El cuerpo necesita solo un día para adaptarse al cambio de hora

la voz REDACCIÓN

SOCIEDAD

Jesús Hellín - Europa Press

Los expertos aseguran que 24 horas son suficientes para adaptar el reloj biológico

26 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En la madrugada del sábado se producirá una vez más el cambio horario de invierno, en el que los relojes se retrasarán una hora. A las tres de madrugada serán las dos, lo que supone ganar 60 minutos de tiempo que muchos aprovecharán para quedarse en la cama. Algunos expertos ya han alertado de los trastornos que este cambio puede causar en los ritmos de sueño.

Pero si hay más tiempo para dormir, ¿por qué muchas personas se encuentran apáticas, irascibles e irritables? Porque el cambio de hora afecta al estado de ánimo, explica Diego Redolar, profesor de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC.

«Las personas tenemos una especie de reloj biológico que viene regulado, entre otras cosas, por la luz del día, que favorece esa regularidad en los ciclos de vigilia y de sueño en nuestro cerebro», añade María José Acebes, profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC. «Cuando se sufre un cambio de hora brusco, en los viajes o con el cambio de hora, por ejemplo, ese reloj biológico se desajusta, se encuentra desfasado y necesita un periodo de adaptación», dice.

En realidad, como regla general, nuestro cuerpo necesita muy poco tiempo para adaptarse, tal y como explica Redolar: «Por cada hora de desfase horario se necesita un día de adaptación». Así, el lunes 28 de octubre ya se debería estar totalmente adaptado al nuevo horario. Sin embargo, esta no es una regla exacta y hay quien requiere más tiempo, como los niños, las personas con ciertas patologías y los mayores.

Los expertos aseguran que cuando los signos de decaimiento no desaparecen a los pocos días, sino que persisten a lo largo de los meses, «puede que ya no estemos hablando del típico “letargo del invierno”, sino de un trastorno afectivo estacional» (SAD en sus sigla en inglés, o winter blues), explica Marta Calderero, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.

Este trastorno afecta a entre el 1 % y el 10 % de la población, según se explica en el estudio Trastornos afectivos estacionales, winter blues, publicado en junio de 2015 en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. Sin embargo, no tiene la misma incidencia en unas zonas que en otras, puntualiza Redolar. En el norte de Europa, en países como Noruega, por ejemplo, tiene una incidencia mayor que en España.

Entre los síntomas del trastorno afectivo estacional se encuentran la fatiga o sensación de tener poca energía, un estado de ánimo triste o deprimido todos o casi todos los días, la pérdida de interés por actividades, la dificultad para dormir o sueño excesivo, los cambios en el apetito y muchas ganas de comer alimentos ricos en hidratos de carbono, sentirse inquieto o tener dificultades para concentrarse o sensibilidad al rechazo de amigos y familiares y, como resultado de ello, retraimiento.

Una cuestión de melatonina

Redolar explica que «existe una sustancia denominada melatonina que ayuda a regular los ritmos estacionales. En los seres humanos también puede participar en el control de los ritmos circadianos, al segregarse durante la noche, que es el período durante el que se duerme. A pesar de que en nuestra especie no existen ritmos estacionales pronunciados, el ritmo diario de secreción de melatonina persiste. Esta sustancia puede afectar la sensibilidad del núcleo supraquiasmático del hipotálamo a los sincronizadores y puede alterar los ritmos circadianos. Se ha comprobado que la administración de melatonina en el momento adecuado (en la mayoría de los casos justo antes de acostarse) reduce significativamente los efectos adversos tanto del desfase horario como de los cambios de turno del trabajo. En los momentos de poca luz del año (otoño e invierno) parece ser que niveles adecuados de melatonina nos podrían ayudar a regular nuestros ritmos biológicos, lo cual redundaría positivamente en la calidad del sueño, entre otros aspectos».