Impulsora de varias generaciones de científicos, introductora la biología molecular en el país y creadora de la patente más rentable de la I+D+i en España, es la investigadora más influyente en la historia de España. Ha fallecido tras un ataque cardíaco

R. Romar
Porque la ciencia también es noticia.

 «Fue algo inesperado, la verdad. Sabíamos que estaba ingresada en el hospital por problemas digestivos, pero pensábamos que iba a salir de esta». No lo hizo. Margarita Salas, la investigadora más influyente de la ciencia española, impulsora de varias generaciones de científicos e introductora, junto a su marido Eladio Viñuela, de la biología molecular en España, falleció este jueves en Madrid por un paro cardíaco. Con apenas 40 kilos de peso estaba muy debilitada por sus continuas lesiones en el colon, aunque su fallecimiento fue una sorpresa para sus más estrechos colaboradores en el Centro Nacional de Biología Molecular, de la que fue directora y en la que continuaba trabajando a sus 80 años como profesora Ad Honorem del CSIC. Uno de sus más íntimos es el biólogo coruñés Luis Blanco, que desde que inició la tesis con Margarita Salas en 1982 siempre mantuvo una estrecha relación con Margarita Salas. Trabajaban puerta a puerta. «Ella siempre decía que quería morir con la bata puesta. No pudo hacerlo, pero estoy seguro que si pudiera recuperarse de la enfermedad volvería al laboratorio», relata con emoción Luis Blanco. De hecho, recuerda que «la llamaba siempre mi madre de Madrid».

Margarita Salas era muy hermética con su vida personal, porque en ningún momento quería ofrecer signos de debilidad. Por eso, ni sus más allegados colaboradores se enteraron cuando fue ingresada. No quería recibir visitas. Solo estaban junto a ella su hija, Lucía Viñuela Salas, y su hermana, la también investigadora María Luisa Salas. «La echamos de menos hace tres semanas, cuando no acudió a un mitin en Alcalá. Fue entonces cuando empezamos a sospechar que algo no iba bien, aunque ella era muy hermética», advierte Blanco.

Tenaz, meticulosa, honesta, exigente y con una capacidad de trabajo fuera de lo común, la bioquímica asturiana siempre fue un ejemplo para sus discípulos, a los que pedía absoluta dedicación, pero a los que defendía con fe ciega. «Siempre decía que quería morir como la neuróloga italiana Rita Levi, que con 100 años iba todos los días al laboratorio», recuerda la gallega Marisol Soengas, responsable del grupo de Melanoma en el CNIO y que hizo la tesis con Salas, aunque ya había empezado a colaborar con Salas cuando era estudiante de cuarto curso. «Recuerdo -dice Soengas- que cuando empecé a trabajar con ella no me salía un experimento y ella me decía: 'Cómo no te va a salir con el expediente que tienes. Claro que te va a salir'. Ella siempre apoyaba y confiaba en su gente».

Trabajadora incansable, pero sobre todo perseverante, Margarita Salas inició el desarrollo de la biología molecular en España. Centró toda su vida en el estudio del virus bacteriano Phi29, pequeño, pero morfológicamente muy complejo. Una investigación que ha permitido extraordinarios avances en el campo de la bioquímica y de la biología molecular y que dio lugar a la patente más rentable de la ciencia española. «Al principio -dijo Salas en una entrevista- no presentían la trascendencia que podría tener la investigación de este virus». Y es que a pesar de que el bacteriófago sea muy simple, al poseer sólo 20 genes, en realidad esconde una maquinaria molecular tremendamente compleja. Partiendo de la investigación básica, su grupo, con una destacada participación de Luis Blanco, demostró que podrían realizarse aplicaciones muy importantes e innovadoras. Fue así como descubrieron la ADN polimerasa, una proteína que participa en la amplificación de los genes del virus. Permite multiplicar por miles o millones de veces una pequeña muestra de ADN, un proceso esencial para los laboratorios de genética, investigadores forenses o para la policía científica.

La paella con el nobel Severo Ochoa

Margarita Salas nació en noviembre de 1938 en el pequeño pueblo asturiano de Canero. Sus padres, de una familia acomodada, siempre tuvieron claro que sus tres hijos tenían que hacer una carrera universitaria, tanto el varón como sus dos hermanas, Margarita y María Luisa. Sin embargo, al principio no tuvo muy claro si decantarse por la Química o la Medicina. Al final se decidió por la primera, aunque realmente quien orientó su carrera fue el premio nobel Severo Ochoa, al que conoció comiendo paella. El padre de Margarita era primo político y compañero de la Residencia de Estudiantes del científico, por lo que un día decidió invitarlo a comer. En ese encuentro Severo Ochoa le propuso a Salas acompañarle a una conferencia que iba a dar en Oviedo. Y fue entonces cuando quedó fascinada por la bioquímica.

Sin embargo, el hombre su vida, tanto en el plano personal como el científico, fue Eladio Viñuela, el amor de su vida al que conoció cuando eran estudiantes. Con él se fue a Nueva York para trabajar con Severo Ochoa. Pero antes hizo el doctorado en Madrid con Alberto Sols, aunque para ello fue necesario que el propio Severo Ochoa le enviase una carta de recomendación para que admitiera a una prometedora joven. Si no, lo hubiera tenido muy difícil. Una mujer investigadora en la España de aquellos tiempos no era algo común y generaba recelos. «¡Bah!, una chica. Le daré un tema de trabajo sin demasiado interés, pues si no lo saca adelante no importa», cuentan que llegó a contar Alberto Sols. El machismo imperaba, pero, aunque no sin dificultad, Salas supo sobreponerse.

Un ambiente muy distinto, en todos los aspectos, fue el que encontró en Nueva York. En el laboratorio de Ochoa nunca se sintió discriminada por ser mujer, aparte de encontrarse con medios con los que nunca llegó a soñar. Pese a ello, a los tres años regresó a España con su marido. Cada uno, entonces, emprendió una carrera por separado. Eladio Viñuela, su gran apoyo, se enfocó hacia la peste porcina y ella se centró en el fago Phi29. El descubrimento de la ADN polimerasa de este virus bacteriófago permite amplificar el ADN de manera sencilla, rápida y fiable. «Esta polimerasa se usa en todo el mundo y se aplica en análisis genético, forense y paleontológico, entre otros. Cuando uno tiene cantidades pequeñas de ADN, como un pelo hallado en un crimen o unos restos arqueológicos, este ADN polimerasa amplifica millones de veces el ADN para poder ser analizado, secuenciado y estudiado», recordó Salas el pasado mes de junio en Viena, cuando recibió el Premio al Inventor del año 2019, entregado por la Oficina Europea de Patentes.

El Princesa de Asturias, su deuda pendiente

Fue solo uno de los numerosos reconocimentos nacionales e internacionales que obtuvo. En el 2007 fue la primera mujer española en ingresar en la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos; logró la Medalla Mendel; el Premio Rey Jaime I; el Premio Nacional Ramón y Cjaal, el Premio L'Oreal Unesco y la Medalla Echagaray, entre muchos otros. Lo obtuvo casi todos menos, quizás, el que más ilusión le hubiera hecho: el Princesa de Asturias de Investigación. Más que nada porque se entrega en Oviedo, en su Asturias natal. Y ella siempre tuvo a gala su origen asturiano. «No lo decía, pero sé que le fastibiada mucho no haberlo recibido», subraya Luis Blanco, quien también lamenta que la que fue un auténtico icono de la ciencia española no hubiera logrado este reconocimiento.

Porque Margarita Salas, aparte del valor de su propio trabajo, fue maestra de varias generaciones de científicos e impulsora de nuevas vocaciones, especialmente entre muchas mujeres, que vieron en ella un ejemplo. Así lo acaba de reconocer la presidenta del CSIC, la también asturiana Rosa Menéndez: «Un aspecto fundamental de Margarita -dijo- fue el de generar vocaciones científicas, el estar en contacto con los jóvenes, los niños. Su labor es, dede luego, incomensurable en todos los aspectos».

Margarita Salas ha muerto, pero su legado pervive. «No concibo la vida sin investigación», dijo recientemente. Y en otra ocasión insistió: «No debe haber jubilación para un científico. Si quiere, que se retire, pero si no quiere y está en buenas condiciones, ¿para qué? Tiene toda la experiencia que dan los años y puede producir mucho». Su ejemplo continúa. Y, aunque nunca le gustó que la compararan con Marie Curie, la casualidad quiso que ambas murieran el mismo día. Un aciago 7 de noviembre.