José Casanova: «Una crisis como la actual hace a la gente pensar sobre la vida y la muerte»

Javier Becerra
javier becerra REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

JOSÉ CASANOVA
JOSÉ CASANOVA .

El profesor de Sociología de la Religión en la Universidad de Georgetown duda que las iglesias tradicionales tengan las respuestas a las preguntas que están surgiendo ahora en la sociedad

26 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Una encuesta recogida por The Washington Post afirmaba que, en las últimas semanas, más de la mitad de los estadounidenses había rezado por el fin de la pandemia. El dato, cruzado con otros que se producen en Europa (como, por ejemplo, el más de un millón de espectadores que tuvo en España la bendición Urbi Et Orbi del Papa del 27 marzo) advierten uno de los posibles efectos de la crisis del COVID-19: un posible resurgir religioso. José Casanova (Zaragoza, 1951), profesor de Sociología de la Religión en la Universidad de Georgetown, da su punto de vista: «No es que en el resto del mundo se haya revalorización de la religión, sino que la vivencia religiosa es parte de la modernización en el resto del mundo y en Europa, no».

-¿Qué ocurre en Europa?

-Que la Europa secularizada ha llegado a un límite máximo. Era de esperar un cierto interés en cuestiones espirituales y religiosas, a pesar de la mala prensa. Europa estaba muy confiada en que era el modelo para el resto del mundo y ahora se ha dado cuenta de que no es la regla, sino que es la excepción.

-¿Dónde existe esa idea de modernidad ligada a lo religioso?

-Ha sido siempre el caso de Estados Unidos. Está muy claro en las tres últimas décadas de Latinoamérica. Es clarísimo en el mundo musulmán, en la India, la África subsahariana e, incluso, en países del este asiático. Por ejemplo, Corea se ha hecho más religiosa a medida de que se ha hecho más industrializada. También ocurre en China, donde hay un renacer religioso a todos los niveles. Desde los estudiantes a las constantes publicaciones.

-¿Cómo cree que puede influir la crisis del coronavirus en todo este proceso?

-Es evidente que una crisis como la actual hace a la gente pensar sobre la vida y muerte. Esto lleva a cuestiones de solidaridad, ya no solo de la persona misma, sino de vernos como humanidad: quiénes somos, a dónde vamos y cuál es nuestra situación en el mundo. Esas son cuestiones fundamentalmente religiosas. Lo que no quiere decir que las iglesias tradicionales tengan respuesta a ese nuevo interés que surge.

-¿Qué papel juega ahí el Papa?

-Ha abierto iniciativas que hace que sea más respetado por los no religiosos o los excatólicos que por los católicos tradicionales, que no lo quieren. En ese sentido, tiene una visibilidad global muy fuerte. Desde Juan XXIII el papado es lo que simboliza la unidad de la humanidad mejor que nadie en el mundo. Hablan y la gente les escucha, porque no hablan solo para la iglesia católica, sino para toda la humanidad de temas que le interesan a todos.

-Dice que Europa esa modernidad pasaba por dejar la religión a un lado. En Estados Unidos es todo lo contrario. ¿Por qué en Europa es casi inconcebible que un cantante mencione a Dios y en Estados Unidos, sin embargo, es normal?

-O un deportista, ¿verdad que sí? Eso ocurre sobre todo en los países católicos en los que ha entrado el modelo laicista francés. En los países nórdicos la fusión entre religión, sociedad civil y estado es mucho más fuerte. No olvidemos que las iglesia de Dinamarca, Noruega, Suecia o Finlandia son iglesias nacionales. En Noruega, por ejemplo, es el parlamento el que elige a los obispos de la iglesia o el que pasa los dogmas de la iglesia. Se ha pasado de que la religión del rey era la de los súbditos a que, en un proceso democrático, es ahora el pueblo de Noruega el que controla a la iglesia. Y no hay anticlericalismo. El laicismo en un fenómeno puramente católico. Solo ahí hay diferencia entre laicos y religiosos. En los países protestantes no hay esa diferencia. El secularismo ahí es algo positivamente religioso, que promueve la propia religión. Estados Unidos es el  país más secular del mundo. Incluso Marx dijo que  era un modelo de separación de iglesia y estado. Pero, al tiempo, es el más religioso

-¿Cómo se explica esa paradoja?

 -Lo dijo ya Tocqueville. Individualismo es una palabra que él inventó precisamente para calificar a ese fenómeno de la modernidad. Esa palabra no existía en francés. Surgió para ello. En Estados Unidos el individualismo es democrático, capitalista y religioso. Va todo uno junto al otro. La gente se hace individuo libre para la religión, la política y la economía. En Europa teníamos iglesias confesionales en las que se nos había forzado a ser miembros de ella, quisiéramos o no. El individualismo moderno europeo se concibe como la liberación del individuo de esa religión impuesta. En Estados Unidos la gente se hizo religiosa, después de la independencia, a través de movimientos de revivalismo religioso. A la hora de la independencia solo el 10 o 15 % de las personas pertenecían a las iglesias. No era algo obligatorio. Solo pertenecían a ella las élites, como la Congregational en  Massachusetts, la Iglesia Presbiteriana en Nueva York o la Iglesia Anglicana en Virginia. La gente ordinaria se hizo religiosa por movimientos de renacimiento religioso, que eran muy parecidos a los movimientos de movilización política democrática. A principios del siglo XIX iban en paralelo. Por tanto, la modernidad política, religiosa y económica han ido de la mano y nunca se han visto en conflicto en los Estados Unidos. En Europa concebimos que la religión es algo de la tradición, que la modernidad es incompatible con la tradición y que hay que dejarla fuera. 

 -Alguna vez habló de la importancia de la emigración latinoamericana en España. ¿Influye en el interés religioso? 

 -Claro. Vienen los emigrantes y traen consigo su pluralismo religioso. El modelo europeo consistía en acabar con el pluralismo religioso. Para mí la aconfesionalidad religiosa empieza en el año 1492, con la expulsión de judíos y musulmanes para hacer una España homogéneamente católica. Toda Europa del norte es homogéneamente protestante donde los católicos fueron expulsados o tuvieron que convertirse. Luego un hay sur católico, en donde los protestantes también hubo que expulsarlos o convertirlos a la fuerza. Solo tres naciones en medio, biconfesionales: Holanda, Alemania y Suiza. Pero las tres están divididas territorialmente o en cantones, en donde católicos y protestantes no se mezclan. Las minorías religiosas tuvieron que irse de Europa y encontraron refugio en América. En la modernidad europea, cuando cambia el poder poder absoluto monárquico por el poder del pueblo, no hay cambio religioso. En Europa nadie se convierte de una religión a otra. El único cambio es dejar la iglesia para hacerse seculares. En Estados Unidos el 35 % de la población adulta cambió de religión alguna vez: de protestante a católico, de católico a judío y de judío a musulmán. Eso es impensable en España, pero en América es lo que ha pasado en los últimos 40 años. Había países homogéneamente católicos que ahora tienen un porcentaje alto de protestantes, de un 20 o 25 %. En casos como Honduras, de un 50 %. Brasil, por ejemplo, es el país católico más grande, pero también el país pentecostal más grande del mundo y muchas otras.

«Antes nos dirigía la Iglesia, ahora nos dirige Almodóvar»

 

Los últimos movimientos sociales sumados a los avances tecnológicos han generado en algunos sectores de la población una desorientación que los empuja a tomar posiciones más tradicionales. Esto podría favorecer al resurgir religioso, algo con lo que Casanova no ve factible en el caso español. «En España hay una presión social enorme de hacernos muy modernos. Antes nos dirigía la Iglesia, ahora nos dirige Almodóvar. Yo lo veo en la secularización en las generaciones jóvenes y el poco interés que hay en pensar en este tipo de cosas. Es posible que sí, que haya gente que lea, que piense y que reflexione, pero en realidad son minorías. Hay una presión de secularizar y anticlerical muy grande. La iglesia no ayuda».

-¿En qué falla?

-En la Transición jugó un papel muy importante, pero luego se hizo muy antisocialista. Después pasó por Aznar, apuntándose a una posición política y, sobre todo, bajo el confesionalismo moral en cuestiones de sexo y de género. Eso alienó a mucha gente. Solo con la llegada del Papa Francisco ha habido un nuevo interés en su discurso. Pero no tiene la fuerza suficiente como para que la gente vuelva a tomarse la práctica religiosa en serio. Se ha producido una ruptura muy fuerte, casi como una pérdida de memoria. La generación de los hijos de mis hermanos ya no conoce la tradición cristiana.

-Sin embargo, con esta situación de vulnerabilidad muchos se refugian en la religión como ocurría antes.

-Como decía antes, hay inquietud y reflexión. El problema es saber si hay respuestas. Me temo que las iglesias no están preparadas para ofrecer respuestas que sean creíbles. La fragilidad y la contingencia nos abre a preguntas. La respuesta que se daba antes, moralista, decía que es el castigo por los pecados nuestros. Eso ya no funciona.

-¿Qué funciona?

-Somos una humanidad comunitaria que precisamente necesitamos el distanciamiento físico, pero más unión social que nunca. No somos autónomos, dependemos de otros siempre. Esta crisis nos puede llevar a cuestionar toda esa autonomía individualista. La Iglesia debe convertirse en una comunidad de comunidades. Es lo que dice el Papa. Si no llega a eso, no se llegará a nada.

-¿Y la familia? 

-El familismo es muy importante en España y mantiene la sociedad. Eso explica que podamos vivir con esos niveles de paro. Se ve en los hospitales. La tragedia más grande es que estábamos acostumbrados a vivir con nuestros enfermos. Yo pasé las últimas noches de mi padre en el hospital, algo impensable en los Estados Unidos. Eso es algo muy positivo y esta pandemia lo ha hecho imposible. La gente se muere sin sus seres amados y no los puede enterrar.