El veterinario que volvió a casa entre aplausos tras pasar 44 días en la uci del CHUO y perder 23 kilos

Pablo Varela Varela
Pablo Varela OURENSE / LA VOZ

SOCIEDAD

Santi Amil

«El objetivo de un virus suele ser reproducirse, pero este se olvidó y me quiso fulminar», cuenta Antonio Rodríguez ya en Ribadavia

08 jul 2020 . Actualizado a las 20:12 h.

Al otro lado del teléfono, carraspea Antonio Rodríguez. Su respiración aún suena pesada, como si necesitase cambiar de marcha. Y en realidad así es. Este lunes, tras 50 días en el CHUO y 44 en la uci covid-19, regresó a su casa de Ribadavia. En la puerta estaban esperándole sus vecinos y amigos en un festejo con el que él no contaba. «Hasta había un disyóquey dándome la bienvenida con la canción de Miguel Ríos», cuenta. Y él no es hijo del rock and roll, pero le va la marcha. «Yo estaba hecho un leñador. Cortaba los árboles y preparaba las viñas, así que siempre me había cuidado. Pero de golpe, así sin más, perdí 23 kilos», dice.

El coronavirus dejó a Antonio hecho polvo. Sus pulmones funcionan por ahora a la mitad de su capacidad, e inspirar aún le provoca dolor. «Es que no se trata simplemente de que la enfermedad ataque a tu sistema respiratorio. Te deja tocados muchos músculos que luego tienes que ir recuperando», explica. Los profesionales del servicio de Fisioterapia del hospital ourensano le marcaron una serie de pautas para ejercitarlos de forma moderada en su hogar, a donde él regresó tras pedírselo al doctor. «De la uci salí el jueves pasado, y me llevaron a planta. Pero empecé a agobiarme mucho, así que les pedí que me dejasen marchar porque las últimas analíticas iban bien y solo me estaba tomando un omeprazol por las mañanas», cuenta. La negociación no fue sencilla, pero lo consiguió.

En la uci covid-19, Antonio pasó 15 días en la zona de sedación. Hubo días en los que no se enteraba absolutamente de nada de lo que pudiese pasar alrededor. A su lado pasaban sanitarios apurados, tomando decisiones clave para sus vidas que a ellos, en ese limbo de espera, se les escapaban. «Fueron momentos de ultratumba. Y de repente, abres los ojos y te encuentras con otros compañeros que lo están pasando realmente mal. Enfermeros y médicos que iban con los EPI, todos preocupados y entregados por nosotros. Se han esforzado mucho por sacarnos adelante en medio de este desaguisado», dice.

Antonio hace alusión a su «paciencia». El nerviosismo de algún afectado hacía que se intentase quitar el tubo de la boca. «Y los sanitarios tuvieron que hacer mucha pedagogía. También manejándose con señas, y menos mal que ellos están acostumbrados», comenta. Él, de 58 años, tuvo dudas de si lograría salir de allí para contarlo. «El bicho, cuando se pone bravo, es bravo de verdad. Porque el objetivo de un virus suele ser reproducirse, pero este se olvidó del tema y me quería fulminar», explica.

Las secuelas aún se hacen palpables en la tos que, a ratos, corta su conversación. Antonio hace un esfuerzo por hablar, porque la patología le provocó una neumonía muy seria. «Yo nunca había tenido ninguna. De hecho, soy exfumador desde hace 20 años», añade. Ahora, su cuerpo ha quedado mermado por un enemigo microscópico y que nadie vio llegar.

El recibimiento en Ribadavia

Su hija, Noelia, acudió este lunes al CHUO para llevar de vuelta a casa a su padre, que pide encarecidamente un reconocimiento a los trabajadores del hospital: «Estoy inmensamente agradecido por su paciencia, esfuerzo y dedicación».

«Fue muy emotivo, porque todos los que estaban allí empezaron a aplaudir»

Al volver a Ribadavia, pese a que no estaba para bailes, se topó con la algarabía de varios familiares y amigos que sabían de su retorno tras superar la enfermedad. «La verdad es que no sabía nada. Contaba con que me mantuviesen en planta algún día más, pero empujé un poco para poder volver y me encontré con todo esto», dice. La buena nueva de su recuperación había corrido como la pólvora por la localidad, y César Fernández, alcalde de Ribadavia por el Partido Popular, estuvo allí entre los presentes. «Fue muy emotivo, porque todos los que estaban allí empezaron a aplaudir. Se ve que lo mantuvieron en secreto hasta que me mandaron de vuelta», reflexiona Antonio.

Ahora, aunque ya lo hacía, sospecha que le tocará cuidarse el doble. «Tenemos un grupo de amigos que solíamos quedar para hacer alguna cena todas las semanas», cuenta. No parece que vaya a ser ahora cuando vuelvan a hacerlo, pero él tiene claro qué es lo que echa de menos: «Sentarme a la mesa con ellos, porque a mí me gusta mucho comer».