«Imaginen que llega el covid-19 y el hospital más cercano está a 10 horas»

José L. Pardo Veiras

SOCIEDAD

José Luis Pardo Veiras (A Coruña) es periodista y co-fundador de la productora Dromómanos
José Luis Pardo Veiras (A Coruña) es periodista y co-fundador de la productora Dromómanos cedida

El periodista y productor coruñés José L. Pardo Veiras, de 34 años, lleva doce fuera de Galicia y es cofundador de la productora Dromómanos

18 may 2020 . Actualizado a las 15:23 h.

En nuestro primer día de confinamiento Antía, mi hija de nueve meses, llevaba puesto un pijama con un mapamundi estampado. Ella reía, como casi siempre. Yo pensaba que el mundo en el que iba a crecer iba a ser peor que el mundo en el que había nacido. Mucha gente dice que de esta crisis saldrá una mejor sociedad, pero, aunque llevo doce años viviendo fuera de Galicia, no me he vuelto más optimista. La experiencia tampoco ayuda. Después de la crisis del 2008 los ricos siguieron siendo ricos, la clase media se empobreció y los que estaban mal siguieron igual o peor. La última gran pandemia ocurrió durante la Primera Guerra Mundial. Unos años después llegó la Segunda Guerra Mundial.

Estaba hundiéndome en estos pensamientos cuando comenzó a sonar la música de un mariachi. Él seguía saliendo a la calle cada día para tocar, aunque no tenía quién lo escuchara. Por eso se había acercado al barrio de clase media alta de Ciudad de México donde vivo para pedir de puerta en puerta. La música de mariachi es triste. Nadie se rompe el corazón como los mexicanos. Pero me despertó de esos momentos de autocomplacencia. El solo hecho de pensar en el futuro me convertía en un privilegiado. Estaba encerrándome para cuidar a mi familia y a los demás en un país donde salir es la única forma de sobrevivir para la mayoría de la población. Mi hija seguía riendo.

El coronavirus ha igualado nuestros miedos, pero en países como México sobre todo ha desnudado nuestras desigualdades. Sé que es difícil, pero imagínense que el covid-19 llegara a Galicia y: casi el 60 % de la población viviera del trabajo informal, subsistiendo de lo que ganaran cada día en la calle; el hospital más cercano quedara a diez horas de distancia; las palabras de Fernando Simón o Núñez Feijoo no significaran nada, porque quien manda en la comunidad es el narcotráfico. Esto ocurre en muchas partes de México. ¿A quién temerían más? ¿A las balas, al virus o a la necesidad?

Mi madre, una señora de una aldea diminuta, siempre me decía que había que ser agradecido. Yo estoy agradecido de que mi padre, un pensionista viudo de 79 años pueda estar encerrado en casa y de que mi hermana lo pueda cuidar. Ser conscientes de lo que tenemos, podría ser una de las lecciones importantes de esta crisis. Cuando nos adaptemos al coronavirus como parte de nuestra realidad, deberíamos tener memoria. Un verdadero agradecimiento no es aplaudir a los médicos y enfermeros, es recordar la importancia de la sanidad púbica y exigir inversión en lugar de recortes. Los llamamos héroes, pero seguro que ellos querrían ser solo médicos. Por eso una marcha como la de la «milla de oro de Madrid» es directamente un insulto.

Este breve testimonio desde México quizás ayude a poner nuestras preocupaciones en perspectiva. No se trata de menospreciar las preocupaciones de cada uno, siempre legítimas, sino de intentar ponerse en los zapatos del otro para relativizar nuestra angustia y aprender a estar juntos en la distancia. En México la crisis se afronta con una sanidad a años luz de la española y para millones de mexicanos cuidarse es un imposible. Solo se pueden adaptar a una crisis más en una vida marcada por una fragilidad perpetua.

Mi esposa, mi hija y yo cumplimos dos meses de confinamiento. Desde ese primer día no he dudado de que la cuarentena es un privilegio. Claro que no nos gusta, que nos frustramos y extrañamos, pero hemos aprendido a agradecer lo que tenemos. En este tiempo de pesimismo, Antía dijo mamá y papá, gateó y cuando abre los ojos cada mañana se retuerce de la emoción al vernos. Hoy lleva puesto un pijama de rayas blancas y negras, que recuerda al atuendo de los presidiarios en las películas del Oeste. Y ríe más fuerte que ese primer día.