Cientos de personas siguen en la red social a Elena Taboada, una gallega que un día dejó atrás el anonimato para visibilizar el sarcoma

Mila Méndez
Periodista

A sus cuarenta y tres años Elena Taboada (A Coruña, 1976) no se imaginaba reconvertida en una suerte de influencer. Tenía una cuenta privada en la red social donde subía alguna imagen de sus diseños pero era muy celosa de su vida privada. Sobre todo, en lo relativo a sus tres hijos. La rueda paró en seco cuando en enero del 2016 le diagnosticaron un leiomiosarcoma. Un cáncer poco común que afecta a los tejidos blandos. La cirugía y la quimioterapia pidieron paso en su vida. Lleva tres operaciones. En la quimio aún sigue ahora. «Tardé un año en asumir dónde estaba metida», cuenta. Hablamos con ella cuando se celebra el Día Mundial Contra el Cáncer.  

La recaída el verano pasado, admite Elena, lo cambió todo. «Me habían quitado el tumor maligno y pensaba que todo estaba superado pero, entonces, me diagnosticaron otro tumor en una vértebra. Caí en picado. La operación fue tremenda. Salí con corsé y con problemas de movilidad. Ahora estoy bien, es increíble lo que hacen los cirujanos», hace un inciso. «Me cansé de esperar el día en el que se iba a solucionar todo. Me di cuenta de que estoy aquí metida», confiesa.

Una primera opción fue recurrir a una terapia. «Pero no era eso lo que buscaba, quería estar activa cuando el cuerpo me lo permitía», añade. Entonces se quitó la peluca. «Emulaba mi peinado. Impresiona que te vean sin ella. La llevaba sobre todo por mis hijos. Pero ese día decidí subir una foto mía así», recuerda. «Abrí los ojos y mi perfil de Instagram», dice.

Normalizar el cáncer

Desde ese momento no ha parado de ganar seguidores. «Dar visibilidad a este cáncer, poco conocido y que necesita mucha investigación, me pareció una buena idea. Me sirve de terapia. A mí me ha valido mucho la experiencia de otros. Ponerles cara, ojos, leerlos. No pienso mucho en las cosas que escribo. Trato de normalizar algo muy gordo que tengo encima. Al principio, lo hacía con miedo, pero hubo una buena acogida y la gente es muy cariñosa», explica. Sobre las reticencias hacia las redes sociales, esta coruñesa defiende la cara positiva de estas plataformas. «Mientras tengas claro cómo las utilizas, está fenomenal, se pueden emplear de una forma muy ética».

Dar visibilidad a este cáncer, poco conocido y que necesita mucha investigación, me pareció una buena idea

Además de visibilizar, Elena también reúne fondos para la investigación del sarcoma. «Parte de los beneficios que recaudo con la venta on-line de los diseños (láminas con reproducciones de mis acuarelas y guaches) en la web van para la Fundación Mari Paz Jiménez Casado, que estudia en España este cáncer», apunta. A veces, comenta, tiene la impresión de que su discurso puede sonar algo nihilista, «como de libro de religión», pero desde que el sarcoma entró en su vida se dio cuenta de hasta qué punto perdemos el norte: «Da igual el jefe, el piso, el físico, las facturas, el novio... Todo da igual cuando te metes en el hospital a hacer un TAC».

«Da igual el jefe, el piso, el físico...Todo da igual cuando te metes en el hospital a hacer un TAC

Al final, continúa, «lo único importante es una cosa, la salud». Una de las consecuencias de vivir con cáncer es, dice, la de sentirse como una «marciana». «Percibo que no estoy en sintonía con muchos amigos. Lo veo todo clarísimo. Me da pena que la gente se amargue. Así tenga que dormir debajo de un puente. Prefiero eso a estar muerta», dice Elena.

Vive a caballo entre Oleiros y Madrid, donde trabaja como autónoma y colabora con revistas de moda. En su cuenta la siguen pacientes y no pacientes de cáncer. «El cáncer no tiene una cara amable, pero intento mirar al horizonte con energía. Es que, si no, me hundo. Tengo todo el derecho del mundo a caer. Y de hecho, caigo. La quimio me permite hacer una vida bastante normal, quitando un par de días cada 21. Puedo estar en mi casa con mis hijos, ir a actividades con ellos, hacer la compra, mis proyectos. Cosas normales. Maravillosas. Me siento afortunada y lo transmito. Me ayuda y espero que a otros también lo haga», concluye.