Vicente Clemente Gómez Carro, una persona vitalista, honesta y amante de la naturaleza

SOCIEDAD

Vicente Clemente López Carro
Vicente Clemente López Carro

Mentor de variados profesionales, su talento innato para los negocios hizo crecer en lo personal a todo el que le rodeaba

23 nov 2020 . Actualizado a las 17:25 h.

Su despedida aún es reciente, pero su recuerdo será perenne. Como las hojas del buen árbol al que las personas se arriman en busca de una buena sombra. Vicente Clemente Gómez Carro (A Coruña, 10 de abril de 1942-Santiago, 27 de octubre del 2020) deja un legado de honestidad que supondrá un ejemplo para generaciones venideras.

Había superado un infarto hace muchos años y su salud no se había resentido, pero la apisonadora física y mental de esta pandemia encontró el modo de horadar la vitalidad que le caracterizó a lo largo de toda su existencia. «Salió del confinamiento de cierto modo, más deteriorado, como si se hubiese acelerado algún tipo de proceso», describe Tito, uno de sus tres hijos (junto con Ricardo y Santiago). Su esposa, María Asunción, vivió a su lado estos complicados momentos. Ambos se profesaban un gran amor.

Fue un punto de inflexión para un hombre a quien le apasionaba la relación con la naturaleza en su sentido más amplio. No dejaba pasar un día sin acudir desde su domicilio compostelano a la casa familiar situada en Abegondo. Allí proyectaba varias de sus pasiones, como la cría de animales (como perros de caza, e incluso llegó a disponer de un rebaño de ovejas) y plantaciones de todo tipo, desde la huerta hasta las explotaciones forestales, para las que tenía un talento innato (calculaba de memoria la capacidad maderera de un terreno con una exactitud asombrosa). Uno de ellos. Hasta llegó a atreverse con un viñedo en una zona geográfica atípica para ello.

«Siempre estaba experimentando en estas áreas. Era muy vitalista. Es un aspecto que nos inculcó a todos, esa pasión por el campo y por los deportes al aire libre. Yo me introduje en la pesca submarina gracias a él, cuando apenas tenía 7 años y todavía mantengo la misma pasión por esta actividad», ejemplifica Tito, que también le acompañaba al monte en sus salidas de caza, otra de sus actividades predilectas.

Licenciado en Derecho, aunque nunca llegó a ejercer tras comprobar que poseía una habilidad innata para los negocios gracias a su capacidad de análisis e intuición, en Santiago desarrolló su carrera empresarial como promotor inmobiliario, entre otras actividades. También en esta vertiente supo hacer el bien a su prójimo, tal como recordó en sus exequias Roberto Pereira, presidente del Círculo de Empresarios de Galicia y el Club Financiero de Santiago, tras aludir a sus inicios como contable en una de las empresas de Vicente Clemente Gómez Carro.

Destacado mentor de otros profesionales, su familia apunta que «se aprendía a su lado; tenía un carácter peculiar y una mente privilegiada; jamás se acercó a un ordenador ni envió un correo electrónico, nunca le hizo falta».

A pesar de su gran éxito empresarial, mantenía un estilo de vida frugal, ejemplo de humildad y corrección. «Era, en ocasiones, un personaje complicado, incluso para la familia, pero su amistad nunca fallaba. No necesitaba pregonarlo ni aparentar, ni mostraba alardes», aseguran. «En el inicio de la pandemia, me sobrecogió su llamada para interesarse por mi estado. Le tranquilicé, pero así era él: en cuanto había un incendio, era el primero en asir la manguera», apunta su hijo Tito.

Fuerte vínculo con su familia emigrada en Argentina y las amistades de estudiante

Vicente Clemente Gómez pasaba, en su adolescencia, grandes temporadas con su abuela en la casa familiar de Abegondo. No poseía una familia amplia, y parte de ella se había visto obligada a emigrar a Argentina. Sin embargo, los vínculos eran fuertes e intensos. Tanto que las pasadas Navidades, Santiago fue el escenario de un emotivo encuentro en el que participaron miembros que vivían a uno y otro lado del océano Atlántico.

Siempre mantuvo vivo ese lazo, a pesar de la distancia física, y se preocupó de que sus hijos advirtiesen la necesidad de que continuase de ese modo. La calidad de las relaciones estaba fuera de toda duda.

Sucedía algo similar con las amistades que cultivó en sus tiempos de estudiante universitario en Compostela. Amistades perdurables que en sus reencuentros recuperaban las anécdotas propias de aquella época.