La incertidumbre y el temor a cómo gestionar la reapertura preocupa a quienes viven de la Ruta Xacobea

María Cedrón

Cuando Celia era niña por delante de su casa de Furelos, justo a pie del Camino francés en Melide, veía pasar de vez en cuando algún que otro peregrino. Celia fue creciendo y, poco a poco, a partir del Xacobeo del 93 aquel goteo intermitente de romeros se fue convirtiendo en un río de gente que arrastraba a peregrinos y turistas de todas partes del mundo. Durante el año pasado fueron 347.578 personas las que recogieron sus compostelas después de haber hecho algunas de las rutas que conducen a Santiago. Hasta vino una desde el sultanato de Brunei. Por delante de la casa de Celia llegaron a pasar más de 189.000. Pero el pasado 13 de marzo, cuando la gente tuvo que quedarse confinada en sus casas al decretarse el estado de alarma para frenar el coronavirus covid-19, el río se secó.

La Ruta volvió a ser únicamente camino de paso de vecinos que salían a hacer la compra o, desde hace unos días, a pasear dentro de su término municipal, a tasar alguna finca o a trabajar en las obras de rehabilitación pendientes en alguna casa que aspira a convertirse en tasca. Más de 50 días después Celia mira al Camino desierto, mientras su marido Manolo pasea de arriba a abajo, aburrido, porque como dice «non tes con quen falar. Porque os peregrinos preguntan, gústalles saber. E ti pasas o tempo falando con eles».

Ahora no puede charlar con ellos. Tampoco puede hacer vida social en las cantinas. Todo está cerrado a cal y canto. Detenido, como antes de que de la mano de todos esos caminantes comenzaran a multiplicarse los bares, las tiendas de souvenirs, las agencias de turismo especializadas o los servicios de traslado de equipajes. Como en el milagro de los panes y los peces. Porque el Camino alimenta la economía de zonas rurales que van desde O Cebreiro, en Pedrafita, hasta pequeños pueblos que únicamente vivían de la actividad agropecuaria como Ligonde, en Monterroso. Y llega, como no, a Fisterra. Solo en plazas de albergues hay 14.045, de las que solo un 23% son públicas. El resto están en establecimientos privados.

Porque el Camino no solo dio un respiro al bolsillo de los que crecieron junto a él, como Pilar, de Casa García, en O Cebreiro, también al de los que como Cheli y Marcos vinieron para quedarse en pueblos como Furelos, a los que el éxodo rural estaba dejando vacíos. O a los que como Antonio, que llegó de Jaén, pasaron de ser hospitaleros a alquilar el albergue O Apalpador, justo al lado de la hospedería pública de Melide.

Aunque Galicia ha logrado pasar de fase en la desescalada [mañana entrará en la fase 1], los que viven del Camino ven con incertidumbre el futuro. Cheli abandonó Madrid y, junto con Marcos, arrendó el bar Farruco, en Furelos. Sobre la puerta tiene colgadas banderolas tibetanas de colores para la buena suerte. Este año aún no ha colgado las nuevas: «Esperaré a poder abrir, pero a ver porque no compensa hacerlo para solo el 30 % del aforo. Luego como no venga gente... Esto es un pueblo [hay unos 25 vecinos]. Desde Melide no va a venir nadie hasta aquí para tomar algo», dice.

«Teño medo a abrir no verán»

No es optimista. Al menos en el corto plazo. Lo que ocurra en el Xacobeo 2021 ya se verá. De momento, la Consellería de Cultura está trabajando en su reconfiguración y, como una de las medidas más urgentes, trabaja de la mano del Instituto de Calidad Turística Española en la elaboración de un protocolo de medidas sanitarias para el Camino. Pero ella parece no perder la esperanza.

Como Pilar, quien lleva toda la vida en O Cebreiro. Vivió desde la Hospedería el primer Xacobeo y fue observando como la primera aldea gallega del Camino francés pasó de llenarse solo en la romería de septiembre a convertirse en un referente para los romeros. Ahora, dice que la cosa «está difícil, moi difícil». No solo está preocupada por la reactivación económica. Tiene miedo. Lo dice, pero también se le nota en la voz: «Teñolle medo á xente de fóra. Xa sei que os extranxeiros non van vir. Os coreanos e todos os de por aí. Pero os españois en canto poidan van correr para aquí. Teño medo a abrir no verán», comenta.

«O 90 % das reservas que tina anuláronmas»

No es la única que no sabe cómo equilibrar la balanza. Cruz regenta el albergue-pensión Eirexe en Ligonde, en Monterroso: «O 90 % das reservas que tina anuláronmas. E as que había para maio, non é que as retrasaran para máis adiante, cambiáronas para o mesmo mes do ano que ven», explica. También ve el año complicado porque «o 80% da xente que tiña e que viña en abril, maio, xuño, setembro e outubro eran extranxeiros. Non creo que veñan aínda que abran as fronteiras. Entón, para qué vou abrir como non veñan. Xa me di o meu home que non o faga porque medo tamén hai».

Mientras el miedo se mezcla con la incertidumbre sobre cómo y cuando los ejes que mueven la economía del Camino vuelvan a rodar, a esos habitantes de los pueblos que bordean la Ruta no les queda otra más que ser ellos los que reconquisten sus caminos.