«Sea Fever» traslada con eficacia el universo alien a un barco pesquero irlandés

José Luis Losa SITGES / E. LA VOZ

SOCIEDAD

Fotograma de la irlandesa «Sea Fever».
Fotograma de la irlandesa «Sea Fever».

En «The Owners», Julius Berg coge una trama que no es nueva, la de los raterillos que asaltan la mansión de un matrimonio de ancianos y que pronto pasan de ser gato a ratón, y mueve piezas acertando cada jugada

11 oct 2020 . Actualizado a las 19:25 h.

La ausencia en los contenidos de este festival de grandes firmas, ante el vacío pandémico, va dejando espacio a un tipo de producciones de clase media presupuestaria a las que el género fantástico se amolda con especial versatilidad. Así, no son aldabonazos de arte mayor, pero se respiran muy bien la irlandesa Sea Fever y la muy británica The Owners. La primera es una traslación en clave minimalista del universo Alien desde la nave Nostromo a un barco pesquero donde la debutante Neasa Hardiman acierta al optar por un tono menos estridente que atmosférico en la progresión de cómo el monstruo y su carga viral se van apoderando de la situación, filtrándose suavemente por entre sus intersticios. Y compone un cuadro de personajes acosados que parece guiñar el ojo al universo de Howard Hawks quien, al fin y al cabo, codirigió la primera de las versiones de La Cosa.

The Owners, de Julius Berg, es también otra ópera prima que no lo parece por lo preciso en su ajuste de saber bien a lo que juega y desarrollar esas bazas con más que solvencia. La trama con los raterillos que asaltan la mansión de un matrimonio de ancianos y que pronto pasan de ser gato a ratón no es novedosa. Pero Berg mueve piezas acertando cada jugada. Aprecias algún suave eco -naturalmente, en clave menor- de La huella de Mankiewicz. Y se saborean las excepcionales interpretaciones de los veteranos Sylvester McCoy y Rita Tushingham. Es muy feliz el reencuentro con ella, una de las estrellas del free cinema (en aquel entonces hubiese sido la ladrona working class de Un sabor a miel, a la que ahora humilla como Lady Gaga). Y mención aparte merece McCoy, personaje poco conocido en España que fue guardaespaldas de los Rolling Stone antes que genio teatral. Aquí se luce mimetizando a aquel memorable villano y medico ángel de la muerte que Laurence Olivier bordó en Marathon Man.

La tercera película en competición, la húngara Comrade Drakulich, es una parodia de los años finales del comunismo en Budapest, comedia que trufa vampirismo y sátira política con un nivel de zafiedad que convertiría La hoz y el Martínez de Andrés Pajares en tersa farsa de Lubitsch.

El día de la marmota y la violencia de género

Desarolla Lucky, de la directora Natasha Kermani, una nada trivial reflexión sobre la violencia de género llevada al extremo -el del asesinato de la mujer- a partir de una estructura que remite en un bucle todavía más exasperante al del día de la marmota de Atrapado en el tiempo. Así, su protagonista, Brea Grant, implicada también como autora del guion ve como una y otra vez es atacada por un hombre enmascarado con filoso cuchillo. La reiteración de esa secuencia de slasher se produce ante la impavidez de instituciones como la policía.

Esta manera en la cual Lucky vuelve una y otra vez al mismo punto, lejos de agotar, posee mucho más sentido que la insufrible arbitrariedad de Christopher Nolan en la extenuante Tenet. Y se ritualiza, en sus capas de lectura del análisis de la violencia que tiene como epicentro a la mujer, en un ejercicio de zarpazos sobre la epidermis de una trama que parece invocar inteligentemente al giallo de Dario Argento y los loopings de argumento de Brian de Palma.