«Mi princesa tiene alzhéimer y a la hora a la que iba al centro golpea la puerta»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA

SOCIEDAD

Ramón Leiro

Fita o Peregrino no saben nada del coronavirus ya que sufren demencia. Pero ambos sienten que algo raro sucede

28 mar 2020 . Actualizado a las 19:19 h.

Susana Coello, mariscadora y vecina de Sobradelo (Vilagarcía), sale todas las mañanas andando de casa en dirección a la vivienda de sus padres. «Subnormal, métete en casa», escucha estos días de confinamiento cuando completa los menos de 500 metros que la separan del hogar de sus progenitores. «Si supiesen a lo que voy, quizás el que me grita desde la ventana se lo pensaría dos veces», reflexiona ella. Y Susana lleva razón. Porque sus padres la necesitan. Él, con 84 años, tiene buena salud y se apaña incluso si tiene que hacer la comida. Pero es imposible que se encargue en solitario de cuidar a su mujer. Porque Fita, de 80 años, es una de esas mayores valientes que lleva desde los 69 luchando contra el alzhéimer. Es valiente porque, aunque su mente lleve ya mucho tiempo en blanco y no le deje siquiera hablar, sigue sonriendo a diario. Y eso que estos días de confinamiento, sin saber nada del coronavirus, Fita sabe algo pasa.

Ella habitualmente acude a un centro de día por las mañanas, así Susana puede ir a trabajar al mar. Su rutina es levantarse, asearse y que la lleven a ese lugar en el que ha encontrado un segundo hogar. El confinamiento ha terminado con ese día a día. Y Fita lo nota: «Mi princesa un rato está feliz y otro aporrea la puerta, así es el alzhéimer. A ella ya no le coge en la cabeza nada de lo que está pasando, pero a la hora en la que habitualmente iría al centro se acerca a la puerta y la golpea. Es un momento bastante triste. Luego, trato de entretenerla pintando cuadernos o haciendo cositas como doblar calcetines, que es algo que le encanta».

La misma sensación, la de que su padre sabe que algo raro sucede pese a no poder explicarle ya nada sobre el confinamiento, la tiene Ángeles. Ella es la hija de Peregrino, un vecino de Poio que tiene 77 años y lleva desde los 70 con demencia. Él acude por las tardes a un centro de día. Y, tras romperse esa rutina, a la hora de marchar se pone nervioso y pregunta: «Él no se acuerda del sitio al que tiene que ir, pero sabe que le falta algo, que tiene que hacer algo que no hace. Lo sacamos mi madre o yo al jardín y tratamos de entretenerlo. A veces también pinta libros de colores... las mañanas las lleva mejor, las tardes con complicadas», explica.

Los padres de Ángeles, por un lado y ella, su marido y sus hijos por el otro viven en distintas plantas en una misma casa y por el día hacen vida en común. A su padre, por ejemplo, le extraña que cuando ella llega de trabajar en el súper no le pueda ir a dar un beso o acercarse a él en la cocina. «Tengo miedo de contagiarle algo, porque él tiene neumonías constantes y es asmático crónico. Pero mi padre no entiende lo del coronavirus y se enfada», dice. Tratan de entretenerle, le sonríen o le hablan hasta que él cambia de humor.

Y así se pasan los días en casa de Fita o Peregrino. Lo único bueno de ese horror llamado alzhéimer es que al menos ellos no desayunan cada día con las cifras de contagios o muertos. Aunque en el fondo sepan bien que su mundo ya no es el que era.