«A min coser reláxame moito»

SOCIEDAD

ALBERTO LÓPEZ

Mari Carmen Maceira es un ejemplo claro de que el oficio tradicional de modista permanece más vivo que nunca. Desde su taller de Vilalba demuestra que el trabajo artesanal está muy lejos del industrial: «A roupa feita a man si se nota», dice.

23 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Es posible ver a alguien por la calle y saber a primera vista si su ropa fue encargada o procede de confección industrial? La vilalbesa Mari Carmen Maceira dice que sí, aunque ella tiene el ojo formado en décadas de trabajo como modista. Si quisiera hacer una prueba, le bastaría con bajar de un entresuelo a la calle, pues su taller de confección está en una de las esquinas más transitadas de la capital de la Terra Chá.

Si hay oficios que acaban sepultados por el paso del tiempo, convirtiéndose en asunto de museo, otros, en cambio, encuentran nuevas posibilidades. El de modista parece uno de ellos, porque no solo hay gente que sigue encargando ropa sino que los arreglos van a más. Las prendas compradas por Internet a menudo requieren arreglos antes de ponerse, y además, explica Mari Carmen Maceira, las tallas han cambiado algo en los últimos tiempos. Incluso desvela que hoy la ropa suele reciclarse más que tirarse.

Los encargos se realizan sobre todo para fiestas y ceremonias, mientras que en la indumentaria del resto de los días se eligen prendas elaboradas en serie. Hacer un vestido o una falda, dice, es un trabajo «minucioso e lento» en el que se empieza poniendo cuidado al elaborar el patrón y se acaba prestando atención a los remates de la prenda. Con todo ello, se entiende que resulte difícil concretar el tiempo necesario para hacer un vestido: «Pódese facer nun día, pódeche levar dous», afirma. Quien hace el encargo debe saber algo: «Entre o industrial e o artesanal hai diferenza», recalca, explicando además que siempre da un toque personal. «A roupa feita a man si se nota», opina.

Entre el material que se ve en su taller hay varias máquinas de coser. Mari Carmen Maceira explica que los clientes de corta edad no se sorprenden al encontrarlas sino que las conocen de haberlas visto en fotografías. Aunque el suyo es un trabajo para encargos con una fecha más o menos concreta, parece posible un cierto relax. «A min coser reláxame moito, é algo no que me sinto moi cómoda», dice.

Que los clientes acudan a su taller constituye una diferencia grande con lo que ocurría hace décadas, cuando las costureras iban de casa en casa para hacer su trabajo. Para Mari Carmen Maceira, pocos alicientes para la nostalgia ofrecen aquellos tiempos: por un lado, eran muchas horas de trabajo y de pocos ingresos; por otro, las mujeres que se dedicaban a la costura eran las que tenían poca fuerza para las duras faenas agrícolas de entonces.

Hoy los tiempos son otros, y la preocupación por la imagen no entiende de sexos ni de edades. «Tamén hai homes presumidos», reconoce esta modista, cuyos clientes, a veces, demuestran lo que cambian gustos y modas: por ejemplo, subir poco o bastante los bajos de un pantalón puede ser motivo de discrepancia entre jóvenes y adultos. Mari Carmen Maceira escucha a unos y a otros: «O cliente ten a última palabra, pero hai quen se deixa aconsellar», admite. De todos modos, ella, además de consejos, da enseñanza, pues imparte clases en su taller un día por semana.