Una pontevedresa de 12 años mostró indicios de seguir el peligroso rito de la «Ballena azul»

Javier Becerra
Javier becerra REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

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La menor se pintó el animal en el brazo y se hizo varios cortes, pero no llegó a más

14 sep 2019 . Actualizado a las 13:27 h.

En el 2018 una niña mostró signos de estar siguiendo el rito de la Ballena azul en un centro escolar de la provincia de Pontevedra. Tenía entonces 12 años. Se pintó una ballena en el brazo e hizo unos pequeños cortes. Ello se parecía a varios de los pasos del ritual compuesto por 50 pasos que tienen el suicidio como meta final. Una compañera advirtió el peligro y habló con sus profesores. Actuaron de inmediato. La cosa no fue a mayores y la chica no se metió en la espiral macabra del reto.

De ello tuvo conocimiento José Torres, experto en ciberseguridad que lleva años estudiando este y otros fenómenos virales. «Era un caso de llamar la atención y buscar protagonismo», señala. La joven había encontrado información del juego macabro y decidió adoptar algunos de sus elementos para impresionar a los compañeros. «El tema se quedó en nada, pero es algo que está ahí y en otros puntos de España se han dado casos», señala Torres. En Guipúzcoa uno de ellos terminó en la muerte de una menor.

El experto indica que conocen la existencia de este juego desde hace tres años. Ahí fue cuando el plan diseñado por el Philipp Budeikin para acabar con las personas débiles a las que consideraba «basura biológica» se viralizó por todo el mundo. «Hay una especie de tutor-curador que adopta el papel de padrino y le dice a la víctima qué es lo que tiene que hacer», señala. Esto incluye autolesiones, adoptar situaciones de riesgo, ver sesiones de cine de terror a las cuatro de la mañana y, finalmente, la propia muerte.

Las víctimas son adolescentes. Pero de un tipo muy particular. «Tiene que darse una vulnerabilidad y una intolerancia a la situación vital que tienen», apunta el psicólogo Manuel Lage. «Además, todo ello se plantea como un reto en el que hay que superar fases. Sería como un videojuego en el que se pasan pantallas que lo hace mucho más atractivo para ese tipo de joven», apunta.

«El contacto con la víctima, por lo general, se hace a través de grupos de WhatsApp y redes sociales», sostiene Torres. Por ese motivo la psicóloga especializada en niños y adolescentes Loreto González-Dopeso dice que «hay que ser vigilantes». Explica que los padres tienen que ser conscientes de la situación: «Dejas de tener un niño, pero aún no es un adulto. No percibe el riesgo, hace cosas para explorar el mundo pero carece de la autorregulación de un adulto».

A diferencia de otras conductas de riesgo juveniles, no se da aquí un afán exhibicionista. Todo funciona a un nivel privado. «Son ritos virales de autolesión de tipo sectario que aparecen cada cierto tiempo con nuevos casos», categoriza Antonio Rial Boubeta, profesor de Psicoloxía de la USC. «Hay que tener en cuenta que los chavales hoy son más débiles emocionalmente, debido a problemas educativos y parentales. Las redes sociales lo potencian», piensa.

El secretismo lleva a tomar precauciones extremas: «En ocasiones el curador manda las prácticas que tiene que hacer la víctima de manera cifrada», apunta Torres. Entre los retos hay uno que prohíbe hablar con nadie. «No interesa que hablen para no ser descubiertos», insiste.