Adultos que quieren a los niños lejos

Javier Becerra
Javier Becerra REDACCIÓN

SOCIEDAD

Antonio Cortés

Los sociólogos lo llaman «antiniñismo» o «niñofobia». Alertan del peligro que conlleva separar a los menores de la vida social y lo asocian con el individualismo creciente

15 feb 2019 . Actualizado a las 13:37 h.

En el campo de batalla dialéctico de las redes sociales han surgido en los últimos tiempos etiquetas que hablan por sí solas: #HotelesSinNiños, #tushijosnosonmios o #RestaurantesSinNiño. Reflejan claramente una tendencia social creciente. En ella los niños se ven como una fuente de molestias que es mejor evitar; bien sea restringiendo su acceso a establecimientos; bien sea llevando el llanto de un bebé a una reunión de la comunidad de vecinos; o bien pidiendo a un ayuntamiento acciones como restringir el uso de los parques por críos.

Esto último ocurrió en A Coruña en uno los encuentros que tiene el gobierno municipal con los vecinos para anunciar sus proyectos y recoger propuestas. En el barrio de Los Rosales una vecina demandó que se habilitase un horario sin niños para poder tener a los perros sueltos. Algo parecido ocurría recientemente en Madrid. Proponían al Ayuntamiento que acabase con el ruido que hacían los niños en el patio de un colegio. El sociólogo César Rendueles lo calificaba como «un hito del antiniñismo».

¿Qué es lo que está ocurriendo? ¿Por qué empiezan a surgir indignados por el lloro de un bebé en un restaurante cuando antes se asumía como una incidencia? La decana de la Facultade de Socioloxía de la UDC Raquel Martínez Buján encuentra un motivo en la bajada de la natalidad de las últimas décadas: «Ha llegado una generación para la que es habitual no ver niños. Y antes eso no ocurría. Hoy puedes tener 40 años sin haber pasado nunca una tarde con un niño. Son personas que no conocen esa parte de la vida. Llega un momento en el que incluso los pequeños son denostados. Hay un rechazo hacia ellos, que potencia el hecho de que los espacios de ocio, donde todo está segmentado, no facilita para nada la convivencia intergeneracional».

Victoria Wonenburger es madre. Ha experimentado en carne propia cómo cambian las cosas en algunos restaurantes cuando aparece un carrito de niño: «Fuimos a un restaurante en Vigo que nos encantaba. Al llegar, con un niños y un carrito, nos dijeron que los niños se tenían que comportar y estar quietecitos. Yo le dije que por qué me decía eso, sino habían ni entrado. Nos contestó que mejor es que nos fuéramos. Otra vez en A Coruña otro local nos dijo que no podíamos ir con un bebé, que lloraban mucho y molestaban a los clientes».

En Galicia estas actitudes son excepcionales. La cultura familiar aún pesa mucho. Pero empiezan aparecer. Existen algunos hoteles que promueven el only adults. También casas rurales. Pero no es lo normal. Rafael Benito, director del Hotel HN Finisterre y presidente de Hospeco dice que su estrategia es la contraria: «Niños contentos, padres más: lo vemos como un potencial y creamos rincones específicos para ellos, desayunos y todo».

Conflictos vecinales

En un edificio de Milladoiro, en Santiago, apareció una nota hace dos semanas. Un anónimo advertía que «el descanso de los vecinos se está viendo comprometido debido al llanto de los niños, que sería lo mismo que si un perro ladrara». A continuación hacía una serie de peticiones donde acusaba a los padres de abandono y de no dar de comer a los pequeños. Cecilia Balseiro es una de las residentes en ese inmueble. Se indignó. «Yo no tengo niños, pero me pareció fatal porque hay que ser tolerantes, especialmente si se trata de un bebé», explica.

A la nota, le siguió una contranota y, al final, se retiró todo. Esas tensiones responden según la psicóloga Mamen Bueno a una sociedad «cada vez más individualista donde se pierde la empatía para compartir espacios». También sostiene que «hay padres que no controlan los límites de educación de los niños en los espacios públicos». Pero cree que hay que señalar conductas, independientemente de la edad: «Si uno grita o falta al respeto se le dice, pero aquí solo se está señalando a los menores».

Martínez Buján piensa que este tipo de restricciones y quejas que están surgiendo suponen un rechazo a lo social de consecuencias futuras nefastas: «Es verdad que a veces los niños molestan. Pero hay un dicho en África que dice que para criar a un niño hace falta toda una tribu. Yo creo que eso es lo que hemos perdido. Los niños quieren socializar de manera innata. Pero cuando eso se pierde le estás enseñando una forma individualizada de relacionarse».

«Hice mi boda solo para mayores y mucha gente se enfadó

Cuando Nadia Quintela se casó tenía clara muy una cosa: no iba a haber niños en su fiesta. «Lo hablamos entre nosotros y no queríamos. Era de noche y pensamos que era lo mejor», recuerda. Entre algunos invitados, sin embargo, no hubo mucha comprensión. «Hice una boda para mayores, mucha gente se enfadó con nosotros y no vino. Pero, ojo, también hubo otra que tenía hijos y que lo agradeció mucho, porque así se lo pudo pasar bien», se ríe.

NADIA QUINTELA, QUE EN EL 2011 SE CASÓ EN UNA BODA SIN NIÑOS
NADIA QUINTELA, QUE EN EL 2011 SE CASÓ EN UNA BODA SIN NIÑOS EDUARDO PEREZ

El enlace al que se refiere Nadia tuvo lugar en el año 2011. En la actualidad ese tipo de bodas donde se veta a los niños son mucho más comunes. Ocho años después, no duda que tomó la decisión correcta: «Una boda es un evento para adultos. La mía era a las siete de la tarde y los niños molestan». Madre de una hija, esta periodista mantiene ahora otra relación distinta. ¿Qué ocurriría si terminase en boda también? «Pues mi pareja tiene un hijo y yo a la mía. No tengo muy claro si excluiríamos a los niños. Habría que ver cómo lo organizamos porque los niños son un rollo en una boda. Insisto, no es un lugar para los niños». Para demostrarlo le pregunta a su hija. Ante la contestación negativa de la pequeña dice: «¿Ves? Hasta ella sabe que aquello es aburrido para ella. ¿Por qué voy a insistir yo en llevarla?».

Convencida que mucha gente piensa lo mismo, Nadia dice que su postura no tiene nada que ver con un odio a los niños. Reivindica la responsabilidad de los padres que sepan dónde pueden estar los niños y dónde no: «Yo, por ejemplo, no hago nunca sobremesa en los restaurantes si voy con críos, porque sé que se van a levantar y molestar. Me eduqué de esa forma».

«Para mí vetar el acceso a un pequeño en un bar o un hotel es inconstitucional»

¿Es legal impedir el acceso a un hotel o un restaurante a un niño? Para la profesora de Derecho Constitucional de la UDC Ana Aba Catoira, no: «Yo creo que vulnera la Constitución, que es inadmisible y no se puede hacer. Para mí vetar el acceso a un pequeño en un bar o un hotel es inconstitucional». La docente, que además ejerce de magistrada-jueza sustituta en los juzgados de A Coruña, sostiene que se da ahí un trato desigual «por razón de edad». En ningún caso ampara la Constitución: «Igual que no podemos discriminar a los ancianos por su edad, a los niños tampoco», argumenta.

Estas restricciones -que en ciudades de Estados Unidos son normales desde hace muchos años y que incluso han desembocado en inmuebles donde las comunidades no admiten niños- vienen motivadas por las quejas de los clientes. «Dicen que los niños lloran y corren. Eso es cierto. A veces vas a cenar y es un infierno. Y ves a los progenitores que ni se inmutan», opina Ana Aba. «El problema es de base, porque es una sociedad muy permisiva que, en lugar de recriminar al niño, se le tolera. Pero el local es un local que hace un servicio al público. En un establecimiento así no se puede impedir, por ejemplo, que entren gitanos, que era algo típico hace décadas. No porque sería inconstitucional por racismo. Pues lo mismo es aplicable a los niños».

El derecho de admisión

No se debe confundir, a juicio de la profesora, ese veto con el derecho de admisión, perfectamente legal: «Eso no ampara una restricción así. Si por ejemplo, imponen que hay que llevar corbata para entrar en el local, ir vestido de etiqueta o se prohíbe usar calcetines blancos es una cosa. Eso lo puede hacer todo el mundo y esa condición afecta por igual a todas las personas. La condición de los niños, sin embargo, discrimina a un segmento de la población. Por eso es discriminatorio. Ningún derecho de admisión puede impedir la entrada a los menores».

A la espera de que la justicia se pronuncie sobre algunos de estos casos y se establezca una jurisprudencia, Ana Aba subraya la libertad de dirección de un negocio: «Lógicamente tú puedes dirigir un negocio al público que desees. Tú puedes orientar un hotel al mercado gay o de singles, por ejemplo, pero lo que no puedes es prohibir la entrada a heterosexuales o casados en ellos».