Los ritmos apenas han cambiado en el campo, donde vivir en estos tiempos es casi un privilegio

Lorena García Calvo
lorena.garcia@lavoz.es

«Aquí vívese a outro ritmo. Poderías ir andar unha hora sen cruzarte con ninguén», describe Ángel Rodríguez en medio del jardín de su casa en Esperante, una parroquia de Lugo. Él es uno de los miles de gallegos que pueblan las aldeas de la comunidad, lugares en su mayoría a los que el coronavirus solo ha llegado en conversaciones, pero en los que rigen las mismas obligaciones que en la viguesa calle del Príncipe. «Aquí deberían flexibilizar as regras, nas aldeas non fai falla ser tan restritivo como nas cidades», opina.

Desde que arrancó el estado de alarma el rural se ha convertido en el paraíso soñado por muchos. «Nestes momentos é moita vantaxa. Aquí tes a onde saír tomar o aire sen ter contacto con ningún veciño. Nas cidades á xente pouco lle falta para roer ladrillo, pero nas aldeas, aínda que estamos confinados coma na capital, case non se notou o cambio. Entra a semana e sae e non ves aos veciños, pero iso xa pasaba antes. Ata que empezou o confinamento sabías que era domingo porque había misa ou que era venres porque ías tomar algo a Lugo. Agora todos os días son iguais», dice José Antonio López.

Él, junto a sus padres, Marina y José, vive en el lugar de Cima de Vila, en Guntín. Su aldea es como una isla rodeada de prados verdes en la que la vida sigue ajena al covid-19. «Aquí respetamos as normas, pero só cambiou que restrinximos un pouco as saídas ao supermercado, e tamén a entrada dos de fóra», detalla. En el último mes y medio José Antonio, además de a sus padres, calcula que habrá visto a siete u ocho personas, y todas relacionadas con la explotación de 180 vacas que regenta junto a un socio. «Os que veñen tamén gardan as distancias, e o veciño máis próximo está a cen metros e saudámonos dende lonxe».

En su casa las horas se pasan rápido trabajando en la granja o cuidando la huerta. Todo al aire libre y sin apenas contacto humano. Quizás por eso reconoce que se sienten más seguros. «Estás máis protexido porque aquí hai moito menos contacto coa xente», razona. Su madre, Marina, recuerda entonces a sus nietos, confinados en un piso. «Dime, ¿onde estarían mellor que aquí?».

«A sensación aquí é que estás máis protexido porque hai moito menos contacto coa xente», dice José Antonio

En las aldeas de la parroquia, A Mota, muchos vecinos son mayores y se pasan el día en casa. «Van ao médico só se hai moita necesidade», expone, y los cafés que muchos se tomaban cuando se acercaban a Lousada a hacer los recados han quedado en el recuerdo. En el campo todo marcha a otra velocidad, y el padre de José Antonio, con una de esas sonrisas que suenan a cruce de dedos, lanza al viento un deseo. «A ver se nos imos librando».

Ángel Rodríguez, que vive en la aldea lucense de Esperante, se entretiene en su jardín y la huerta
Ángel Rodríguez, que vive en la aldea lucense de Esperante, se entretiene en su jardín y la huerta ALBERTO LÓPEZ

Las aldeas están más tristes

En Esperante, donde vive Ángel, hay más vecinos que en la aldea de José Antonio, pero el ritmo es sereno y las mascarillas solo se ven pasar en los coches. «O mellor sitio para pasar o confinamento é a aldea, e eu son un privilexiado por vivir no rural e estar xubilado. Non teño que entrar en contacto cun montón de xente a diario nin teño que estar pendente dun ERTE. Aquí a xente segue desenvolvendo as súas actividades normais, atendendo explotacións ou terras, pero cumprindo as normas. Ademais píllanos nun momento de moito traballo nas hortas», celebra.

En su aldea escasea la cobertura móvil pero el que más o el que menos tiene su trozo de tierra para pasar los ratos libres y la eira para tomar el aire. Pero a pesar de ello cree que las limitaciones también están haciendo mella en la gente que vive rodeada de verde. «Está máis triste, nós, por exemplo, levamos mes e medio sen ver ao noso fillo». Y eso acaba pasando factura.

«O mellor sitio para pasar o confinamento é a aldea, e eu son un privilexiado por vivir no rural e estar xubilado», defiende Ángel

Ángel, amante de las pequeñas cosas, reconoce que echa en falta poder salir a pasear. «Aquí podían darnos máis liberdade, unha aldea non é a cidade. Que non nos permitan ir de dous en dous, pero si sós». Con eso, muchos ya redondearían el privilegio que es vivir hoy en la aldea.

Las charlas con el vecino ahora son de huerta a huerta

Ángel Rodríguez es de los que reconoce abiertamente que se siente un afortunado por afrontar la crisis desde una aldea, pero, al igual que José Antonio, subraya que también en el rural se está cumpliendo con las normas. «Aquí sempre estás un pouco máis tranquilo, pero como din que o virus aparece en calquera lado, tomamos as precaucións como se viviramos nunha cidade. No rural a xente está moi concienciada».

Un ejemplo es que las charlas que antes tenía con los vecinos han pasado de la distancia corta al tono alto. «Cada un poñémonos nun lado da nosa horta e dende aí falamos». O con los vecinos de enfrente, carretera de por medio.

En el caso de José Antonio, el cuidado de las vacas es el que marca los horarios, de ahí que sostenga que «a vida cotiá é a de sempre. O traballo falo igual. O que máis botamos de menos é non saber cando é venres e cando é sábado para ir tomar un algo. É o único día que desconectabamos un pouco disto», reconoce. Pero a cambio, él sabe que, sin salir de su finca, tiene metros y metros en los que disfrutar de algo que cotiza alto: la libertad.