Madonna, un caballo de Troya en Eurovisión

SOCIEDAD

Madonna, durante su actuación en Tel Aviv
Madonna, durante su actuación en Tel Aviv ORIT PNINI / ISRAELI BROADCASTING | EFE

Los bailarines que acompañaron a la estrella estadounidense en su actuación durante la gala lucieron banderas palestinas, como los representantes de Islandia, que las exhibieron durante las votaciones

20 may 2019 . Actualizado a las 00:11 h.

Cuando aún no se había consagrado como la reina del pop, en 1984, la ambición rubia se atrevió a retozar sobre el escenario de los MTV Video Music Awards con un cinturón que llevaba el explicitísimo mensaje «toy boy»; en el 2006, tras numerosos escándalos y después de haber sido excomulgada por el papa Juan Pablo II, tuvo la no poco osada idea de aparecer en un concierto crucificada en una estructura de neones. Ni Jesucristo Superstar. Y así un suma y sigue; que de la candidez no viven las diosas de la música. Incluso con este panorama algunos aún creían que Madonna iba a tener un comportamiento modosito sobre el escenario del Expo Tel Aviv, obviando que la del sábado iba a ser si no la que más, una de las más convulsas citas eurovisivas por la carga política que acompañaba. Y que tanto preocupó a los organizadores del evento desde que Netta se hizo con el Micrófono de cristal hace ahora un año. Así las cosas, la cantante de Like a Prayer supo cómo hacer notar su posición ideológica, de manera sutil pero perfectamente calculada; y como un caballo de Troya desmoronó los planes desde dentro.

Hasta la última semana no firmó su asistencia a Eurovisión, y fueron muchos los que la vapulearon a mediante el hashtag #MadonnaDontGo a través de las redes sociales. Pero ella prefirió hacer oídos sordos y ya, sobre el escenario, montar una coreografía en la que dos de sus bailarines mostraban en sus respectivas espaldas sendas banderas de Palestina e Israel. Al fin y al cabo, ya lo había advertido: «Nunca dejaré de tocar música para acomodarme a la agenda política de alguien, y tampoco dejaré de alzar la voz contra las violaciones de los derechos humanos allá donde ocurran». El realizador tuvo que estar muy rápido para pinchar otro plano. Pero la de Michigan ya había ganado.

Los que ganaron, aunque en disgustos, fueron los organizadores del evento. Pues cuando aún no se habían recompuesto de la que les había colado Madonna, llegó el turno de los participantes islandeses. El grupo Hatari, autoproclamado antisistema, aprovechó la ronda de votaciones, en uno de los momentos que aparecieron en plano en la green room, para mostrar varias bufandas con la bandera de Palestina. En ese momento las redes comenzaron a arder, tildando a los autores de la canción Hatrid Mun Sigra (El odio prevalecerá) de «ganadores morales» de Eurovisión 2019. Los organizadores del festival podrían sancionar a esta delegación en próximos certámenes.

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La venganza de la plataforma BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) se había servido muy fría y de manera implacable. La organización propalestina lleva meses buscando que se prohibiese la 64 edición del festival se celebrase en Tel Aviv. No lo consiguió, pero sus aliados transmitieron bien el mensaje. Y desde dentro, para el disgusto de los presentadores (las caras de Bar Rafaeli eran un poema, no sabía cómo salir de tal brete).

Según comentó la BDS en varias ocasiones «Israel utiliza descaradamente Eurovisión como parte de su estrategia oficial Marca Israel, que presenta su cara más bonita para encubrir y distraer la atención de sus crímenes de guerra contra el pueblo palestino», llegando a comparar el comportamiento del gobierno israelí hacia los palestinos con el apartheid sudafricano. Sus detractores les afean dos cuestiones: la primera, ellos mismos entran en el juego del show business; la segunda, que no debe mezclarse la política con la cultura (¿no son una extensión la una de la otra?).

No ha sido lo sucedido en Tel Aviv un problemilla residual. Más bien es, de hecho, parte del espectáculo destapar al enemigo en este tipo de eventos. O darle donde más le duele. Así, sin ir más atrás en el tiempo que a febrero se puede recordar lo que ocurrió con la entonces participante de Ucrania. Kiev vetó a la cantante Maruv tras haber cerrado una gira de conciertos en Rusia. Imperdonable actitud, dijeron. Llueve sobre mojado si retrocedemos hasta el 2017. En este caso fue Rusia la que abandonó Eurovisión después de que Ucrania, donde se celebraba ese año el evento, prohibiese la actuación de la cantante Yulia Samoylova por haber ofrecido meses atrás un recital en Crimea.

Todo esto queda en minucias si se pone el foco en lo ocurrido en el 2009. La esperpéntica situación ocurrida aquel año da cuenta del poder que tiene Eurovisión. O el que le otorgan. Tras la celebración del espectáculo los servicios de seguridad de Azerbaiyan llamaron a declarar a las 43 personas que habían votado para que has hermanas Inga y Anush Arshakyan, representantes de Armenia, ganasen Eurovisión. Ya se sabe: al enemigo, ni agua.