Vivir en estado de sospecha

SOCIEDAD

Capotillo

La necesaria protección de datos de los contagiados complica la labor de las fuerzas de seguridad y desata la tensión vecinal

07 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

A Andrés Ferreiro no le molestó la fama que durante varios días le brindó su condición de primer contagiado de A Picota. Aunque aquello de que estaba infectado ni siquiera fuese cierto. «Ainda me gustou que me chamaran algúns amigos por culpa diso», sostiene ahora, cuando el bulo, propagado en conversaciones telefónicas y a través de redes sociales, lleva ya tiempo fuera de circulación. El entusiasmo ante la preocupación de tantos allegados por su estado de salud le convierte en el único beneficiario de un fenómeno incómodo, como mínimo, para tantos vecinos del rural gallego, donde hay pocas caras que no resulten familiares y pocos padecimientos, reales o imaginados, que escapen al interés general. El estado de alarma transformado en estado de sospecha por ausencia de información.

La ley de protección de datos, que otorga halo de rotundidad a códigos deontológicos y juramentos hipocráticos, está interfiriendo con la labor de representantes municipales y fuerzas de seguridad en el intento de contener la pandemia. «Entiendo que esa ley es fundamental, pero si de alguna forma puedo llegar a la persona que ha dado positivo y que sea esa persona quien revele su situación, me parece lo ideal», razona Juan Penabad, alcalde de Ortigueira, reproduciendo por referencias el célebre monólogo en el que Gila arrancaba confesiones a base de dejar caer. El regidor está dispuesto incluso a resucitar el hilarante sistema del «alguien ha matado a alguien», a falta de mejor solución. «No necesitamos datos personales, pero sí indicaciones que podamos entender para aislar los focos», proclama en su interés por evitar que el coronavirus se desparrame por la localidad. La reflexión desvela hasta que punto se está complicando aislar y prestar atención a los contagiados. «La mayoría de los casos son personas mayores, mucha gente tiene miedo a hacerlo público... Al final trabajamos sin certezas», lamenta Penabad.

A pocos kilómetros, su colega Bernardo Fernández abunda en la apreciación: «Urge una medida general, un protocolo en cuanto al uso de datos que evite especulaciones». Como la que hace poco afectó a la villa, cuando «alguien público en redes sociales una estadística con el ‘‘número de casos’’ en la comarca. En Pontedeume aparecían ciento y pico, y solo al final de las tablas se veía que las cifras eran de casos de divorcios. Recibí un aluvión de llamadas y mensajes de gente muy preocupada». «El tema es muy sensible, vecinos que señalan a otros vecinos, y no todo el mundo sabe gestionar bien esta tensión», argumenta.

Y con ello acerca su parecer al de Mónica Rodríguez. «Entendemos la ley, pero solicitamos algo de comprensión ante este estado de nerviosismo y preocupación general. No hay manera de acabar con los rumores. A todas horas me llaman a mí o a la policía para denunciar algún posible caso y nos sentimos impotentes», relata la alcaldesa de Vimianzo. Como el resto de regidores que han puesto voz a una cuita global, resalta que ella y su equipo están «afrontando una labor importante con mayor riesgo del que asumiríamos si tuviésemos la información. Ni siquiera podemos organizar correctamente la recogida de residuos y se nos priva de la posibilidad de aumentar el control en torno a personas de riesgo para que el contagio disminuya».

Y al tiempo, desata suspicacias, como detalla Alberto Díaz, jefe de la Policía Local de Cedeira: «Pedimos al centro de salud que nos facilitaran datos y nos dijeron que era imposible. Lo hicimos para intentar controlar la situación porque recibíamos muchas llamadas de gente denunciando que sus vecinos se habían contagiado y estaban saliendo sin control». También él se muestra comprensivo con la opacidad en cuanto a los nombres de víctimas, pero esgrime que así «ni siquiera tenemos forma de comprobar la situación de aquellos a los que paramos. Gente con la que en caso de ser positiva deberíamos tener más cuidado». La desconfianza ha tomado varias localidades junto al coronavirus. «Ahora no nos hacen falta cámaras de vigilancia. Nos llaman enseguida ante cualquier sospecha», abunda Díaz, añadiendo que «vecinos con rencillas pendientes aprovechan la ocasión. Nos dan el aviso, que a veces es falso, y nos dicen ‘‘No es que me lleve mal con él, pero…’’».

Otro responsable de los cuerpos de seguridad municipales, este de Muxía, aporta su experiencia durante el estado de alarma. «Aquí hubo un audio que circuló por las redes con nombres de positivos. Algunos no lo eran. Se llegaron a ver enfrentamientos y amenazas. Si no hay un canal oficial para conocer la identidad de los contagiados se generan altercados entre la población», protesta José Manuel Blanco, que además es secretario de Ugpol. La asociación que representa a policías locales de toda Galicia (la que cuenta con mayor número de afiliados) dirigió el 24 de marzo un escrito a la delegación del Gobierno reclamando que se facilitaran los datos de quienes hubieran dado positivo.

La respuesta no ha llegado y prosigue el debate entre el derecho al secreto profesional y la necesidad de extremar el control y brindar auxilio a los afectados. Mientras, funcionan a pleno rendimiento los confidentes de balcón. «El chivatazo es colaboración ciudadana. Ahora mismo, por ejemplo, hemos podido detectar a dos familias que se han desplazado a Espasante desde Madrid», desgrana el alcalde de Ortigueira. El coronavirus, aliado con Hipócrates para limpiar la imagen del mirón.