Un bombardeo de microondas o ultrasonidos, la alternativa gallega para matar el virus

Raúl Romar García
r. romar REDACCIÓN

SOCIEDAD

INH

El Gobierno financia un proyecto de la Universidade da Coruña que identificará la frecuencia adecuada para destruir la capa que protege a SARS-CoV-2 sin producir efectos secundarios

14 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Bombardear el coronavirus con algún tipo de radiación electromagnética, como la de los hornos de microondas o la que emiten los teléfonos móviles y la wifi, o con ultrasonidos como los producidos en una ecografía. De este modo se generaría una vibración que rompería la cápsula que protege al SARS-Cov-2 y destruiría el virus. Suena a ciencia ficción, pero parte de una base científica sólida que le ha valido a un equipo de investigadores liderado por el Grupo de Métodos Numéricos en Ingeniería de la Escuela de Ingenieros de Caminos de A Coruña para que su propuesta sea financiada con 59.250 euros por parte del Instituto de Salud Carlos III.

Pero que a nadie se le ocurra hacer el experimento en casa con su horno microondas, porque en vez de freír al coronavirus podría tener consecuencias indeseadas. Para que la estrategia funcione es necesario identificar una determinada frecuencia de onda que haga vibrar la cobertura del virus y la rompa, pero que, al mismo tiempo, la energía que se necesita no provoque ningún efecto adverso. Tiene que ser justo esa y no otra. Y realizar estos cálculos es justamente en lo que consistirá el trabajo de los ingenieros de la Universidade da Coruña, que llevarán a cabo el proyecto, denominado VirionBreak, en colaboración con las universidades Politécnica de Madrid, de Viena y las estadounidenses de Michigan y Purdue.

«Lo que vamos a hacer es calcular las frecuencias de vibración y ver si es viable romper la cápsula emitiendo una onda con esa frecuencia que la ponga a vibrar y que con ello acabe destruyéndose el sistema de protección del virus», explica Fermín Navarrina, el coordinador del proyecto. De hecho, el virión, que es así como se denomina a la partícula completa del virus, está formada por una cápsula, llamada cápside, en cuyo interior se encuentra el material genético del virus. Si se elimina la protección no solo queda al descubierto su material genético, el ARN, que acabará degradándose, sino que también se pierde la capacidad del virus de penetrar en la célula, lo que consigue precisamente con una de las espigas que lo recubre.

La cápside es una estructura tridimensional, al igual que una copa de vino, un puente, una presa o un rascacielos. Son estructuras que solo pueden vibrar libremente con unas determinadas frecuencias, cada una con sus propias características. Y lo mismo ocurre con el coronavirus, por lo que si se someten a una oscilación cuya frecuencia coincide con una de sus frecuencias propias se produce un fenómeno denominado resonancia, mediante el cual las vibraciones se amplifican hasta acabar provocando un colapso estructural.

Si este es el aval científico del proyecto, ¿en qué podría materializarse de forma práctica? En el diseño de dispositivos emisores de radiofrecuencia o de ultrasonidos que sean capaces de «destruir totalmente o de dañar de forma irreparable las cápsides de los viriones», según explica Navarrina. Estos instrumentos, si la hipótesis es viable, podrían utilizarse, por ejemplo, para esterilizar los cadáveres de personas fallecidas con coronavirus, muestras biológicas, el instrumental quirúrgico o mismo para eliminar el virus de nuestra ropa o nuestras viviendas.

En una fase más desarrollada, aunque para esta aplicación probablemente se necesitarían ensayos clínicos, también podría utilizarse como una terapia. «Por ejemplo, se podría someter a un paciente a una sesión de radio en el hospital para limpiarle los pulmones afectados por el virus. Una radiación con microondas o ultrasonidos acabaría con el virus», apunta Navarrina.

La ventaja de este procedimiento es que la tecnología ya existe, solo sería necesario adaptarla a las frecuencias que se determinan. «No sería necesario fabricar una tecnología nueva, sino adaptar la ya existente subraya» el investigador de la UDC.