Una gallega en Nápoles: «Llevo un mes confinada y ahora me vuelan los días»

SOCIEDAD

La bióloga Alba Clara Fernández se encerró en casa por responsabilidad días antes de que el Gobierno italiano decretara el estado de alarma. Aunque asegura que las primeras semanas fueron durísimas, ahora se ha acostumbrado a la situación

03 abr 2020 . Actualizado a las 17:51 h.

Cuando España lamentaba la delicadísima situación que vivían los italianos a causa de los estragos del coronavirus, Alba Clara imploraba a sus allegados que pusieran las barbas a remojar. Esta bióloga, que lleva más de tres años viviendo en Nápoles, era tildada a principios de marzo de loca y exagerada por buena parte de sus familiares y amigos gallegos. En la esquina noroeste peninsular, en ese momento, la saturación de los hospitales era un problema ajeno, eso de lavarse las manos cada cinco minutos una obsesión casi paranoide, y lo de hacer una compra búnker, una escena de cualquier película de ciencia ficción. Sin embargo, pasaron los días y el país transalpino y España empezaron a llevar caminos paralelos. 

Alba Clara llevaba entonces muchos días confinada, nervios y lágrimas, mediante. Ahora, después de 28 días en casa, esta coruñesa ya ha pasado por todos los estados de ánimo habidos y por haber y asegura que esta última semana, lejos de lo que se podría esperar, ha sido la mejor desde que se enclaustró. «Me he habituado; el ritmo de trabajo ya lo tengo controlado, me informo sobre el coronavirus pero sin obsesionarme y tengo una rutina de ocio muy pautada. No sé, de verdad que me vuelan los días».

Como explica, esta sensación de tranquilidad es relativamente nueva. Cuando decidió confinarse, por responsabilidad particular, tras pedirles el director del Consejo Nacional de Investigación (el equivalente al CSIC en España) a ella y a algunos de sus compañeros que teletrabajaran, «decidí que se acabaran las cañas y la pizza fuera de casa porque no me parecía ni ético ni sensato». Además, comenta que empezó a replantearse sus hábitos porque se dio cuenta de «lo complicado que era tocar lo menos posible en el supermercado, así que hice una compra grande y a partir de ahí empecé a realizar pedidos online cada diez días». Cuenta que le ayudó a sobrellevar los dificilísimos primeros días el hecho de que su novio, opositor, se mudara a su casa y empezaran a compartir rígidos horarios de trabajo y estudio, respectivamente.

Pero ni con esas conseguía la bióloga dejar de sentirse alterada. «En Italia la cosa estaba ya fatal, y España, donde están mi familia y mis amigos, iba por el mismo camino; resultaba frustrante avisar y ser la amiga loca italiana. Viví con mucha tensión y momentos de bajón cómo iban creciendo los números de infectados y muertos en ambos países». No obstante, al tiempo que explica su sentimiento de angustia, reconoce que cuando Giuseppe Conte decretó el aislamiento social en Italia se sintió «protegida y aliviada».

Un bajón en el rendimiento laboral

Conforme fueron pasando los días, Alba Clara intentó desligarse un poco de lo que ocurría en el exterior. El decreto de alarma en España fue clave para decidir atender solo a la rueda de prensa que en su país ofrecen a las seis de la tarde, y así estar al tanto de la evolución de la pandemia, pero sin sobreinformarse. Lo explica: «Mi rendimiento laboral empeoró porque no podía estar a todo, y eso que el hecho de estar acompañada y ver cómo mi novio seguía a pies juntillas su rutina ayudaba, pero no conseguía concentrarme». Así, cuando acumulaba los mismos días que los españoles llevamos ahora confinados, logró cambiar el chip. Por eso quiere lanzar un mensaje de esperanza a aquellos que no ven la luz al final del túnel: «Asumí que quedaban muchos días en casa, y decidí que no me iba a ganar la dejadez; me marqué un calendario muy estricto: entre semana trabajaría como si estuviera en el laboratorio, y el fin de semana lo dedicaría completamente al ocio. Esto parece una tontería pero antes no lo hacía, y dedicaba sábados y domingos a estudiar o leer artículos, pero así voy teniendo metas y momentos de disfrute que hacen más liviana esta situación. Veo series de Netflix, ordeno la casa, hago cañas virtuales... No me puede la tristeza porque, en el fondo y aun llevando tantos días en casa, sé que soy una afortunada solo por el hecho de no tener que exponerme al virus. El aburrimiento o el bajón no me parecen una razón para saltarme el confinamiento»