«Era una amalgama»
A partir de ese momento entraron en liza algunos de los colaboradores habituales de Bañón: Alejandro de Carlos y David Barros, del departamento de Bioquímica, Xenética e Inmunología de la Universidade de Vigo, y Ángel Sebastián Comesaña, del Centro de Apoyo Científico y Tecnológico a la Investigación (Cacti), de la misma institución académica. En apenas dos días se resolvió el misterio. El esqueleto putrefacto y en descomposición pertenecía a un tiburón peregrino, uno de los grandes gigantes marinos, pero totalmente inofensivo. No había lugar a dudas.
«Era muy grande y ya sospechábamos que podía ser un peregrino, pero había que confirmarlo»
«Para nosotros, realizar una prueba de ADN de este tipo es algo rutinario, pero sí nos hizo mucha ilusión poder participar en este trabajo, porque contribuimos a resolver un misterio», explica Ángel Comesaña, a quien no le sorprende que a los ictiólogos les costase identificar la especie, aunque algunos ya apuntaban a la posibilidad de que fuera un pez peregrino. «La verdad -dice- es que no era un esqueleto a la usanza. Era una amalgama de cosas y no se veía nada claro».