Una lucense de 20 años sometida a un tratamiento de hormonas inicia los trámites para dejar de ser un hombre
27 feb 2020 . Actualizado a las 23:18 h.Durante años se preguntó si era correcto lo que sentía. No quería ser un hombre. Aceptarlo le cambió la vida. Al cumplir la mayoría de edad se lo comunicó a su madre y ayer fue un día feliz para las dos. Juntas acudieron al registro civil para iniciar los trámites que le permitirán cambiar su nombre en los documentos oficiales. Sin embargo, para lograr que el sexo que figura en su DNI se corresponda con su apariencia física tendrán que pasar dos años, el plazo que la ley establece desde el inicio de un tratamiento con hormonas, que en su caso comenzó hace cinco meses.
«Esta sería la resolución favorable de la jueza y esta, la solicitud para cancelar la partida de nacimiento anterior y emitir una nueva en la que figure el otro nombre, que llegará la próxima semana. En dos años, si antes no hay cambios en la ley, se podrá emitir una nueva partida en la que figure lo otro», explica el funcionario del registro ante madre e hija, que escuchan atentas sus indicaciones.
«Lo otro» es el sexo. Cualquiera que le pida la documentación a esta chica podrá comprobar que ni su apariencia ni su nombre se corresponden a día de hoy con él.
«Son situaciones incómodas que no son necesarias», señala esta estudiante de Artes. Sin ir más lejos, el pasado Fin de Año renunció a asistir con sus amigas a la fiesta de una sociedad cultural de Lugo al percatarse de que a la entrada le pedirían el DNI. Lo mismo ocurre con el examen de la autoescuela y con otras tantas situaciones de la vida cotidiana en las que se requiere identificación.
Al menos, a partir de ahora cualquiera que coja su carné podrá ver un nombre que se corresponde con la imagen de la chica que está frente a ella. «Y dentro de un año y pico, vuelta a cambiar todo otra vez», se lamenta su madre, que la acompaña en todo el proceso.
«A pesar de que el médico que supervisa su tratamiento de hormonas pone en su informe que es irreversible y que es una mujer, nos dejan cambiar el nombre, pero no el sexo. Va a aparecer como que es un hombre, aunque lleve nombre de mujer, algo que nos parece aberrante», explica la madre.
Desde 2007 la ley permite el cambio de sexo en los documentos oficiales sin necesidad de pasar por el quirófano, pero para poder efectuarlo establece un plazo de dos años desde que un médico diagnostica disforia de género y acredita el inicio de un tratamiento que ayude al solicitante a adquirir el aspecto físico del sexo que reclama.
«La ley pasa por encima de lo que diga un médico y parece que está hecha sin saber cómo afecta a las personas de las que habla», asegura la madre de la joven.
Para ellas, ha pasado demasiado tiempo. «Me hubiera gustado decirlo antes, pero por miedo a cómo iba a ser tratada, me callé», explica la joven, que silenció el rechazo a su figura masculina desde los 15 a los 18 años. Ahí empezó un periplo por el Sergas de más de un año y medio en el que fue remitida de manera errónea a dos especialistas. Fue un endocrino el que plasmó por primera vez un sentimiento que hasta entonces había vivido con culpa. «Me preguntaba ‘¿está bien que sienta esto'? Era muy infeliz, no me sentía a gusto con mi cuerpo. No quería ser un hombre», recuerda.
Cambiar su nombre masculino por uno femenino en todos los documentos oficiales supone un hito en este camino que cumple ya cinco años: «Me ha hecho muy feliz ser quien yo quiero ser. Me ha cambiado la vida».
Un motivo personal añade urgencia a la resolución de su caso. A su «gran apoyo», la persona a la que primero confió sus miedos y que ayer estaba a su lado en el registro civil, le han diagnosticado un cáncer. Temía que algo pasara antes de culminar el proceso, pero promete dar la batalla: «Vamos a hacer lo indecible para que cambien esta ley».