaurantes o casas de comidas, a los cafés y a los ultramarinos, lo que dejaba una puerta abierta a la picaresca, alentada por la necesidad. En este contexto, miles de trabajadores ociosos los domingos no podían consumir alcohol, en teoría, más que en sus casas, mientras los hosteleros veían cómo se les escapaba un jugoso negocio en aras —como reproducía el diario aludiendo a fuentes gubernamentales— de «acabar con el lamentable espectáculo de los beodos por las calles». De ahí que en aquella reunión de octubre que reproducía La Voz, los bodegueros se mostraran furibundos:

—«¡Si cerramos nosotros deben cerrar también los cafés, ambigús y kioscos!».

—«¡Que no se escape ni una rata! No vale decir que su negocio es un ultramarinos y no un bodegón».

—«¡A mí me consta que en algún café se han metido estos días bocoyes de vino!».

En el encuentro algunos solicitaron una medida radical: cerrar todos los días en señal de protesta. Alguien exclamó entonces: «¡Pero el pueblo asaltará nuestras tiendas!». Y una voz solidaria recordó: «Entonces perjudicaremos a la clase obrera». Al final se decidió que seguirían abiertos y que pagarían las multas y, en último caso, que se darían de baja en la contribución. En otras partes de España se convocaron huelgas, que al final se quedaron en cierres simbólicos de medio día. El ministro Juan de la Cierva, según informaba el periódico, se mostraba inflexible y anunciaba además nuevas restricciones en horarios de espectáculos o en el juego en locales. Y aunque también reguló los tiempos en que las casas de comidas podían servir sus menús o determinó el servicio que podrían prestar los ultramarinos, lo cierto es que «hecha la ley, hecha la trampa». Había que sobrevivir: servir un pincho con el vino y, por tanto, estar dando de comer al cliente, fue una de las soluciones para evitar el cierre. El Gobierno de Maura ya tenía entonces asuntos más importantes que lidiar, como la sangrienta Semana Trágica de Barcelona.

Así que los resultados de este polémico capítulo de aquella ley podrían verse de dos maneras: con la botella medio llena o con la botella medio vacía.

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