«Fueron seis días terribles, unos días infernales con un desenlace trágico»

SOCIEDAD

NACHO IZQUIERDO / EFE

Los familiares de las víctimas mortales de la pandemia suman el confinamiento al dolor por la pérdida de su ser querido

31 mar 2020 . Actualizado a las 17:10 h.

Pedro teletrabaja. Como tantos, estos días. Por eso, cuando aparta la vista del ordenador, mira al vacío: «A través del patio interior veo la ventana de su dormitorio, la de su cocina, el tendal al que se asomaba para colgar la ropa...». El cristal de la oficina de Pedro ya no da a la vida de Marta. Su madre falta desde hace veinte días, aunque se fuera definitivamente la semana pasada. La perdió de vista el sábado 14 de marzo y desde entonces solo conserva recuerdos por videollamada. Todo sucedió tan rápido.

«Se había ido con una amiga a un viaje del Imserso a Lloret de Mar. Volvieron el día 11 y fui a recogerlas al aeropuerto. Lo del coronavirus aún empezaba, pero estaba el miedo a contagiarlas y les dije que iba a evitar el contacto. Cuando la dejé en su casa no me aguanté y le di un abrazo, procurando no tocarle la cara ni las manos». Las precauciones de Pedro tuvieron un beneficiario inesperado: él. Porque el foco era ella. La epidemia viajó en aquel avión. Muchos llegaron contagiados y varios han fallecido. Como Marta. «Cuántas veces me he arrepentido de no haberla ido a buscar hasta allá en coche», lamenta su hijo.

El día 14 aparecieron los primeros síntomas y la mayor de los cinco hermanos acercó a la madre al hospital. «Yo era la que tenía más disponibilidad», explica Begoña, segunda voz de un relato que regresa a Pedro con la paciente en planta y aparente buena salud: «El mismo martes por la tarde nos decía que se aburría mucho, hasta nos pidió revistas y las gafas, le dijimos a sus amigas que la llamaran para entretenerla». El giro fue radical: «El miércoles por la mañana nos dicen que la han ingresado en la UCI y que probablemente no pase ya de ahí. Desde entonces hasta el domingo, que nos llamaron para decirnos que falleció, fueron seis días terribles, unos días infernales con un desenlace trágico. Estar en casa esperando el parte diario... Es algo que nadie puede entender hasta que lo vive en carne propia», sostiene acerca del terrible proceso al que se ven abocados los familiares de tantas víctimas mortales de la pandemia. Marta Soto Novás, de 77 años, nacida en Grañas do Sor y vecina de Mañón, figura como la primera en el área de Ferrol. Con los centros aún sin saturar y las medidas más restrictivas todavía por venir.

Su primogénita fue quien acudió diariamente a recibir los partes informativos al hospital Juan Cardona. «Necesitaba tener la cabeza ocupada», justifica, antes de detenerse en la labor de los sanitarios: «Me tocaron varios, porque entre medias hubo un festivo y luego el fin de semana, y en todos los casos nos daban la previsión fatal, aunque al ver que mi madre pasaba una noche y otra nos quedaba un poco de esperanza. Si algo tengo que destacar es que el personal nos trató de forma increíble. Hubo uno, el doctor Díaz, que preguntaba constantemente cómo lo llevábamos, me decía que si mis hermanos necesitaban cualquier cosa, que él llamaba a quien lo necesitase».

El domingo 22 de marzo, fue una llamada lo que puso el punto final a las visitas diarias. «Hace cinco años, mi hermano Pedro se encargó de los trámites con la funeraria, por mi padre; esta vez, después de darle la noticia al resto, yo necesitaba hacer algo, mantenerme ocupada con cosas prácticas, y me acerqué al tanatorio. Nos habían comunicado el fallecimiento a las ocho, y a las 12 de la mañana ya estaban incinerando a mi madre. Es muy drástico, pero la inmediatez va cerrando puertas, haciendo dar pasos que hay que ir dando».

El lunes 23, el entierro. Un rito limitado ahora a tres personas en el que entonces pudieron participar nueve (los cinco hijos, dos cuñados y los nietos de mayor edad). Escaso consuelo: «Fue durísimo; estamos muy unidos y el no poder tocarnos, no abrazarnos en un momento así... Siempre midiendo las distancias, sin el contacto humano que te ayuda a llevar estas cosas». Como con las videollamadas, último enlace entre Marta y los suyos, las nuevas tecnologías volvieron a servir de placebo. «Ella era una persona increíblemente vital y activa —la recuerda su hija mayor—, con muchas amistades, y ahora hay gente de la que no habíamos sabido en años que nos llama o escribe para dar el pésame. El WhatsApp se ha convertido en nuestro libro de firmas».

La multitudinaria ceremonia de despedida queda pospuesta, estirando el proceso de duelo para Pedro y los suyos: «Cuando bajo a la perrita, todavía miro a la ventana de su salón; como miraba antes, a ver si había luz».

«Es como una muerte repentina asociada a una angustia previa»

Jorge García forma parte del equipo de psicólogos que apoya a las familias de los contagiados por coronavirus ingresados en el Chuac. La labor es especialmente complicada porque la distancia juega por dos veces un papel. Primero, en la atención, solo telefónica; y después en los casos de desenlace fatal, que él define «como una muerte repentina asociada a una angustia previa».

«Podríamos identificar dos partes en un proceso de duelo —detalla el especialista—. En la primera se trata de confirmar la realidad de la pérdida, de desprendernos de la persona con los sentidos, no vale con la imaginación. En este caso es algo casi imposible, que por fuerza hay que hacer de manera incompleta. Necesitamos además una expresión emocional que requiere de la cercanía de personas, porque ni el Skype ni el WhatsApp tienen hombros».

«Lo que hay que hacer cuando alguien se muere ya está casi determinado en nuestros mecanismos sociales y en este caso no es así», razona el psicólogo, quien señala dos opciones ante la situación: «La de iniciar el proceso de forma infructuosa o dejarlo para luego. Aplazarlo es más sano». Lo califica como «duelo demorado. Las condiciones que tenemos no son nada favorables para iniciar el proceso, vamos a necesitar dejarlo para después». Un reto enorme, subraya el profesional: «Hay que valorar el esfuerzo de quienes pierden familiares, el acto de generosidad de cara a salvaguardar la salud de todos. Después, cuando pase esto, se lo tendremos que reconocer y homenajearlos, y esa podrá ser la forma de empezar su proceso de duelo».