Rosa Loureiro, confinada en soledad con un tumor de pulmón: «En esto sí todos somos iguales»

rosa domínguez A CORUÑA / LA VOZ

SOCIEDAD

A los 39 años le dijeron que le quedaban meses de vida. Ahora está a tratamiento y le envían la medicación por mensajero

03 feb 2021 . Actualizado a las 19:33 h.

A Rosa María no le hizo falta que llegase el coronavirus para darse cuenta de que «uno vive la vida preocupado por cosas que no son las realmente importantes». El estrés por el trabajo o la letra de la hipoteca se colocan en su sitio cuando la caducidad tiene fecha. «A los 39 años me dijeron que me quedaban de tres a ocho meses», recuerda. Pero ha llegado a los 45 respirando con un carcinoma de pulmón en estadio 4 metastatizado. Así que a ella la llegada del COVID-19 no la ha tambaleado más que aquel funesto diagnóstico. Su hijo era entonces un adolescente, 15 años tenía. «Y lo que más pena me daba era dejarlo solo aún pequeño... Tiene más familia, pero madre por mala que sea solo tienes una», dice. Hoy su chico está en la universidad y pasa el confinamiento en A Coruña, mientras su madre hace el suyo en Ortigueira con un convencimiento firme: «Soy una afortunada», proclama.

Confinamiento voluntario

Sus ganas de vivir la empujan a seguir adelante «muy contenta» y con toda la responsabilidad sobre su propia salud. Tanta que «me confiné voluntariamente días antes del estado de alarma». Tiene a mano el número de móvil de la enfermera, y aunque todos los meses tenía que desplazarse al Chuac, a raíz del coronavirus, para no exponerse, le hicieron la analítica en su centro de salud. «Después me llamó la doctora y la medicación, en vez de tener que ir a recogerla al hospital a A Coruña, me la envían por mensajero», relata.

Ella extremó todas las precauciones. «Antes aún iba a la compra, ahora ya solo salgo para bajar la basura», dice aludiendo al momento en que «empezaron a detectarse casos aquí». El teléfono y Skype la mantienen en contacto con su hijo, con sus cuatro hermanas, los amigos, y su madre, que, aunque vive cerca, no pueden verse. «Tengo momentos, como todo el mundo, imagino, pero desde lo del cáncer veo la vida de otra manera. Trato de buscar el lado de positivo. Ya soy una afortunada, he sobrevivido a un cáncer y vamos a luchar contra esto también». Cocina, limpia, le sube el volumen a Queen y baila Flashdance «para animarse».

Tiene el privilegio de la certeza de saber que las verdaderas posesiones son disfrutar de un paseo, como el que ella añora ahora por el pinar de la playa de Morouzos, oler una flor, la aventura de un viaje y el tesoro de un abrazo. «De nada sirve lo demás, de nada acumular… si no nos vamos a llevar nada. Ahora más que nunca se ve: en esto sí todos somos iguales», opina sobre un virus que ha infectado de temor la rutina del mundo.

Rosa María Loureiro daba clases en el IES de Elviña cuando aquel bultito descubierto por casualidad tras una pancreatitis, y que «parecía no tener importancia», estaba detrás de sus dolores de espalda. Pensó que era ciática, pero un tac desveló que había crecido. Estaba tan escondido que apenas se veía. «Me iban a operar y se iba a resolver, pero en quirófano vieron que estaba extendido por los pulmones, la tráquea, el diafragma… me abrieron y me cerraron».

«A mí me salvaron la vida»

«Soy una persona normal, con mucha suerte y muy protegida». Lo dice por la «fortuna», repite una y otra vez, de dar en pleno desahucio vital con el equipo de Oncología del Chuac. «Cuando te ponen la muerte tan cerca, solo pedía pasar lo que me quedase de la mejor manera. Ya no quería hacer nada. Dije: ‘‘Si es así no me pongáis nada'', pero la doctora Charo García Campelo me replicó: ‘‘La baraja hay que jugarla, el no ya lo tienes''; y me convenció». Entró en un ensayo clínico.

Año y medio de quimio hasta que los efectos secundarios no fueron tolerables, y una terapia dirigida, «que ataca justamente mi mutación genética —explica—, me cambió la vida por completo». Pasó de tener tres días buenos a disfrutar «de una calidad de vida bastante aceptable». A pesar del cansancio, la hinchazón o «la artritis, que total, ya la iba a tener», asegura encontrarse «muy bien, muy atendida y siempre agradecida al equipo, porque a mí… a mí me salvaron la vida».

Sensación de irrealidad

Insiste en que «no se debe salir a la calle» por el COVID-19 y habla de la sensación de irrealidad de una situación sin precedentes que, aunque no discrimina para atemorizar a todos, no encuentra a todos en las mismas condiciones. Es una de sus reflexiones: «Esto parece de película, no sé si Guerra mundial Z o qué... Sí, tengo que estar encerrada, pero yo tengo casa, luz, agua, wifi... de todo. ¡Cuántos habrá que no tengan ni dónde meterse!», deplora. Rosa valora las comodidades del llamado mundo desarrollado y lamenta el impacto de la pandemia allí donde los recursos escasean.

Aunque a veces «daría algo por salir a dar un paseo», considera que el encerramiento es un mal menor. Sobre todo si «quedándonos en casa podemos salvarnos», y pensando en que ya son muchos a los que ni el hogar los ha protegido: «Ya hay mucha gente que tiene a cercanos afectados».

Rosa, desde luego, apuesta por intentarlo. «Porque en mi cabeza me digo que voy a durar muchos años más y porque quiero seguir aquí, vivir y disfrutar de las cosas pequeñas», arguye.

Un aviso al móvil para no tener que esperar por la quimioterapia

Debido a la mayor susceptibilidad a las infecciones por los tratamientos inmunosupresores que reciben los pacientes con cáncer, el servicio de Oncología del Chuac recomienda de modo general extremar las medidas de higiene y de aislamiento social. Además, ha puesto en marcha un plan de contingencia que incluye la reducción de los desplazamientos de los enfermos al hospital. En caso de tener que hacerlo, la recomendación es utilizar siempre que sea posible transportes particulares con un único acompañante.

También se ha limitado el acompañamiento de familiares en las salas de espera y en el hospital de día, donde se ha suprimido la asistencia de voluntarios y del personal que no sea estrictamente necesario. Además, se ha creado un triaje de sintomatología sospechosa y un punto de lavado de manos obligatorio para todos los pacientes antes de acceder al área de consultas externas y del hospital de día. En este espacio, para recibir la quimio, se han distanciado los sillones en las salas de espera y en el propio hospital de día. Para evitar esperas y acúmulo de pacientes, se ha implantado un sistema de aviso por SMS al teléfono en el momento en el que está disponible la medicación para su administración intravenosa.

La teleconsulta para comunicar pruebas, control de síntomas, dudas o ajuste de la medicación, se ha puesto en marcha para todos los pacientes posibles, que, además, reciben en casa la medicación. El equipo también ha valorado a todos los pacientes en tratamiento activo, para considerar nuevas pautas más distanciadas en el tiempo, ajustar dosis, optar por terapias con menor riesgo para el sistema inmune o, incluso, en función del caso (tipo de tumor, extensión, factores de riesgo...) retrasar temporalmente el inicio o la continuidad del tratamiento que reciben.