Lecciones sobre el confinamiento a los 90 años: «Me propuse un plan para mantener el ánimo firme»

Mila Méndez Otero
mila méndez A CORUÑA / LA VOZ

SOCIEDAD

MARCOS MÍGUEZ

Carmen cuenta con el apoyo de una hija que le hace la compra, pero otros mayores solos no tienen familia y los socorren voluntarios

13 abr 2020 . Actualizado a las 11:41 h.

Vivir confinados es una obligación que Mari Carmen Vázquez Oubel sigue a rajatabla. El 1 de mayo cumple 90 años y en su piso de A Coruña está sola. Por decisión propia, para no alterar la vida de sus tres hijas. Desde el sábado en el que se decretó el estado de alarma por el COVID-19 no ha pisado la calle, y eso que también tiene sus momentos de flaqueza. «Entonces salgo a la ventana para coger aire. Esta es mi vida, como la de tantos», cuenta. Una de sus hijas le trae la compra, -«no me dejan salir para nada, estoy aquí como un oso», dice-, y ha aprendido a hacer videollamadas: «Deslizo el botón para arriba y ya está».

El 48 % de los hogares unipersonales de Galicia los conforman personas de más de 65 años, según el INE. «Es un colectivo vulnerable. Nos preocupa la soledad en el sentido físico y en el emocional de este momento generado por el coronavirus», destaca Mercedes Casanova, presidenta de la Cruz Roja en la provincia.

«Leo, juego, calceto, hago y deshago, como Penélope esperando a Ulises»

Sus trabajadores y voluntarios llaman todos los días a los que forman parte de su programa de teleasistencia, pero también a usuarios de otros servicios que, como Mari Carmen, asistían a clases de memoria antes de irrumpir el COVID-19. «Conversar durante un ratito, hablar de otras cosas, que se evadan y sepan que hay alguien preocupado por ellos es muy importante», recuerda Casanova, de Cruz Roja.

«Los primeros días estaba desubicada. Andaba en pijama. Pero ya al tercer día me propuse un plan. Me vestí como si fuese a salir a la calle y me sentí mejor. Se trata de tener el ánimo firme», remarca Mari Carmen, que quiso conservar su independencia cuando quedó viuda.

Una rutina para aprender

Rozando los 90, es un ejemplo de entereza. «Nunca en la vida vi algo así, pero sí me acuerdo de las historias que me contaba mi madre de la fiebre española de 1918, durante la guerra europea. Aquello fue una peste». Como dice ella, hay que programarse.

«Me levanto, preparo mi desayuno y el leo el periódico, me lo dejan en la puerta. Ventilo la habitación, hago una sesión de flexiones y me ducho. Después de comer veo Saber y ganar y ya me levanto. Hago juegos de ingenio, tengo El gran libro de los enigmas, para intentar trabajar algo la mente. Luego leo. Hice una lista. Distintos libros para distintos momentos. Estoy con A flor de piel, de Javier Moro, sobre la aventura del doctor Balmis con la viruela. Hablo con los nietos, hijas y amigas por el móvil y a las 20.00 horas salgo al balcón a aplaudir. Después de cenar, juego en el ordenador, al tute, al ajedrez...», enumera. «Trato de entretenerme como buenamente puedo, como todos. Ganchillo, calceto. Hago y deshago, como Penélope cuando esperaba a Ulises», bromea al otro lado del teléfono.

En el caso de Mari Carmen, su deseo de vivir sola es voluntario, pero hay personas «que no tienen a nadie», incide ella. Para cuando no hay un familiar, instituciones como la Cruz Roja han decidido mantener los servicios mínimos de reparto de alimentos y de acompañamiento.

Carmen cumple 90 años el 1 de mayo. Desde el 13 de marzo vive aislada en su piso de A Coruña. Está sola, pero es una lección de cómo sobrevellevar un confinamiento
Carmen cumple 90 años el 1 de mayo. Desde el 13 de marzo vive aislada en su piso de A Coruña. Está sola, pero es una lección de cómo sobrevellevar un confinamiento Marcos Míguez

Nos preocupa la soledad en el sentido físico y en el emocional

Su ángel de la guarda

Voluntarias como Lucía Rey, una auxiliar administrativa de 50 años, son un ángel de la guarda para ellos. «La asistencia a domicilio consiste en acompañarlos para ir al médico, a la compra, al banco... estos días, por el COVID-19, los llamamos por teléfono y solo estamos haciendo las salidas imprescindibles, como el viernes, que fui con una usuaria a oncología», detalla Lucía, que lleva cinco años colaborando con la Cruz Roja.

«Claro que se llevan una alegría al verte y claro que tengo miedo de exponerme al coronavirus, sería una inconsciente si no, pero es mucho más fuerte el deseo de ayudar. Pienso en mis padres, en qué sería de ellos si yo no estuviera», defiende Lucía.

El confinamiento es menos gris con estos voluntarios y con maestros de vida como Mari Carmen, que siempre tiene una lección oportuna: «Al acostarme hago una reflexión sobre este encierro: ‘Ya queda un día menos’».