Oradour-sur-Glane: viaje a las ruinas de la infamia nazi

César Toimil Rodríguez
césar toimil ORADOUR-SUR-GLANE / LA VOZ

SOCIEDAD

CESAR TOIMIL

La localidad gala fue masacrada hace 75 años; no fue reconstruida y miles de turistas la visitan

10 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El sábado 10 de junio de 1944 el señor Broussaudier había ido a la barbería de la pequeña localidad de Oradour-sur -Glane, cerca de Limoges, a cortarse el pelo. Sobre las dos de la tarde escuchó un ruido de vehículos pesados entrando por la carretera y salió a ver que ocurría. Fue a buscar su bicicleta y un soldado alemán se la arrebató diciéndole «ya no la vas a necesitar más».

Oradour era una pequeña población de unos 1.500 habitantes que había vivido completamente al margen de la Guerra. Ese sábado había mucho ambiente en el pueblo. Los niños estaban pasando el reconocimiento médico y era el esperado día del reparto de las raciones de tabaco. Nada hacía presagiar el infierno que se desataría horas mas tarde. El infierno se llamaba 3.ª Compañía del Primer Batallón del Regimiento Der Führer, integrante de la 2.ª División SS Das Reich comandada por el temible Adolf Diekmann. Después de rodear la aldea mandaron llamar al alcalde para que reuniera a la población en la plaza del mercado. Desde bebés hasta ancianos. Los sorprendidos habitantes colaboraron sin demasiados sobresaltos y media hora más tarde unas 700 personas se agrupaban en la plaza. Con la excusa de que estaban buscando armas escondidas en el pueblo trasladaron a las mujeres y niños a la iglesia y a los hombres a distintos lugares de la aldea para buscarlas. Curiosamente, el que estuvieran buscando armas los tranquilizó puesto que ellos nunca habían entrado en combate. Pero los planes de los alemanes eran, desgraciadamente, otros.

Las mujeres y los niños cantaban en la abarrotada iglesia para vencer el miedo que ya empezaba a apoderarse de ellos. Sobre las 4 de la tarde un grupo de soldados metió en la iglesia, cerca del coro, una caja que tras explotar comenzó a emitir un humo negro sofocante. Entre gritos, las mujeres y niños que intentaban salir del recinto eran ametrallados. Al mismo tiempo se empezó a ejecutar a los hombres que estaban repartidos por la aldea. En la iglesia los soldados arrojaron paja y leña y prendieron fuego a las desesperadas personas que luchaban por salir. Los hombres, muchos de ellos aun malheridos, corrieron la misma suerte. Las tropas saquearon y quemaron todos los edificios y el pueblo pronto se convirtió en un infierno de gritos, disparos y olor a carne quemada.

Las autoridades francesas certificaron 642 muertos, de los cuales solo 52 pudieron ser identificados. Tres familias españolas, exiliados de la República, fueron completamente aniquiladas. Desde las gemelas Esther y Paquita Serrano, con un año de edad, hasta Francisca Gil, de 50. En total 24 muertos.

¿Por qué los nazis escogieron Oradour para perpetrar semejante masacre? No hay una respuesta. De hecho, días después, el propio Diekmann fue requerido por sus superiores para rendir cuentas por la matanza. El historiador y escritor Jesús Hernández, experto en la Segunda Guerra Mundial y autor de numerosos libros sobre la contienda, indica que «los integrantes de la columna germana, sometida a sucesivas emboscadas que iban provocando un goteo de soldados muertos, fueron acrecentando su odio hacia los partisanos galos, a la vez que crecía su frustración por no poder acudir prestos a rechazar la invasión que estaba teniendo lugar en las costas normandas. La fatalidad quiso que la apacible localidad de Oradour fuera escogida por los alemanes para desahogar su rabia». Diekmann murió dos semanas después combatiendo en Normandía. A pesar de su muerte, que algunos definen como «justicia divina», no hubo castigo para los responsables de la matanza.

Nunca se reconstruyó Oradour. Sus ruinas son ahora un memorial que visitan cada año 300.000 personas de todo el mundo. A ellas se accede desde el edificio del Centro de la Memoria inaugurado en 1999 por el Presidente de la República Jacques Chirac y que alberga una exposición permanente en la que se explica de manera exhaustiva cómo se desarrollaron los acontecimientos. A la entrada del pueblo están las fotos de los muertos y, en un muro, está escrita la palabra «Recuerda».

Francia, un país que sufrió los horrores de las dos grandes contiendas del siglo XX, es uno de los destinos preferidos del «turismo de guerra». La costa de Normandía, Verdún y la Línea Maginot son lugares a los que acuden cada año miles de turistas, pero también franceses que quieren honrar la memoria de los que murieron por la patria. Las ruinas de Oradour-sur-Glane son, hoy en día, símbolo de respeto. Al lado de la iglesia donde murieron centenares de mujeres y niños hay un árbol enorme. Marie, una turista belga, lo toca entre lágrimas. Al árbol, de más de 150 años, le llaman «el roble de la libertad» y es el único ser vivo testigo de la masacre. De la cara más cruel y despreciable del ser humano.