Precisamente en el pisito tenemos la conversación con Fabián Bethancourt, a pocos días de su despedida. Posa con la V de la victoria. Esa mano no puede ser mejor metáfora de su triunfo personal. Llegó con los dedos encogidos hacia el brazo, como los pétalos de una flor que no quieren brotar. Por eso tuvo que ser operado de los tendones. Una cirugía de tantas inauguradas aquel día de julio del 2012. Hablamos ahora del primer Fabián, el jardinero de La Gomera, el futbolista de Tercera División. Pero también el que quería quemar etapas con velocidades y sustancias ilegales. En aquella jornada se frenó en seco. Y como un felino que cae de pie, se quedó del lado de los vivos mientras las campanas doblaban por su amigo y conductor del coche de aquel brutal accidente.
Comenzó entonces la segunda vida de Fabián, inaugurada con un coma profundo de medio año. Fue cuando Londres clausuraba los Juegos Olímpicos endiosando a Usain Bolt; la economía española se encogía con una prima de riesgo que se disparaba; y en Estados Unidos, Barak Obama era reelegido presidente de los Estados Unidos. Todo esto hubo que contárselo después, cuando abrió los ojos en un hospital de Tenerife. Pero Fabián era un cuerpo sondado y sin capacidad de comunicación. Un ser atrofiado cuya imagen quiso deshacer su madre llamando a las puertas de otros centros especializados. Las que sí se abrieron fueron las de Bergondo, pero tres años después del accidente, lo que hacía más compleja su recuperación.