Pasar la cuarentena en un apartamento o en un chalé con finca marca la calidad de vida estos días

rocío pita parada

Entre cuatro paredes o respirando aire puro. Al sol y mirando al mar, o convirtiendo en una suerte de playa el parqué en el que, durante unos minutos, rebota la luz que entra por la ventana. Transformando el pasillo en un circuito de carreras o utilizando la finca para dar largos paseos campo a través, tras una jornada laboral empuñando el cortacésped. Todos estamos condenados al encierro. Pero dependiendo de cómo sea el hogar, es más o menos llevadero.

El aislamiento obligado al que ha llevado el coronavirus ha revalorizado las opciones del rural, donde sus vecinos pueden seguir conservando buena parte de las rutinas previas a la pandemia. En la ciudad, la cosa cambia. Pero también tiene sus ventajas. Como la de tener compañía en los aplausos de las ocho. O disfrutar de una mejor señal de televisión o conexión de Internet, vital en este estado de alarma. Pírrico consuelo para una mayoría que afronta el confinamiento en apenas unas decenas de metros cuadrados. «Es un privilegio, aquí no te aburres», admite Manuel Sendón, presidente de la agrupación de Asociaciones de Vecinos de la Zona Rural, que recuerda: «Pero cualquiera puede venir a vivir aquí, ¿eh?».

Deporte en el exterior. Si hace buen tiempo, los hijos de Marina y Manuel salen a la terraza y al párking y juegan al fútbol y al baloncesto
Deporte en el exterior. Si hace buen tiempo, los hijos de Marina y Manuel salen a la terraza y al párking y juegan al fútbol y al baloncesto

Marina Crestani y Manuel Beceiro, apartamento con terraza y aparcamiento en Covas

«Nos sentimos muy afortunados de vivir aquí»

Atiende el teléfono sentada en la barandilla de una atalaya privilegiada sobre la playa de Covas. Marina Crestani, su marido Manuel Beceiro, y los niños Joao Pedro, de once años, Mariana, de nueve y Manuel, de dos, pasan un confinamiento singular. Viven en el rural, pero residen en uno de los cuatro apartamentos existentes sobre el restaurante Beceiro, que regentan. Y la terraza, de unos 80 metros cuadrados, y el estacionamiento cerrado de la propiedad, de unos 600, les dan la vida.

«Si no fuese por el aparcamiento que tenemos aquí, estaríamos locos todos», expresa. «Si hay buen tiempo, los niños juegan al fútbol, al baloncesto, con el patinete... Nos sentimos muy afortunados de vivir aquí», admite. «Estamos haciendo muy buena cuarentena, aquí no estamos en medio de la multitud», asegura. «Mi suegro es mayor y también vive con nosotros. La única persona que sale de mi casa soy yo, para hacer la compra. Voy, llego a mi casa, me quito la ropa, la pongo a lavar y me voy a la ducha», describe Marina su rutina anticoronavirus.

Batalla campal de juguetes. Tener la casa ordenada es «imposible» estos días en el piso de Amanda y Guzmán
Batalla campal de juguetes. Tener la casa ordenada es «imposible» estos días en el piso de Amanda y Guzmán

Amanda Ávalos y Guzmán Otero, piso en O Bertón

«A los niños los asomamos por la ventana»

Una habitación, mitad lugar para dormir, mitad zona de juego, y una sala es todo el territorio del que disponen Samuel, de nueve años, y su hermano Andrés, de dos y medio, para desfogarse en el encierro. Viven con sus padres en un piso de O Bertón: ella, de ERTE, y su marido, repartidor de un negocio de comida a domicilio. Ni Amanda Ávalos ni sus hijos han salido de casa desde el estado de alarma, ya que las provisiones las trae a casa su marido, Guzmán Otero, aprovechando su salida laboral. Así que su vida discurre en apenas 70 metros cuadrados. «Se va llevando, pero hay ratos de desesperación. Tenemos un piso pequeño y tienen solo su habitación para jugar», explica. «Recoger es imposible, es todo una batalla campal de juegos», dice resignada.

Las ventanas hasta el suelo no son suficiente. «Echamos de menos aunque fuera un metro cuadrado al aire libre. A los niños -añade- los asomamos por la ventana. Querríamos ya no digo ir a un parque, solo salir a la calle y poder respirar fuera de estas cuatro paredes».

«Valón es el mejor sitio». Manuel Pita, al fondo, con Rosa, y sus suegros, Salustiano y Anuncia, en la terraza que comparten. «Valón es el mejor sitio del rural: tenemos saneamiento, colegio y hasta aceras»
«Valón es el mejor sitio». Manuel Pita, al fondo, con Rosa, y sus suegros, Salustiano y Anuncia, en la terraza que comparten. «Valón es el mejor sitio del rural: tenemos saneamiento, colegio y hasta aceras»

Manuel Pita y Rosa Gómez, casa con finca en Valón

«No se compara, esto no se paga con nada»

Manuel Pita lo tiene claro: «La diferencia de calidad de vida es abismal, no se puede comparar con nada». Para él, Valón es el mejor lugar donde vivir. Y ahora, más. Junto a su mujer, Rosa Gómez, y su hijo, ya mayor, viven en una casa de unos 200 metros cuadrados al lado de la de sus suegros, con los que comparten parcela y terraza. «Como hay finca, haces ejercicio, te mueves, siempre tienes cosas que hacer. Se vive de otra manera», describe. «El confinamiento se toma de otra forma: aquí sales a fuera, haces lo que quieres», añade, mientras que «en un piso puedes salir a la ventana, pero si te da un patio de luces... Es mucha diferencia. No se paga con nada», resume. De tener que vivir en un piso «estaría algo depresivo», afirma. De la compra se encarga su mujer, «cada semana y pico». Y también la hacen por Internet.

«Imaginación al poder». Con su marido teletrabajando, Inés tiene que tirar de «imaginación y un poco de paciencia para llevar el día a día. «Les dejas hacer cosas que antes no, como lanzarse los cojines», apunta
«Imaginación al poder». Con su marido teletrabajando, Inés tiene que tirar de «imaginación y un poco de paciencia para llevar el día a día. «Les dejas hacer cosas que antes no, como lanzarse los cojines», apunta

Inés Vázquez y Marcos Moreira

«Les monto un pícnic bajo el ventanal»

El pasillo se ha convertido en el mejor aliado para Inés Vázquez y Marcos Moreira. Viven en un piso de unos cien metros cuadrados en Canido, al que «no le da el sol en todo el día». Sus pequeños, Mateo, de siete años, y Coco, de tres, utilizan el corredor de pista de juego. Pero «la vitamina D no la van a disfrutar», dice su madre. Los días que hace bueno «abrimos todo el ventanal del salón y les monto un pícnic o algo para que vean un poco lo que es la luz y respiren aire», señala Inés.

El momento de los aplausos es el más esperado para la pequeña, Coco: «Es lo que le da un poco la vida». Viven encima de un supermercado y es difícil explicarle por qué no puede ir a la compra, aunque prometa no pedir nada ni subirse al carro: «A veces quiero reventar a llorar, pero tienes que hacer de tripas corazón».