Susana Arbilla: «Al despertar en la uci no me movía, lloraba y quería ver a mi madre y a mi marido, también enfermo»

SOCIEDAD

CAPOTILLO

Este matrimonio pontevedrés cayó junto a una veintena de componentes de su grupo música tradicional. Desde que empezaron los síntomas, tardaron diez días en recibir el diagnóstico

09 jun 2020 . Actualizado a las 09:02 h.

Susana Arbilla y José Luis Chapela, un matrimonio de Pontevedra, enfermaron por coronavirus muy pronto. El 9 de marzo fueron a la facultad de Forestales pontevedresa a reunirse, como siempre, con su grupo de música tradicional. Pero la cita resultó nefasta. «Fíjate, de los treinta que fuimos ese día más de veinte acabamos cayendo con el coronavirus», explica Susana. La pena es que pasó demasiado tiempo hasta que tuvieron el diagnóstico.

A partir de ese día 9, Susana y José Luis, de 58 y 60 años y sin patologías previas graves —ella señala que es hipertensa y tiene sobrepeso, pero era una persona con vida activa, que iba al gimnasio—, empezaron a sentirse fatal. Tenían fiebre alta y un cansancio que no les permitía moverse. «Estábamos, literalmente, tirados», cuentan. Cuando se percataron de que otros componentes del grupo musical estaban mal, la cabeza les fue al coronavirus. Y marcaron el número telefónico habilitado entonces para las llamadas relacionadas con el covid. «Pero la verdad es que muy mal esa llamada, como respirábamos bien nos dijeron que los síntomas no eran compatibles con el coronavirus. Y ahí nos quedamos, en casa, con el paracetamol que ya teníamos. Creo que fue un error y que eso nos pasó factura», dice Susana. Quizás tenga razón. Porque lo que vino después fue una pesadilla.

Como no mejoraban y José Luis incluso tenía vómitos, amén del cansancio que seguían sufriendo ambos y las fiebres nocturnas, llamaron a su centro de salud. Nuevamente, les dijeron que continuasen con el paracetamol. Pero todo iba a peor. Y, diez días después de haber enfermado, el 19 de marzo, su sobrino, que les escuchaba aterrorizado al otro lado del teléfono, no aguantó más. Llamó al 061 y ellos acabaron camino del hospital de Montecelo. Los dos dieron positivo en coronavirus.

«A mí me ingresaron ya y a mi marido lo mandaron para casa. Él, aunque desde Montecelo estuvieron muy pendientes, estuvo arrastrado en casa, tirado totalmente, sin comer. Ahora ya está recuperando, pero perdió veinte kilos», cuenta Susana con la voz quebrada. José Luis asiente y trata de hacerse el fuerte: «Yo ahora ya voy tirando», dice él, que regenta una empresa de lubricantes para coches.

Mientras él se confinaba en casa y trataba de curarse, a Susana la enviaron a la uci. Tenía los pulmones tocados y llegó a estar 23 días intubada: «Durante esos días no me enteré de mucho, vamos, casi de nada... Lo peor llegó después. Al despertar en la uci no me movía, lloraba y quería ver a mi madre y a mi marido, también enfermo. Esta es una enfermedad muy cruel», afirma.

Susana pasó un mes en la uci y salió de allí sin lograr caminar. Así que tuvo que estar ingresada en planta, con fisioterapia continua para tratar de recuperar el movimiento. En total, 51 días hospitalizada. Tuvo el alta el día 8 de mayo. Pero aún ahora, cuando ya ha dado negativo varias veces, nota las secuelas: «Me muevo con dificultad y me cuesta hasta ducharme sola. Estoy bastante agotada», señala.

La suerte de no haber visto a su madre

Susana habla así desde su casa, en la que todavía recibe cada pocos días visitas de sanitarios para hacer análisis u otras pruebas. «Tengo el riñón tocado, se supone que de la medicación», advierte. Cuenta lo que le pasó con una voz algo ronca, con la garganta aún afectada por tanto tiempo intubada. Pero huye de lamentos y se va a las cosas buenas, porque ella, que tiene un trabajo que le apasiona en el centro de recursos de la ONCE, donde prepara libros y otros materiales en braille, asegura que le sobran los motivos para estar contenta. «Soy consciente de que muchos otros se quedaron en el camino y yo soy una afortunada por poder contarlo», asume. Se alegra infinito también de que aquellos días en los que ella y su marido se sentían mal no se acercaron a Combarro a ver a su madre, de 86 años. Y está agradecida a los vecinos y familiares políticos que arroparon a la octogenaria en el confinamiento. También se emociona cuando piensa en el dueño de la funeraria que donó al hospital tabletas lavables que se podían usar en la uci. «Allí no tenía teléfono, gracias a esa tableta hice una videollamada a mi marido», dice. Luego, desvela que enfermó con 57 años, pero acaba de cumplir los 58. Y no. No se está acercando a los 60. Porque ella lo que cree es que acaba de volver a nacer.