Veteranos de Cabo Cañaveral recuerdan la llegada del hombre a la Luna, hace 50 años
17 jul 2019 . Actualizado a las 18:13 h.Al revivir el año 1969, Jim Ogle parece recobrar la energía de un veinteañero. A sus 82 años, este antiguo ingeniero de la NASA se expresa con el vigor de un joven entusiasta cuando rememora la época de la misión Apolo. «De lo que iba esto era de ganar a los rusos, esa era la gran obsesión de Kennedy», exclama. El personal de Cabo Cañaveral trabajaba «como un equipo, no como ahora que el país está dividido», lamenta. Eso sí, todavía le disgusta más que en la película First Man, sobre la vida de Neil Armstrong, no aparezca la bandera de Estados Unidos desplegada sobre la Luna. «Me gustaría ver a Clint Eastwood haciendo una peli que se titule First Country, First Man».
A punto de cumplirse 50 años de aquella odisea, Donald Trump se ha propuesto que Estados Unidos vuelva a poner su pie allí en cinco años. Nadie ha regresado desde 1972. ¿Por qué 2024? La NASA había apuntado a 2028 pero, según Jim Bridenstine, director de la agencia espacial norteamericana, aceleran «porque existe un riesgo político». El presidente está por la labor, pero nada garantiza que en el 2021 lo siga siendo ni que el Congreso apruebe el enorme presupuesto de la que han bautizado como misión Artemis. Bridenstine se amarra a Trump que, si repite en las próximas elecciones, sueña irse de la Casa Blanca devolviendo a Estados Unidos a la Luna. Broche de oro para el presidente quien intentó «volver a Hacer América Grande».
La Unión Soviética fue la primera en poner en órbita un satélite, también en enviar una nave tripulada al espacio. Ser los primeros en pisar la Luna se convirtió en cuestión de orgullo para Estados Unidos. «Se trabajaba 24 horas al día, en tres turnos de 8 horas, los siete días de la semana», recuerda Ken Poimboeuf, que a sus 76 años sigue paseándose por Cabo Cañaveral. Subido sobre la inmensa superficie de la lanzadera PAD 39B, vecina de la que partió la misión del Apolo XI, este ingeniero electrónico recuerda el mayor día de gloria de la NASA. «Cuando llegamos a la Luna, se nos quedó a todos la boca abierta», confiesa entre risas. En muchos casos, fue a costa de la familia. Las interminables semanas de trabajo provocaron una gran cantidad de divorcios. Solo en el condado donde se encuentra Cabo Cañaveral, se archivaban del orden de 1.600 casos anuales. «¡Estábamos en una carrera!», justifica Jim Ogle. «No había nada más que eso».
«¡Estamos de vuelta, amiga!»
En las noches de Luna, Poimboeuf la mira y le avisa: «¡Estamos de vuelta, amiga!». No tiene duda de que en el 2024 volverán allí, pero con un objetivo diferente al de hace cincuenta años. «Es un escalón para llegar a Marte», apunta Regina Spellman, directora de proyectos de las plataformas de lanzamiento de Cabo Cañaveral. «Hay mucho de lo que nos podemos beneficiar en la Luna para extrapolarlo luego allí». Que un hombre y, por primera vez, una mujer, pisen la Luna en el 2024, es una de las etapas de un camino que quiere convertir al satélite en base de operaciones.
Pero no solo. Estados Unidos quiere explotar sus recursos. Allá donde mira Poimboeuf de noche, hay agua, oro, plata, titanio o un isótopo conocido como Helio-3 que podría utilizarse en la fusión nuclear. El Gobierno se frota las manos con el negocio que vislumbra en esta mina extraterrestre.
El planeta rojo es el gran objetivo, pero antes hay que volver adonde hace 47 años que nadie ha regresado. «Ahora existen más herramientas de las que nosotros teníamos», apunta Bob Sieck, ingeniero de 81 años que formaba parte del equipo de lanzamiento de la misión Apolo. «Entonces todo eran interruptores, cables, botones, todo era muy sencillo». Ahora, confiesa, «para un ingeniero de la vieja escuela, da un poco de miedo» que todo dependa tanto de la informática, pero presume de que «seguimos siendo los número uno en este negocio».
De la gloria a acabar vendiendo hamburguesas
La gloria se la llevan los astronautas, pero más de 20.000 personas en Cabo Cañaveral y 400.000 en todo el programa espacial fueron imprescindibles para que aquella misión culminara con éxito. Trabajadores que, como Milton Heflin, entran en acción cuando casi todo ha pasado. Era uno de los responsables del equipo encargado de rescatar a los astronautas tras su amerizaje. «Hasta que los astronautas no desciendan del helicóptero [de rescate] al portaaviones, agradecería que los directores esperaran a encender sus cigarros», explica para poner en valor su función. A sus 78 años bromea sobre «una pregunta realmente complicada que harán en el futuro en el Trivial» y cuya respuesta es él: «Soy la única persona en este planeta que ha estado en el último aterrizaje de una misión Apolo y en el último del transbordador espacial», asegura.
Si la Luna tiene un lado oscuro, a la misión Apolo le llegó el fundido a negro. Jim Ogle recuerda con tristeza el momento en que se anunció la cancelación de las tres últimas misiones. «Estábamos en el momento álgido de la Guerra de Vietnam, se invirtió en ella mucho dinero y Nixon hizo el anuncio» del fin del programa. «Unas 25.000 personas perdieron su trabajo [en Cabo Cañaveral], tuvieron que vender sus casas». Lo peor para Ogle es que personas tan cualificadas «acabaron haciendo hamburguesas en un McDonalds».