Un kit para los abrazos perdidos

R. D. Seoane A CORUÑA / LA VOZ

SOCIEDAD

Irene, de 10 años, abraza a su madre, María. La trabajadora del Chuac dejó su casa para evitar el riesgo de contagio a su familia
Irene, de 10 años, abraza a su madre, María. La trabajadora del Chuac dejó su casa para evitar el riesgo de contagio a su familia

Emotivo reencuentro de una sanitaria del Chuac que vive fuera de su casa con su pequeña de 10 años

22 abr 2020 . Actualizado a las 11:07 h.

«Esta pandemia ha de traer cousas boas, ou iso espero», dice Beatriz García, enfermera y altavoz de una de esas historias que se prenden en el recuerdo y simbolizan como pocas pequeños grandes sufrimientos en pleno bombardeo invisible. La fotografía que la ilustra habla por sí sola: una niña agarrándose a su madre, sin poder dejar de llorar. Se llama Irene y tiene 10 años. Y su madre, oculta tras la mascarilla que la protege a ella y a lo que más quiere, María.

No sin emoción, Beatriz relata un momento que solo revela la cercanía de compartir horas de tensión en esta cruda locura de temores y padecimientos. Trabaja en el Chuac y estas han sido semanas de «xente morrendo soa, enterros sen facer, loitos pospostos, familias separadas, velliños illados…». Tragedias junto a las que, por si no fuera suficiente, se multiplican otros traumas cotidianos nunca menores para quien los padece. Y menos cuando la vida se mide en una sola década.

Sentimientos encontrados

Quizá fue mientras se cambiaban o en un descanso, pero otro desasosiego también se coló en esas jornadas en las que «no mesmo día e na mesma persoa», explica la enfermera, se suceden sentimientos encontrados. Como el deseo de refugiarte en los tuyos tras ver tanto dolor concentrado y el miedo a, por hacerlo, llevarles la amenaza a casa.

La madre es una de esas sanitarias que por voluntad propia decidió apartarse de su familia. Se separó de los suyos para no dejar ni un resquicio al bicho contra el que pelea a diario en el hospital. Proteger a los de uno, algo tan innato, había hecho que un día la niña intentara darle un abrazo y María, instintivamente, la apartó. «Aquilo desgustounas ás dúas profundamente, ata o punto de comentalo no posto de traballo», continúa Beatriz.

Costureras anónimas vistieron con sus batas a la madre para consolar a la niña

Otra compañera le dio a María lo que ya han bautizado como el «kit de los abrazos», unas batas confeccionadas por costureras anónimas para «colaborar con nós en ter material de alta protección, por se nos chegaba a facer falta», señala. Cosidas pensando en poner una barrera al virus «para aseos, acompañar aos doentes agónicos -apunta la sanitaria- ou para calquera cousa que nós consideraramos que puideran valer», esta vez curaron una herida del corazón.

María se llevó el kit para poder darle a Irene aquel consuelo que, por puro amor, le había negado con tanto dolor. En esta cruel pandemia que ya tiene himnos propios e iconos para una era, se fundieron en la estampa de una madre «e a súa nena da alma», resume la compañera, que como pocas la han impresionado en estos tiempos nunca sospechados.

«Quedará para sempre na miña memoria», asegura Beatriz. Y lo hará como imagen de lo que supuso para los profesionales sanitarios estar separados de sus seres queridos «sen saber cando poderán recuperar os abrazos perdidos».