El confinamiento tiene sus momentos

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Touriñán, Moncho Fernández, María do Ceo y Javier Olleros buscan el lado positivo de la obligada reclusión

24 mar 2020 . Actualizado a las 11:28 h.

Moncho Fernández no estuvo en Sevilla, en el partido que debería haber librado este fin de semana el Obradoiro frente al Betis. Javier Olleros no puede atender a su clientela en el restaurante Culler de Pau en O Grove, como venía haciendo a lo largo de los últimos diez años. Xosé Antonio Touriñán ha tenido que echar el freno y posponer su presencia en los escenarios. Lo mismo que la fadista María do Ceo.

Al igual que la inmensa mayoría de ciudadanos, se adaptan al aislamiento reprogramándose, constatando que la manera de medir el tiempo puede ser relativa, descubriendo que el confinamiento tiene sus momentos. Los cuatro explican como ha transcurrido la primera semana de inmersión domiciliaria.

Xosé Antonio Touriñán

En casa de Xosé Antonio Touriñán son cuatro: el actor, Patricia y sus dos hijos, Antía, de nueve años, y Andrés, de seis. Uno de los nombres propios más conocidos de la escenografía gallega resalta que, hasta la fecha, la estrategia es muy clara: tratan de mantener muchos de los ritmos y de las rutinas que son habituales en el día a día.

«Patricia é mestra —comenta—, e iso facilita moito as cousas. Erguémonos ás nove da mañá, e ás dez comezan as clases coas tarefas que nos van enviando dende o colexio de Tarrío. Procuramos que sexa o máis parecido ao colexio, pero na casa».

Por la tarde hay más margen para actividades sin libros de por medio: «Tentamos facer varias cousas, como baleirar armarios, lavar o coche, cortar céspede... Antía ensínanos algo de ballet, Andrés xogos coa pelota, a nai pilates... Temos a sorte de vivir no rural e estes días de atrás nos que estivo bo tempo houbo a posibilidade de xogar ao fútbol, sacar os patíns e a bicicleta».

A Touriñán el confinamiento le ha coincidido ya con el Día del Padre y, antes, con el de su 40 cumpleaños. «Vese que a nai foi previsora», porque no faltaron ni la tarta ni una camiseta de regalo para la ocasión.

Los críos se acuestan pronto y el padre aprovecha para darse una vuelta por Instagram junto a su colega David Perdomo, para seguir con sus directos a través de las redes. «É unha válvula de escape», señala, una manera de no desengrasar.

Moncho Fernández

El entrenador del Monbus Obradoiro es licenciado en Geografía e Historia. Y estos días su labor está más cercana a las aulas que al parqué de las canchas. Aprovecha para echar una mano con los libros a sus hijos, Guille, de 13 años, y Lola, de 10. Las circunstancias son las que son y han propiciado que se reencuentre con su otra vocación: «Con los críos estoy haciendo de profesor, y todos buscamos la manera de seguir con nuestras cosas». Y, aunque no como una parte más de Educación Física, también encuentran sus momentos para hacer ejercicio juntos.

Las horas parecen tener más de sesenta minutos, no hay competición ni entrenamientos a la vista. No está ante la exigencia de preparar el día a día del equipo, pero no se desconecta del baloncesto. Antes al contrario, las nuevas tecnologías le permiten intercambiar información con sus ayudantes y con otros técnicos.

Y como el tiempo estira más que nunca, Moncho Fernández no deja pasar la ocasión de sacar brillo a dos de sus grandes aficiones: la lectura y las series de televisión. El Día del Padre le tocaron «los regalos hechos en casa, que son los que más llegan al corazón». No lo olvidará, por singular y por la carga añadida de afecto, si cabe.

María do Ceo

A la fadista María do Ceo el confinamiento le viene de más atrás, toda vez que acumula ya quince días desde que le recomendaron a ella y a su marido el aislamiento domiciliario por haber estado en contacto con un caso positivo. No han notado síntoma alguno y la casa no se les echa encima: «Llevamos cuarenta y pico años casados y estamos habituados a pasar tiempo juntos. Siempre hacemos vida muy casera». Eso sí, reconoce que «ya le sacas polvo al polvo, brillo al brillo... Ya he ordenado los armarios y los libros, también la música por orden alfabético, y ahora estoy con el ordenador». Todo ello sin olvidar su gusto por la cocina y por «experimentar con los postres».

Lo que más le cuesta es el alejamiento físico de la familia, especialmente de los más cercanos y de su nieto, por más que las nuevas tecnologías han convertido las videollamadas en algo cotidiano. «Pero no es lo mismo», apostilla.

Javier Olleros

El chef de Culler de Pau lo pasó mal hasta que pudo dejar resuelta la situación de su negocio y garantizar que «todo o persoal volverá aos seus postos cando todo isto pase». Superado ese trance, está disfrutando más que nunca de la familia y, particularmente, de sus hijos, Zoe, de 9 años, y Antón, de 5: «Antes xa procuraba estar cos meus fillos, pero non era tempo de calidade. Agora recollemos, cociñamos, escoitamos, falamos...».

Con ellos ha tenido la oportunidad de «facer exercicio xuntos» y cumplir con un propósito que «levaba dez anos adiando, o de practicar deporte». Y le tocaron la parte más emotiva «cos seus debuxos ou co “quérote, papá”» con que lo agasajaron en la festividad del 19 de marzo.

En una perspectiva más general, Olleros califica los diez años que lleva volcados en Culler de Pau como «trepidantes», y una pausa obligada, como la actual, le invita a «sacar conclusións». «Debemos ser máis conscientes, máis solidarios, valorar a nosa Sanidade e o noso sector primario, onde está o motor da sociedade», concluye. Y el tiempo de calidad.