La encíclica que dividió a los católicos

Sara Carreira Piñeiro
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SOCIEDAD

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La posición de la Iglesia era contraria a la anticoncepción y al aborto, pero en el Concilio Vaticano II comenzó a cambiar para adaptarse a la realidad del momento

25 jul 2018 . Actualizado a las 08:23 h.

«O se da inicio al acto conyugal con todas las consecuencias, también procreadoras, o ambos esposos se han de abstener; no hay término medio». De esta forma tan judeocristiana explicaba L’Osservatore Romano la idea clave de la Humanae Vitae, la encíclica que el 25 de julio de 1968 firmó Pablo VI y que posicionaba a la Iglesia católica en contra de cualquier tipo de método barrera (físico o químico) contra la procreación.

La encíclica ponía el broche a cinco años de trabajo: Juan XXIII había creado el 27 de abril de 1963 la comisión pontificia para el Estudio de los Problemas de la Población, la Familia y la Natalidad. Desde entonces, la realidad social había cambiado: la pastilla anticonceptiva se usaba con normalidad y dio impulso a la revolución sexual, que se acompañó de una legislación que despenalizaba el aborto. En paralelo, crecía el miedo a la superpoblación del mundo, con previsiones apocalípticas sobre el equilibrio alimenticio y económico.

Tradicionalmente, , tal y como recuerda Andrés Torres Queiruga, uno de los teólogos más respetados de Galicia: «A Igrexa entende que a crianza da prole non é o único fin do matrimonio, que ten moito de realización persoal dos cónxuxes». El Concilio explica que el amor en la pareja «es el motor del matrimonio», que no es solo una institución ni una relación conyugal, sino ambas cosas a la vez. Se incluye además en los documentos el término de «paternidad responsable», es decir, no aumentar el número de hijos cuando haya graves razones que lo desaconsejen. 

Un liberal «temeroso»

Es en este contexto en el que Pablo VI tiene que decidir. Intelectual tímido y solitario, el papa Montini era considerado un liberal dentro de la curia, y de hecho mantuvo el Concilio Vaticano II a pesar de que tenía potestad para clausurarlo. En su haber está uno de los cambios más importantes de la relación Iglesia-fieles, la introducción de la misa en las lenguas vernáculas y no en latín (incluso con música pop y folk). Pero Pablo VI estaba rodeado. Torres Queiruga, recuerda esa época: «Coñecín a un monseñor que todos os días departía co papa e contaba que ninguén falaba de cousas positivas, todas eran catastrofistas». En ese ambiente no es de extrañar que Pablo VI se volviese «temeroso» y no «tivese a valentía» que el momento exigía.

¿Y qué dijo Pablo VI en la encíclica? En 6.000 palabras reconoce los problemas de tener demasiados hijos y la posibilidad técnica de controlar su nacimiento, pero recalca que el amor conyugal es siempre «fecundo» porque «en la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan libres para proceder arbitrariamente». Y esa es una de las claves de su resolución: el hombre no debe convertirse en Dios, no lo puede decidir todo según su conveniencia. Solo acepta el sexo conyugal en períodos infértiles de la mujer para «manifestarse el afecto y para salvaguardar la mutua fidelidad», pero eso supone que en los períodos fértiles habrá abstinencia. Esta implica que «la voluntad del sujeto se impone con un acto de resistencia sobre pulsiones y pasiones muy vehementes».

Incluye la encíclica lo que se denominan «profecías» y que los grupos ultracatólicos, que celebran por todo lo alto estos 50 años de la Humanae Vitae, dicen que se han convertido en realidad: el uso de anticonceptivos abre el camino a la infidelidad conyugal; a la degradación moral (que asocian a la inquisición gay); a la pérdida de la dignidad de la mujer, que se convierte en un instrumento de placer; y a la ingeniería social (los países en desarrollo solo recibirán ayudas si aceptan el control demográfico, el aborto y la esterilización).

Para Torres Queiruga, la Humanae Vitae «tivo un enorme significado, causou unha crise moi forte, un escándalo case, e relativizou un pouco o Maxisterio ordinario [la función y autoridad de enseñar que tiene el papa], e o diferenciou máis do dogma, porque este [el magisterio] non é absolutamente obrigatorio». También echó por tierra «o valor decisivo que se lle daba ás encíclicas, que teñen un carácter pastoral». Torres Queiruga apunta a que por fin comenzó a quedar claro el papel de cada uno: «Decatáronse de que a teoloxía ten que quedar para os teólogos, e os pastores da Igrexa deben gobernar».

¿Y cuál es la situación hoy? Además de las actitudes, Francisco parece dar pasos en sentido contrario, como la reforma al Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia, que debe «mirar con intelecto de amor y con sabio realismo la realidad de la familia hoy, en toda su complejidad, en sus luces y en sus sombras».