El sonido que emite el hielo cuando llega a playa a través de la marea es sorprendente. Se trata de un fenómeno tan bello como peligroso
26 ene 2020 . Actualizado a las 17:27 h.Todos los días cumplo con el ritual de bajar a la playa donde está situada la base científica española Juan Carlos I para contemplar el paisaje. Las vistas quitan el aliento. Uno puede presenciar, además, como los pingüinos se reparten el espacio de una manera asombrosa. Quietos y tranquilos, contemplan la Antártida pasar. De alguna forma actúo como ellos, tratando de capturar cada rincón de Livingston en mi memoria. Se puede ver el iceberg que sigue anclado en medio de la bahía desde el comienzo de la campaña antártica, los enormes glaciares, sentir el viento gélido y escuchar la fauna, un sonido que casi siempre proviene de los charranes. Me han parecido unas aves muy simpáticas porque sobrevuelan cerca con mucha elegancia y no parecen nada hostiles. Sin embargo, en la base comentan que no me fíe mucho, porque pueden ser muy agresivos si se lo proponen.
Estos días el viento sopla con más intensidad y las temperaturas han bajado, al igual que la sensación térmica. La playa se ha llenado de pequeños icebergs, que llegan hasta la orilla empujados por el viento desde la cubitera, una zona de la bahía que concentra miles de pequeños pedazos de hielo que se desprenden de los glaciares. El fenómeno se llama brass y el sonido que emite es estremecedor. Escuchar la melodía del hielo representa una experiencia extraordinaria.