Lo último en robots y un panorama desola... riano

SOCIEDAD

Cada vez más dependientes pueden comer sin asistencia de otra persona gracias a la ingeniería robótica

14 mar 2019 . Actualizado a las 11:02 h.

Por lo visto, lo último (de momento) en ingeniería robótica y robots son los ídem alimentadores. Esto es, robots capaces de identificar la comida dispuesta en un plato o bandeja, valerse del tenedor para coger un bocado, y alimentar al usuario atendiendo incluso a las indicaciones transmitidas por éste de lo que quiere levarse -o mejor dicho, que le lleven- a la boca en cada momento. Como el diseñado por investigadores de la Universidad de Washington con el objetivo de que las personas dependientes puedan comer con autonomía, sin requerir de la asistencia de otra persona y poder ser independientes, en un país, EE. UU., donde más de un millón de individuos necesitan de ayuda para alimentarse.

Nada que objetar, por supuesto, a un propósito tan loable. A pesar de lo cual no he podido dejar de acordarme -y estremecerme al hacerlo- de la sociedad solariana descrita por Isaac Asimov en su futurista saga robótico-espacial. Para los que no estén familiarizados con el universo galáctico asimoviano aclarar que Solaria es un planeta de los mundos exteriores habitado por una sociedad fuertemente sociópata, donde cada individuo vive aislado del resto y rodeado de una cohorte de cientos de robots altamente especializados que realizan todas las tareas y cubren todas las necesidades, demandas y deseos de sus dueños; hasta el extremo de que estos se sienten incómodos en presencia de otro ser humano y rechazan cualquier tipo de contacto físico prefiriendo relacionarse con sus congéneres a través de proyecciones tridimensionales virtuales.

Un panorama o futuro desalentador hacia el que cabe preguntarse si no nos encaminamos ya. Y no lo digo precisamente por la cada vez mayor oferta -y demanda- de robots de todo tipo: aspiradores, asistentes de cocina, etc.; que eso al fin y al cabo es lo de menos, sino por el lamentable hecho de que ya sea algo habitual ver -o peor aún, formar parte de- un grupo de conocidos compartiendo mesa, incluso en las reuniones familiares, y que en lugar de interactuar entre sí y mirarse a la cara, prefieren aislarse de sus vecinos, mantener la vista fija en su teléfono móvil y sumergirse en sus mundos y en sus relaciones virtuales.