Ana relata cómo la crisis del COVID-19 sacudió la rutina sanitaria de su madre, con leucemia y demencia
10 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.La lucha contra el COVID-19 es como una manta corta que ha dejado al descubierto a multitud de pacientes con dolencias graves y crónicas, cuya sobreexposición es más patente ahora. A muchos de ellos, como a Marisa (de 75 años), les ha cambiado la vida por completo. Y el vuelco también ha afectado a la de su hija, Ana, que la cuida desde que hace cinco años falleció el padre de familia, porque Marisa, con demencia frontotemporal y leucemia crónica, no puede permanecer en soledad. «Yo me encargo absolutamente de todo, compaginándolo con mi trabajo, que ya tuve que dejar cuando mi padre murió. Estuve en el paro cuidando a mi madre desde diciembre del 2014 hasta septiembre del 2017», introduce Ana.
La leucemia de Marisa requiere tratamiento a base de pastillas, suministradas en el Chuac y un control cada tres meses. Justo al inicio de esta crisis estaba probando un cambio de medicación, lo que implicó acudir al hospital a una analítica imprescindible. A partir de ahora, los resultados se los darán por teléfono y la medicación se la enviarán a casa.
«Imagina el miedo y la tensión de llevarla al hospital sin mascarillas (no las encontré en ninguna parte)... solo conseguí guantes. Le envolví media cara con una bufanda, tres vueltas le di, tapando boca y nariz. Y controlándola que no tocase nada ni se llevase las manos a la cara», relata.
Tras agradecer la atención en el hospital Teresa Herrera, Ana se pregunta, temerosa: «¿Si me contagio yo, qué hago con mi madre?».
Ana se acogió al teletrabajo para evitar que su madre se viese obligada a seguir acudiendo al centro de día, que acabaría cerrando tres días más tarde. «Y así estamos. En cuarentena y con mil ojos, atendiendo siempre al mínimo síntoma que ella pueda tener», avanza.
«Estuve tranquila pasados los quince primeros días de cuarentena y ver que seguíamos bien, pero ahora, después de haber estado en lugares de riesgo, más vueltas da la cabeza. Mantengo la calma, pero la tensión está ahí. Y, pensándolo fríamente, sabemos que este virus se va a quedar, con lo cual habrá que extremar medidas cada vez que salgamos de casa, al menos hasta que haya una medicación o una vacuna. Vamos, que la vida en ese aspecto también nos cambia», resume.