Las vidas que salvó el coronavirus

Xurxo Melchor
xurxo melchor SANTIAGO / LA VOZ

SOCIEDAD

PACO RODRÍGUEZ

La pandemia forzó a 21 sinhogar de Santiago a recluirse en un albergue. Bien cuidados y atendidos, han renacido y ahora tendrán una segunda oportunidad gracias a la covid-19

20 may 2020 . Actualizado a las 23:12 h.

La vida te da y te quita. El coronavirus nos ha arrebatado a todos nuestro mundo, nuestra normalidad. Y a casi 27.000 de ese todos -de momento-, les ha segado la existencia con gran dolor para sus familias y amigos, que no han podido acompañarles en su último trayecto. Una tragedia sin límites que, sin embargo, ha provocado un pequeño milagro en Santiago, donde 21 personas sin hogar que dormían en la calle desde hacía años se cobijaron de la pandemia en el albergue de peregrinos del Seminario Menor, en Belvís. El resultado está siendo tan sorprendente que ya se ha convertido en el proyecto más ilusionante de la concejalía de Políticas Sociais.

Todos eran casos muy graves, de esos que rechazaban casi toda la ayuda que se les ofrecía, pero el miedo a la pandemia les forzó a coger la mano que les tendió el Concello. Tras dos meses de confinamiento, pudiendo asearse a diario, con tres comidas al día, habitación propia y cuidados médicos y psicológicos para combatir las adicciones y problemas que les llevaron a la calle, el resultado es espectacular. Literalmente, han renacido. «Al principio, tenían miedo a venir, no querían, pero el coronavirus les dio un empujón y aceptaron. Ahora su miedo es otro, ahora nos preguntan qué va a ser de ellos cuando salgan de aquí», explica Eva González, jefa de sección en el departamento de Servizos Sociais.

Lo que les pase a estas 21 personas, por primera vez en mucho tiempo, va a depender de ellos mismos. «Para ellos, la crisis del coronavirus ha sido un punto de inflexión en sus vidas y yo me niego a que vuelvan a la calle», afirma tajante Mila Castro, concejala de Políticas Sociais. Al ver el cambio radicalmente a mejor que día a día experimentaban, se propuso que el confinamiento les sirviese de palanca para recuperar sus vidas. Les han renovado el DNI, porque muchos estaban indocumentados, los que aún tenían cuentas han ido a los bancos para recuperar el control sobre ellas, les han empadronado y han hecho un estudio caso por caso para comenzar a tramitarles las pagas y prestaciones a las que tienen derecho. Pero todo eso no valdría de nada sin lo fundamental, que es tener un hogar, por lo que también se están movilizando para que, según los casos, al salir del albergue de Belvís vayan a pisos compartidos supervisados, a comunidades terapéuticas o a las pensiones con las que tiene convenio el Concello compostelano. «Tenemos que continuar el trabajo que se está haciendo aquí, si no es tirarlo todo por la borda», se conjura Eva González, que confiesa que en sus 24 años trabajando en servicios sociales jamás había visto algo tan ilusionante. «Es una parte positiva del coronavirus que ha sido posible gracias a la voluntad y al trabajo de muchos», añade. Entre ellos, Cáritas, el centro Vieiro, la Cruz Roja, el Arzobispado -que cedió el albergue- y Protección Civil.

El caso quizás más paradigmático de la explosión de esperanza que se ha detonado en Belvís es el de un hombre de mediana edad que llevaba dos años durmiendo a pocos metros del Seminario Menor. Tenía un camastro que se negaba a abandonar cuando le propusieron ir al albergue. Les costó convencerle y tuvieron que asegurarle que no le tirarían aquella su única posesión a la que él les decía que quería volver cuando acabase la pandemia. Llegó en muy malas condiciones y hoy parece otro. Bien vestido, aseado y con buena conversación, ahora confiesa que él pensaba que «en el albergue se estaría mal, pero me equivocaba, porque nos tratan muy bien».

Cuando la pandemia nos pasó por encima y se puso de manifiesto que los que no tienen casa no pueden confinarse en ella, Mila Castro se negó a albergar a estas personas en un pabellón. Así les habrían dado un techo, sí, pero no un hogar. Y son cosas muy distintas. «Aquí tienen intimidad y dignidad, porque ellos no quieren ir a un sitio en el que tengan que estar al lado de uno que ronca, otro que canta y otro que se pelea. Que cada uno tenga su propia habitación es fundamental», explica la concejala.

«Ahora tengo la cabeza lúcida y pienso mucho por las noches»

Cuando das las cinco de la tarde en el albergue, los veinte hombres y la única mujer que han encontrado en Belvís un hogar temporal previo a una posible nueva vida alejados de las calles se reúnen en el comedor para tomar un café. De ahí, unos van a pasear por los grandes y preciosos jardines del recinto, otros leen los libros que una librería de Santiago les regaló a cada uno de ellos el 23 de abril y otro grupo acude al salón para ver la tele y leer el periódico.

En común tienen que eran casos complicados, bien conocidos por la Cruz Roja, Cáritas y los servicios sociales municipales, que hacen rutas nocturnas para interesarse por ellos. La mayoría pasaban las noches en la dársena de Xoán XXIII, la estación de buses o los bajos de Correos.

Algunos quieren exorcizar su pasado contando sus historias. Como el toxicómano que en el albergue se está desintoxicando. «Ahora tengo la cabeza lúcida y pienso mucho, sobre todo por las noches. Recuerdo mi vida y la clasifico. Mis amigos están muertos o presos y yo no quiero acabar así, siento que aquí la vida me está dando otra oportunidad y no quiero perderla. El Concello se está volcando con nosotros y tenemos que responder», señala.

También la del hombre que cayó en el alcoholismo y que ahora se recupera. Llegó muy grave y hasta tuvieron que llevarle al hospital. «El alcohol acaba con todo, por eso yo me he tomado este confinamiento como una rehabilitación», explica. Ahora dedica las horas a hacer test para presentarse al examen del carné de conducir porque quiere buscar trabajo cuando salga de Belvís. En este tiempo, superó por dos veces la tentación de un excompañero que vino a ofrecerle vino por el muro. «El puerco siempre quiere emporcarlo todo, pero eso ya es pasado», afirma. Toda una prueba de que lo que está pasando en Belvís es real y muy difícil de conseguir. Es el reverso hermoso de la tragedia.