Iván Pajón, ebanista náutico: «Equivocarse puede ser catastrófico»

SOCIEDAD

MARCOS MÍGUEZ

Desde la Edad Media, estos artesanos no han hecho más que ganar prestigio. A pesar de ello, Galicia cuenta con los dedos de una mano los dedicados a hacer habitables los barcos: Iván Pajón es uno de ellos.

04 nov 2020 . Actualizado a las 20:05 h.

La voz de Iván Pajón López (A Coruña, 1974) se carga de pasión cuando describe su relación con la madera. Se formó en ebanistería en el Isaac Díaz Pardo de Oleiros y lleva en el oficio desde 1995, aunque llegó a la náutica por casualidad en el 2015. Junto a su socio Enrique Seijo gestiona Padouk en Sada, y es uno de los escasos ebanistas náuticos de Galicia. «No hay mucho mercado, no es el Mediterráneo. No llega para vivir», infiere.

Pero aquel día que una vecina le puso en contacto con Herbert, un médico alemán en tránsito con su velero clásico, el Sunny Boy («al que le guardo mucho cariño», recalca Iván) para que le arreglase su deteriorada cubierta, marcó un hito en su carrera profesional. «Era lo único que me faltaba por hacer. Y me parecía tan complicado como divertido. Al final, todo estaba podrido y hubo que empezar como con un lienzo en blanco, desarmando todo. Y sin usar ni un tornillo ni un clavo, por contrato. Me llevó seis meses», recuerda. «No encontré a nadie que me orientase. Fue ensayo y error, pero sin margen de error», insiste.

«Soy ebanista porque me permite llevar al límite la creatividad y crear objetos que le hacen la vida más agradable a la gente», lanza. A diferencia de la carpintería, esta disciplina trabaja maderas finas, con técnicas como chapeado, marquetería, torneado... con menores tolerancias, acabados mejores e integrando múltiples materiales, incluidos metal, vidrio, resinas plásticas... desde el diseño al montaje.

«Transformamos un pedazo de madera en un objeto útil. Aunque la gente no se dé cuenta es un material vivo. Tiene tensiones internas que dependen de la disposición de sus fibras y los anillos de crecimiento del árbol respecto al plano de la pieza. Le afectan las condiciones atmosféricas y cada una reacciona distinto. Tenemos que anticiparnos a esos movimientos y que todas las piezas trabajen en sintonía y se compensen entre sí para un resultado óptimo», describe.

«Hay maderas más dóciles como el cedro, que manejas a tu antojo. Y otras como el iroco (la teca) que en el exterior aguanta más y se usa en náutica, pero con un carácter más difícil. Si te equivocas, el resultado puede ser catastrófico», apunta. «Desarrollas técnicas nuevas y solucionas temas complejos. En una casa, con un plomo y un nivel, puedes hacer cualquier cosa, pero en un barco no valen de nada. No hay dos piezas iguales, por la curvatura del casco. Te complica mucho la vida. Y el resultado hay que mirarlo con lupa, no puede haber juntas ni nada. Tiene que parecer que la pieza ha nacido ahí», alecciona.

La pasión del relato vuelve a desatarse: «Me gusta meterme en berenjenales, me estimulan los retos. Le pongo toda el alma para que quede espectacular. Yo mismo me quedo con la boca abierta de cosas que no me creía capaz. Y la cara del cliente. Es lo más satisfactorio, más que el dinero».

Pajón, hijo de marino mercante, siempre tuvo más querencia por la ingeniería naval que por la navegación. «Tengo mucho respeto al mar. Me ofrecieron un periplo trasatlántico en un velero. Me disculpé diciendo que soy muy alto y no quepo en los camarotes... pero no me pillan en un barco pequeño cruzando el Atlántico ni de broma», advierte con una sonrisa.

Además, descarta aceptar trabajos fuera de Galicia mientras no crezca su hijo, Adrián, que ahora tiene ocho años. Iván zanja: «Apunta maneras, pero ya me avisó que él quiere ser científico en el Gran Colisionador de Hadrones... Casi nada».