El cementerio más grande de la ciudad comienza a estar desbordado de cadáveres. Decenas de presos han sido solicitados para cavar zanjas donde hacinar muertos por coronavirus

L. G. V.

Cuando Nueva York pasó de ser la ciudad que nunca duerme a una urbe somnolienta, para muchos fue tarde. El confinamiento se hizo esperar por un dubitativo Donald Trump, que primero anunció que imponía una cuarentena a Nueva York, Connecticut y Nueva Jersey de dos semanas y, luego, rectificó. El propio alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, cada vez que tiene oportunidad carga contra el magnate y lo acusa, directamente, de la terrible situación que vive la Gran Manzana. Mientras no hace demasiadas semanas apenas tenía contagios, hoy está en el foco del mundo entero. En la actualidad esta metrópolis tiene más infectados que cualquier país del globo (ronda los 160.000 y España, por ejemplo, tiene ahora mismo 157.022 positivos), y la cifra de muertos supera los 7.000 fallecidos. 

La crisis es de tal calibre que ni siquiera una ciudad de estas dimensiones es capaz de dar respuesta al golpe del coronavirus. Los hospitales están desbordados, Central Park se ha convertido en un enorme centro médico improvisado y los servicios funerarios no dan abasto. Todo esto sin mencionar el golpe a la economía doméstica, que terminará por ser global, en un país donde buena parte de los ciudadanos no tienen seguro médico y la sanidad pública brilla prácticamente por su ausencia.

Así las cosas, una de las imágenes que más revuelo han causado en las últimas horas son las captadas por varios drones, que dejan patente cómo la isla de Hart, el cementerio más grande de la ciudad, próximo al Bronx, se convertía en una gigante fosa común para aquellos muertos por coronavirus que no han sido reclamados por ningún familiar, o cuyos allegados no pueden pagar en el entierro. Para llevar a cabo las labores de trabajo, decenas de presos han sido reclamados a distintas prisiones y, contra reloj, cavan zanjas donde se puedan colocar los cadáveres.