«Con unas pesetas saldremos del paso»

SOCIEDAD

IMAGEN DE UNA JOVEN MUJER ELEGANTE POSANDO EN LOS CANTONES DE A CORUÑA
IMAGEN DE UNA JOVEN MUJER ELEGANTE POSANDO EN LOS CANTONES DE A CORUÑA ALBERTO MARTI VILLARDEFRANCOS

[...] Ya es hora de deshacer rancios convencionalismos, disfraz de auténticas miserias: cualquier obrero mecánico que viste con tela azul de mahón gana más que la mayoría de quienes asisten a sus oficinas con altos puños [...] Así comenzaba este artículo editado en La Voz hace ahora 100 años, en el que se denunciaba el alto precio de la ropa que exigían las formalidades sociales y lanzaba una propuesta, para entonces revolucionaria, que hoy en día calificaríamos de «democratización de la moda». Detrás de esta publicación se esconde toda una radiografía de la época, que en algunos aspectos es un calco de la actualidad

19 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando La Voz publicó este artículo que tras un siglo completo se nos aparece como un auténtico cofre del tesoro, repleto de datos socioeconómicos de la época, solo faltaban unos meses para que en España se celebrasen las terceras elecciones generales en dos años, debido a un bloqueo político en el que las tensiones y revueltas en Cataluña ya hacían de las suyas. Los pactos parecían imposibles. Las páginas del periódico de 1920 revelan además las consecuencias de una alta inflación y de la pandemia de gripe de 1918, que dejó en Galicia una media de cien muertos por cada diez mil habitantes. En tal contexto aparece esta crónica titulada «una idea para vestir barato», con el subtítulo «ya que el traje está por las nubes» que, con la perspectiva del tiempo, resulta mucho más serio que el tono humorístico en el que está planteado:

«Si para ir limpio, si para presumir de Jorge Bhrumel -denuncia el texto- hay que disponer de un traje trotón de invierno y de otro de verano, resultará que por mucho menos de 600 pesetas no podremos contar con un equipo medianejo. Esto, suponiendo que hayamos podido revisar el abrigo y hacer otro tanto con algún pantalón de tarde para alternar en tiempo lluvioso. (...) Y si los interesados intentan defenderse en el reducto del zurcido y del remiendo sus más amigos lo mirarán de reojo, sus jefes lo considerarán de modo despectivo y hasta puede que los perros de la calle le retiren su respeto».

Imagen de un operario con atuendo de trabajo en EE.UU., también a principios del siglo XX
Imagen de un operario con atuendo de trabajo en EE.UU., también a principios del siglo XX Lewis Line

Pero el periodista, que escribe bajo el seudónimo Juan Pagano, no se queda en el simple lamento: «¿Qué hacer? ¿Someterse a la novísima tarifa? ¿Apandar con los trajes de mal paño catalán, de ínfima calidad, pero a seis y diez duros el metro?» «Pues bien -continúa- con unas pesetas, no muchas, podremos salir airosos del paso, ir decentes y tomar la revancha contra el implacable cerco a que se nos somete». Y lanza su propuesta: «Con unas varas de tela azul, conocida por mahón, cualquier costurera medianamente experta nos hará un airoso traje de esos que llaman de mecánico. Que este indumento es presentable y hasta bonito lo vemos en muchos obreros jóvenes y apuestos, que lo llevan muy bien cortado y adaptado al cuerpo, de acuerdo con el figurín de actualidad». Pagano, convertido ya en influencer de la moda de nuestros tatarabuelos, demuestra entonces que también es un pionero del márketing: «No hace falta más que una cosa: que media docena de muchachos bien y otros tantos señores acomodados lancen la moda. Comenzando ellos, los demás irán muy a gusto por el nuevo camino. Un muchacho que sepa vestirse lo hará tan gallardamente con mahón o cualquier otra tela. Aquel cristiano a quien le caiga mal una prenda tanto da que esta sea de buen paño y del sastre más famoso, como de modesta calidad y marca anónima». Y, ya repleto de argumentos, prosigue Pagano con un alegato en defensa de lo que hoy llamamos moda casual: «¿Por qué, yendo limpios, no hemos de campar como personas, usando los días laborables una sencilla vestimenta como aquellos?». El periodista concluye lanzando un reto: «Todo es empezar. Vaya, ¿quién es el primero?».

Llegados a este punto, todos pensamos seguramente lo mismo: el primero que lo hizo, se forró, aunque tuvieron que pasar unas décadas. E igual que este artículo, la idea se puso en marcha en Galicia.

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