Pepe Deus, el gallego intrépido que enseñó a los americanos a botar barcos
SOCIEDAD
El mismo ingeniero que diseñó el éxito de Astano salvó a la tripulación de un submarino y fue dado por desaparecido dos veces en su larga vida de novela
15 jun 2021 . Actualizado a las 15:58 h.Aun desde las coordenadas del tiempo presente, un tanto mediocres, resulta decepcionante que alguien así carezca del reconocimiento que merece, no ya en Galicia o España, sino en cualquier rincón del planeta en el que sigan construyéndose barcos. José Deus López (Mugardos, 1928) es un hombre risueño, aunque se confiesa solitario. Mantiene su despacho en el saludable desorden ordenado de quien continúa trabajando a su manera y prefiere que nadie más toque sus papeles. Sus 92 años de vida han transcurrido como una novela. Ingeniero naval y capitán de fragata, fue uno de los artífices del éxito de Astano -«aún recuerdo cuando José María González-Llanos me llevó a Perlío y me dijo: ‘‘¿Ves este varadero de pesqueros? Vamos a convertirlo en un astillero''»- y el auténtico cerebro tras las botaduras de los superpetroleros que hicieron de él el mejor astillero del mundo en su momento, para asombro de norteamericanos y japoneses. Por si fuese poco, salvó a la tripulación de un submarino de morir a 55 metros de profundidad, fue dado por desaparecido dos veces, una de ellas en el Pacífico, rescató buques encallados y, entre otras muchas proezas, evitó que el paso del ciclón Hortensia acabase de tumbar en 1984 la grúa pórtico de la factoría de Fene, en su día la mayor de Europa, después de encaramarse a lo más alto de sus 75 metros.
«Fui un niño libre; a las cinco de la mañana, mientras mi madre compraba pescado, yo jugaba, estudiaba la lección en Bestarruza y tenía mi propia pandilla, la pandilla de Cheíño», recuerda Pepe Deus, como le conocen sus amigos. Desde allí, en lo que hoy es una playa, escuchó los primeros disparos que marcaron el estallido de la Guerra Civil en Ferrol.
Fueron tiempos muy duros y su familia respiraba por el bando comunista, pero nunca faltó comida en casa. Hasta que el 28 de febrero de 1947, el destructor Sánchez Barcaiztegui embiste una de las lanchas que comunican Ferrol y Mugardos a través de la ría. En un capítulo que nunca fue aclarado, mueren trece personas. Entre ellas, su madre, Adela, y su tía Julia. «Entonces estudiaba el bachiller en el colegio Dafonte. Lo tuve que dejar, claro, y un amigo me animó a que los dos nos presentásemos a los exámenes para la escuela de Bazán. Saqué el número uno en taller y el dos en delineación». Así comienza una escalada profesional y formativa que llevará a Deus a la Escuela de Máquinas de Ferrol, a la Escuela Naval de Marín, a la base de submarinos de Cartagena, al Observatorio de Marina de San Fernando y, por fin, a la Escuela Superior de Ingenieros Navales de Madrid, donde se titula y acaba obteniendo el grado de doctor.
Deus ingresa en Astano en 1963. Allí se jubilará como director del departamento de Ingeniería y Estudios y uno de los mayores expertos mundiales en botaduras. Sus estudios permitieron llevar al mar los buques más grandes del mundo, construidos en unas gradas a las que el ingeniero dio una curvatura «para que el empuje siempre predominase sobre el peso». Ideó, además, un ingenioso dispositivo, el patín, que facilita el giro del buque al entrar en contacto con el agua, evitando los brutales rozamientos que solían acompañar este tipo de procesos. «Antes se botaban los buques sin patín y era tremendo, se rompían las estructuras e incluso se dañaban los barcos», explica su inventor.
Siempre se ha hablado de los japoneses escépticos que acudieron a las botaduras del Arteaga o el Al Ándalus, que, con 325.000 y 363.000 toneladas de peso muerto, constituyen un hito en la construcción de buques sobre grada inclinada, cuyos avances beneficiaron a astilleros de toda Europa: «Claro que vinieron; pensaban que aquello saldría mal, pero descubrieron que nosotros éramos más inteligentes».
«¿Qué han hecho con el mejor astillero del mundo?»
Después de aquellas botaduras, Pepe Deus viajó por media Europa y Estados Unidos para ilustrar a sus ingenieros sobre cómo hacer las cosas. «Ellos tenían mal sus gradas. A los suecos y a los noruegos les tuve que decir que eran fatales. A EE. UU. iba para unos días y eché cinco meses en un astillero de Texas, que tenía sus gradas por encima del nivel del mar. Los buques se rompían, pero les di una solución y fue un éxito». Son sistemas que cuarenta años después se siguen empleando, pero no dieron lugar a una sola patente. Una lástima que Deus admite: «Yo entonces buscaba soluciones; en aquel tiempo no pensábamos en patentes».
Esta vida de conocimiento estuvo trufada de aventuras. En los años 50, ejerció como jefe de máquinas en varios submarinos. En una ocasión, frente a las costas de Sudáfrica, el comandante del sumergible lo enterró en el fango a 55 metros. «Yo era buen submarinista, así que salí por la escotilla. Había una tenue claridad, pude hacerme con la boya de señalización y ascendí con ella, parando cada cinco metros por la descompresión. Estuve cinco horas en la superficie hasta que una fragata nos localizó». Aquello le valió una condecoración. También una temporada en el hospital. Había salvado la vida de sus quince compañeros. En los 70, navegando el Pacífico con un carguero de tripulación italiana construido en Astano, fueron interceptados por la Armada china y acusados de haber invadido sus aguas. «Estuvimos presos varios meses en Taiwán y en España me dieron por desaparecido. Menos mal que trabé amistad con el director del penal, a cuyo hijo enseñé español, y logró que me liberasen como ciudadano argentino a través de su consulado».
Todo aquello no parece haber dejado cicatrices en el ánimo del veterano ingeniero. Sí, en cambio, lo que ocurrió con Astano. «Cada vez que paso por allí se me cae el alma a los pies. ¿Qué han hecho con el mejor astillero del mundo?». Una buena pregunta que merece una respuesta. Y que alguien tenga, de una vez, la vergüenza de contestarla.