La Voz de Galicia
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23 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Después de tantos meses, con el cansancio acumulado en los párpados y una incomprensión rabiosa sostenida en los puños cerrados, las ventanas que todavía quedaban abiertas se van poco a poco cerrando. Al otro lado del cristal también llevan mascarillas y se refleja en los ojos ese terror de baja intensidad que lo envuelve todo cuando es imposible entender lo que está pasando. Las pantallas empiezan a dejar de ser una vía de escape un espejismo que de devuelve a un pasado que a estas alturas ya parece muy lejano, como de otro universo, a pesar de que todavía no ha pasado ni un año.

Y ahora también hay una habitación que acumula futuros rotos en este hospital californiano en el que un doctor con trastorno del espectro autista enseña lecciones a diario. Pero ahora tiene las orejas abrasadas y el corazón en carne viva en un estado de emergencia que todos sabemos que se está eternizando. Hay parejas suspendidas manteniendo un delicado equilibrio bajo una tormenta que lleva por apellido confinado. Matrimonios en fuerte marejada porque es muy fácil convivir sin verse y esa ignorancia mutua es lo que ha impedido que se vayan quebrando. Un duelo interminable porque cuando asumes una pérdida ya está otra golpeando. Y empiezas a echar de menos aquellos espejismos de un personal médico cuyo gran drama era estar enamorados.